PEDRO MARTINEZ: Cuentos de la Alhambra...

Cuentos de la Alhambra

Érase una vez, hace muchos siglos, un joven príncipe moro llamado Zayd vivía en la Alhambra, el palacio de los reyes nazaríes de Granada. Zayd era un príncipe valiente y generoso, pero también muy solitario. Su padre, el rey Muhammad V, quería casarlo con una princesa de otra dinastía para sellar una alianza política, pero Zayd no sentía ningún amor por ella.
Una noche, mientras paseaba por los jardines de la Alhambra, Zayd vio a una hermosa joven que se bañaba en el estanque de los leones. Era Leila, la hija de un comerciante judío que había venido a Granada a vender sus mercancías. Leila no sabía que estaba en el palacio real, pues se había perdido por las calles de la ciudad y había entrado por una puerta secreta que solo conocían los guardias.
Zayd quedó cautivado por la belleza de Leila y se acercó a ella con sigilo. Le habló con dulzura y le dijo que era el príncipe de la Alhambra. Leila se asustó al principio, pero pronto se sintió atraída por el encanto de Zayd. Los dos jóvenes se enamoraron al instante y se juraron amor eterno.
Pero su amor era imposible, pues pertenecían a religiones diferentes y a mundos opuestos. El rey Muhammad V no aceptaría jamás que su hijo se casara con una judía y el padre de Leila tampoco aprobaría que su hija se uniera a un musulmán. Además, la guerra entre los reinos cristianos y el reino nazarí amenazaba con estallar en cualquier momento.
Zayd y Leila decidieron escapar juntos y huir lejos de Granada, donde nadie pudiera separarlos. Pero antes de partir, quisieron despedirse de la Alhambra, el lugar donde se habían conocido y amado. Se citaron en el mirador de Lindaraja, desde donde se podía contemplar la ciudad iluminada por la luna.
Allí se encontraron por última vez y se abrazaron con pasión. Pero su destino era cruel y los sorprendió la guardia real, que los había seguido sigilosamente. El rey Muhammad V había descubierto su romance y había ordenado capturarlos y ejecutarlos.
Zayd y Leila no tuvieron tiempo de reaccionar ni de defenderse. Los soldados los separaron con violencia y los arrastraron hasta el patio de los leones, donde les cortaron la cabeza. Sus cuerpos cayeron al estanque, tiñendo el agua de rojo.
Se dice que desde entonces, cada noche, cuando la luna llena brilla sobre la Alhambra, se puede oír el llanto de los amantes y ver sus sombras abrazadas en el mirador de Lindaraja.