Buenas noches Ana Olmos Feliz noche de San Juan Que lo pases muy bien. Un saludo y hasta mañana por la tarde.. Un saludo
La historia de cien mil murciélagos que decidieron ser gaviotas. (Capitulo 3º)
ESTABAMOS LEYENDO AYER... La historia de dos mil mapaches que querían ser hamburguesas. O ¿era el revés? ¿murciélagos que querían ser mapaches? O ¿hamburguesas que qerían ser gaviotas?
Bueno, sigamos, con la historia.....
Pero ya no había Villa Puercospín, por que lo habían asfaltado todo para hacer una autopista. Y allí, en el medio del asfalto, Espinete vió los restos de sus padres, que habían cruzado la carretera para hacer la compra. Su madre, con la cara aplanada contra el asfalto, le dijo, en un hilillo de voz, que había sido el príncipe Harry, en su descapotable de los sábados, quien les había pasado por encima. Y Espinete, un bicho rosa de dos metros y medio, clamó venganza contra Harry, una venganza que llevaba tiempo cociéndose.
Yo estaba allí mirando, porque estábamos pintando la autopista, y la verdad es que me acojoné. Pero aproveché la ocasión y le dije al Rupestre: Vés allí y dile que eres el príncipe Harry. Y en cuanto se lo dijo Espinete le dijo que él no era, porque lo había visto mil millones de veces llendo de putas y sabía que no era así. Entonces Espinete le preguntó que de parte de quién venía, y Rupestre me señaló y dijo que de parte del chico guapo aquel. Y Espinete me miró al principio cabreado, pero luego cambió a cara de enamoramiento, y la verdad, para qué engañarnos, a mí me moló que le pusiera, aunque no fuera mi tipo. Así que recogió a sus padres del suelo, aún con las bolsas de Alcampo, y les dijo mientras lloraba que los devolvería al lugar al que pertenecían. Y de una patada los mandó para un campo que estaba siendo abonado, y no al plus, precisamente. Y el principe Harry, que estaba visitando la autopista como artista invitado, paró a nuestro lado, y me preguntó si tenía papel. Yo le dije que si quería cagar había un bar en la siguiente manzana. Pero me preguntó que si tenía papel de fumar, y yo me indigné todo, porque ni que tuviera yo cara de porrero, oye. Así que escondí el librillo y le dije que no.
Y Espinete apareció a su lado y lo sacó del coche por la ventanilla, y el Chemari intentó pararlo, pero siempre que trataba de agarrarlo por la espalda, se pinchaba. Y Espinete mató al principe Harry, delante de nuestros propios ojos. Y escaparon monte abajo, y Don Pimpón con ellos, aunque no estaba allí, pero si no, no tiene sentido después.
Y vino la policía y nos empezó a hacer preguntas y yo dije que no sabía nada y mi compañero, el Silvestre dió nombres, apellidos y D. N. I. s. Y yo volví a meterme el D. N. I. en la cartera, mientras le decía al Silvestre que se estuviera quieto. Y Espinete, Chemari y la otra cosa, sabiéndose perseguidos, recalaron en un tranquilo barrio llamado Sésamo, pero tuvieron que cambiar sus nombres y sus identidades. Los nuevos eran Hespinete, Chema el panadero, que seguía trabajando en la harina, y Don Pimpón, que no se lo cambió porque, en realidad, era un policía de la secreta, y no le hacía falta. Y mientras esperaba el momento de trincar a Espinete, recordaba cuando era pequeño, y era un erizo hermosote y negrote, y su hermano recién nacido, un apestoso bebé rosa, le tiró la sopa hirviendo por todo el cuerpo y lo dejó irreconocible. Su padre se avergonzaba de él y lo tiró por un barranco abajo. Y por eso, en barrio Sésamo se acostaba todas las noches con un cuchillo en la mano, mirando la cama de Espinete, intentando reunir valor mientras escuchaba el ruido lejano que hacía al rebotar en las rocas del barranco: pim... pom... pim... pom... pim... pom...
ESTABAMOS LEYENDO AYER... La historia de dos mil mapaches que querían ser hamburguesas. O ¿era el revés? ¿murciélagos que querían ser mapaches? O ¿hamburguesas que qerían ser gaviotas?
Bueno, sigamos, con la historia.....
Pero ya no había Villa Puercospín, por que lo habían asfaltado todo para hacer una autopista. Y allí, en el medio del asfalto, Espinete vió los restos de sus padres, que habían cruzado la carretera para hacer la compra. Su madre, con la cara aplanada contra el asfalto, le dijo, en un hilillo de voz, que había sido el príncipe Harry, en su descapotable de los sábados, quien les había pasado por encima. Y Espinete, un bicho rosa de dos metros y medio, clamó venganza contra Harry, una venganza que llevaba tiempo cociéndose.
Yo estaba allí mirando, porque estábamos pintando la autopista, y la verdad es que me acojoné. Pero aproveché la ocasión y le dije al Rupestre: Vés allí y dile que eres el príncipe Harry. Y en cuanto se lo dijo Espinete le dijo que él no era, porque lo había visto mil millones de veces llendo de putas y sabía que no era así. Entonces Espinete le preguntó que de parte de quién venía, y Rupestre me señaló y dijo que de parte del chico guapo aquel. Y Espinete me miró al principio cabreado, pero luego cambió a cara de enamoramiento, y la verdad, para qué engañarnos, a mí me moló que le pusiera, aunque no fuera mi tipo. Así que recogió a sus padres del suelo, aún con las bolsas de Alcampo, y les dijo mientras lloraba que los devolvería al lugar al que pertenecían. Y de una patada los mandó para un campo que estaba siendo abonado, y no al plus, precisamente. Y el principe Harry, que estaba visitando la autopista como artista invitado, paró a nuestro lado, y me preguntó si tenía papel. Yo le dije que si quería cagar había un bar en la siguiente manzana. Pero me preguntó que si tenía papel de fumar, y yo me indigné todo, porque ni que tuviera yo cara de porrero, oye. Así que escondí el librillo y le dije que no.
Y Espinete apareció a su lado y lo sacó del coche por la ventanilla, y el Chemari intentó pararlo, pero siempre que trataba de agarrarlo por la espalda, se pinchaba. Y Espinete mató al principe Harry, delante de nuestros propios ojos. Y escaparon monte abajo, y Don Pimpón con ellos, aunque no estaba allí, pero si no, no tiene sentido después.
Y vino la policía y nos empezó a hacer preguntas y yo dije que no sabía nada y mi compañero, el Silvestre dió nombres, apellidos y D. N. I. s. Y yo volví a meterme el D. N. I. en la cartera, mientras le decía al Silvestre que se estuviera quieto. Y Espinete, Chemari y la otra cosa, sabiéndose perseguidos, recalaron en un tranquilo barrio llamado Sésamo, pero tuvieron que cambiar sus nombres y sus identidades. Los nuevos eran Hespinete, Chema el panadero, que seguía trabajando en la harina, y Don Pimpón, que no se lo cambió porque, en realidad, era un policía de la secreta, y no le hacía falta. Y mientras esperaba el momento de trincar a Espinete, recordaba cuando era pequeño, y era un erizo hermosote y negrote, y su hermano recién nacido, un apestoso bebé rosa, le tiró la sopa hirviendo por todo el cuerpo y lo dejó irreconocible. Su padre se avergonzaba de él y lo tiró por un barranco abajo. Y por eso, en barrio Sésamo se acostaba todas las noches con un cuchillo en la mano, mirando la cama de Espinete, intentando reunir valor mientras escuchaba el ruido lejano que hacía al rebotar en las rocas del barranco: pim... pom... pim... pom... pim... pom...