MIAU
Un samurái se disponía a cocinar el pez que acababa de pescar cuando su gato dio un salto y le robó su presa. El hombre se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió al gato en dos. Como era amante de los animales, el remordimiento de haber matado a un ser vivo por un arrebato no le dejaba vivir en paz. De noche solo soñaba con maullidos... ¡Miau! ¡Miau!... La obsesión le perseguía, así que un día fue a visitar a un maestro, quien le dijo:
—Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces hacerte el haraquiri. Sin embargo, soy benévolo y tendré piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza para abreviar tu sufrimiento.
El samurái accedió y se preparó para la ceremonia. Cuando ya notaba la punta del cuchillo sobre su abdomen, el maestro le preguntó:
— ¿Oyes ahora los maullidos?
—Oh, no. ¡Ahora no!
—Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras.
En realidad, todos somos muy parecidos al samurái. Ansiosos, atormentados, miedosos y quejicas. La menor cosa nos espanta y los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al miau de la historia. Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?
Un samurái se disponía a cocinar el pez que acababa de pescar cuando su gato dio un salto y le robó su presa. El hombre se enfureció, sacó su sable y de un golpe partió al gato en dos. Como era amante de los animales, el remordimiento de haber matado a un ser vivo por un arrebato no le dejaba vivir en paz. De noche solo soñaba con maullidos... ¡Miau! ¡Miau!... La obsesión le perseguía, así que un día fue a visitar a un maestro, quien le dijo:
—Eres un guerrero, ¿cómo has podido caer tan bajo? Si no puedes vencer por ti mismo los miaus, mereces hacerte el haraquiri. Sin embargo, soy benévolo y tendré piedad de ti. Cuando comiences a abrirte el vientre, te cortaré la cabeza para abreviar tu sufrimiento.
El samurái accedió y se preparó para la ceremonia. Cuando ya notaba la punta del cuchillo sobre su abdomen, el maestro le preguntó:
— ¿Oyes ahora los maullidos?
—Oh, no. ¡Ahora no!
—Entonces, si han desaparecido, no es necesario que mueras.
En realidad, todos somos muy parecidos al samurái. Ansiosos, atormentados, miedosos y quejicas. La menor cosa nos espanta y los problemas que nos preocupan no tienen la importancia que les otorgamos. Son parecidos al miau de la historia. Ante la muerte, ¿qué cosa hay que importe?