LOS TÁBANOS Y LAS ABEJAS
Un grupo de tábanos y de abejas encontraron en el suelo un trozo de miel sin dueño. Y ambos la reclamaron para ellos. Discutían tanto que llevaron el pleito hasta el juez, el gran abejorro, quien pidió la comparecencia de algunos testigos. Acudió al juicio la moscarda
—Señoría. Es cierto que yo vi a insectos como las abejas, pero oscuros como los tábanos, revolotear sobre el trozo de miel. No cabe duda de que los tábanos dicen la verdad.
Comparecieron también el zorro y el conejo, y ambos le dieron la razón a la moscarda: la miel era obra de los tábanos. Tras una semana de deliberaciones, las abejas comenzaron a impacientarse, porque el abejorro aún no había dictado sentencia. Una de las abejas acudió a hablar con él.
—Señor juez. Debe dictar ya sentencia o la miel se echará a perder. Y como aún tiene dudas, le propongo que abejas y tábanos demuestren cómo es la miel que fabrican.
Los tábanos, allí presentes, rechazaron la prueba y dieron media vuelta.
—Queda claro de quién es la miel— dijo el juez.
Esta historia nos enseña que una verdad no se demuestra con palabras, sino con actos.
Un grupo de tábanos y de abejas encontraron en el suelo un trozo de miel sin dueño. Y ambos la reclamaron para ellos. Discutían tanto que llevaron el pleito hasta el juez, el gran abejorro, quien pidió la comparecencia de algunos testigos. Acudió al juicio la moscarda
—Señoría. Es cierto que yo vi a insectos como las abejas, pero oscuros como los tábanos, revolotear sobre el trozo de miel. No cabe duda de que los tábanos dicen la verdad.
Comparecieron también el zorro y el conejo, y ambos le dieron la razón a la moscarda: la miel era obra de los tábanos. Tras una semana de deliberaciones, las abejas comenzaron a impacientarse, porque el abejorro aún no había dictado sentencia. Una de las abejas acudió a hablar con él.
—Señor juez. Debe dictar ya sentencia o la miel se echará a perder. Y como aún tiene dudas, le propongo que abejas y tábanos demuestren cómo es la miel que fabrican.
Los tábanos, allí presentes, rechazaron la prueba y dieron media vuelta.
—Queda claro de quién es la miel— dijo el juez.
Esta historia nos enseña que una verdad no se demuestra con palabras, sino con actos.