MANOS ABIERTAS
Un día de final de verano, un niño paseaba por la playa con su madre cuando, de repente, la miró con lágrimas en los ojos y le confesó: «Mamá, estoy muy triste porque ya se termina el verano y regresaremos a la ciudad». Su madre, algo sorprendida, dijo: «Pero, hijo, ¡si te he visto disfrutar de las vacaciones como nunca! ¿Qué es lo que te entristece tanto?». Entonces el niño respondió apenado: «He tenido la suerte de conocer a una gran amiga y ahora tengo que separarme de ella. No quiero perderla. Dime, ¿qué puedo hacer para conservarla?».
La madre se quedó pensativa durante un buen rato, hasta que se inclinó, recogió arena con sus dos manos y le dijo a su hijo: «Te lo voy a explicar con un ejemplo». Seguidamente, con las dos palmas abiertas hacia arriba, apretó una de las manos con mucha fuerza. Como resultado, la arena se escapó entre sus dedos. Y cuanto más apretaba el puño, más arena se le escapaba. En cambio, en la otra mano que permanecía bien abierta con la palma hacia arriba, se quedó intacta la arena que había recogido. El chico observó maravillado el ejemplo de su madre y pronto entendió que solo con franqueza y libertad se puede mantener una amistad, y que el hecho de intentar retenerla o encerrarla significa perderla.
Un día de final de verano, un niño paseaba por la playa con su madre cuando, de repente, la miró con lágrimas en los ojos y le confesó: «Mamá, estoy muy triste porque ya se termina el verano y regresaremos a la ciudad». Su madre, algo sorprendida, dijo: «Pero, hijo, ¡si te he visto disfrutar de las vacaciones como nunca! ¿Qué es lo que te entristece tanto?». Entonces el niño respondió apenado: «He tenido la suerte de conocer a una gran amiga y ahora tengo que separarme de ella. No quiero perderla. Dime, ¿qué puedo hacer para conservarla?».
La madre se quedó pensativa durante un buen rato, hasta que se inclinó, recogió arena con sus dos manos y le dijo a su hijo: «Te lo voy a explicar con un ejemplo». Seguidamente, con las dos palmas abiertas hacia arriba, apretó una de las manos con mucha fuerza. Como resultado, la arena se escapó entre sus dedos. Y cuanto más apretaba el puño, más arena se le escapaba. En cambio, en la otra mano que permanecía bien abierta con la palma hacia arriba, se quedó intacta la arena que había recogido. El chico observó maravillado el ejemplo de su madre y pronto entendió que solo con franqueza y libertad se puede mantener una amistad, y que el hecho de intentar retenerla o encerrarla significa perderla.