Trae pegada a los ojos la
niebla de los
trenes;
en su libro de adioses una
calle.
Pecho arriba custodia los harapos de un tigre.
Tantas y tantas
noches
sirviendo a la
costumbre
cegaron su rescoldo.
Recorre la ciudad como una
sombra.
Alto y desasistido, va dejando,
lo mismo que la tarde, su ceniza.