En el presente artículo, desglosado en dos partes, la segunda de las cuales será publicada en el próximo número, el autor, especialista en Lengua y Literatura y docente en un centro de Madrid, analiza la actual abundancia de errores ortográficos en nuestros escolares, estableciendo un diagnóstico sobre sus posibles causas, y plantea una serie de soluciones para la corrección de esta situación, presente asimismo en el conjunto de la sociedad española.
Las faltas de ortografía: diagnóstico
De sus causas y propuesta de soluciones para su eliminación (y)
Fernando Carratalá Teruel
Catedrático de Lengua Española y Literatura en el instituto
“Rey Pastor”, de Madrid
ON los métodos pedagógicos
actuales es difícil encontrar una explicación satisfactoria para el abultado número de errores ortográficos que los escolares -particularmente los instalados en la Educación Secundaria- cometen cuando traducen gráficamente sus pensamientos; o para las continuas impropiedades de que hacen gala en el uso del léxico; o para la presencia en sus escritos de todo tipo de construcciones "aberrantes" desde un punto de vista gramatical. Esta situación, tan normal en nuestras aulas, viene a poner de manifiesto carencias -más estructurales que coyunturales- en el proceso de enseñanza-aprendizaje del lenguaje, desde los primeros niveles de escolarización. El caos ortográfico que existente actualmente en el ámbito escolar requiere una inmediata toma conciencia exacta de la gravedad de un problema cuya solución no es sólo competencia de la autoridad educativa, pues debe atajarse -según nuestro parecer- con la decidida implicación de todos los sectores sociales: alumnos, profesores, familias, medios de comunicación, etc.
Son muchas las causas que han conducido a la ortografía a la situación de menosprecio en la que hoy se encuentra. A partir del análisis de algunas de ellas, vamos a proponer determinadas estrategias didácticas para intentar obtener un aprendizaje realmente efectivo en los niveles educativos de la Educación Secundaria, así como para, en la medida de lo posible, poner remedio a la situación de fracaso ortográfico generalizado que -insistimos- alcanza a buena parte de nuestros escolares, y que se hace tanto más patente cuanto más inferior es el tramo educativo en el que se encuentran.
De las posibles causas de las faltas de ortografía
Entre las posibles causas de las faltas de ortografía cabe mencionar la aversión por la lectura de muchos escolares, que les impide el contacto directo con las palabras. Al docente corresponde la grata tarea de ir desarrollando en los escolares una actitud favorable hacia la lectura que, sin duda, habrá de contribuir a su formación integral; lectura que, por otra parte, servirá para aumentare lo que, en términos chomskyanos, podríamos llamar la competencia lingüística de dichos escolares, pues no sólo permite la fijación visual de la ortografía de las palabras, sino también la asimilación de su significado contextual. De esta forma, la lectura se convierte en el mejor de los caminos para escribir las palabras con la exactitud gráfica que el uso correcto de la lengua exige, así como para conocer el léxico en profundidad y, en consecuencia, emplear las palabras cada vez con mayor propiedad y precisión.
Y para despertar en los escolares un progresivo interés hacia la lectura, es necesario proporcionarles textos seleccionados con el máximo rigor; textos que se adecuen a los niveles de maduración intelectual de los lectores a quienes van dirigidos, y cuyo contenido resulte lo suficientemente sugestivo como para atraer de inmediato su atención y entronque, además, con el mundo de sensaciones, sentimientos y vivencias en que se desenvuelven.
Hágase la prueba, en efecto, de poner en manos de jóvenes escolarizados libros elegidos con todo cuidado en razón de los posibles lectores -de entre la amplísima oferta editorial en literatura juvenil "de calidad"-, y se podrá comprobar, con satisfacción, que no faltan lectores para los buenos libros; y que, por tanto, es el docente el que tiene la irrenunciable responsabilidad de facilitar a los escolares el encuentro con los mejores maestros de lectura: esos buenos libros que, aun sin que ellos mismos lo sepan, están reclamando su atención. Porque es lo cierto que la mayoría de las editoriales dedicadas a esta clase de publicaciones -muchas de ellas vinculadas también al libro de texto- incluye en sus fondos bibliográficos libros sobre los más variados asuntos, de indudable valor educativo y alta calidad literaria. Al docente corresponde descubrir cuáles son los que mejor se adecuan a la idiosincrasia de cada uno de los escolares cuya educación le ha sido confiada, para ir despertando en ellos esa pasión por la lectura que, de lograrse, les acompañará siempre. Porque lo que es evidente es que, cuando los textos no conectan con los intereses efectivos de los escolares, suelen surgir actitudes de rechazo hacia la lectura que, de ser persistentes, pueden cerrarles la puerta de acceso al disfrute de los valores estéticos y al puro -y desinteresado- placer de leer.
Otra de las causas sería el descrédito social de la convención ortográfica, que ha ido perdiendo prestigio en la misma medida en que se han ido acrecentando las faltas de ortografía en gentes de la más variada extracción social; indiferencia de amplios sectores del profesorado ante los errores ortográficos que cometen los escolares en sus escritos; desidia de esos mismos escolares, para quienes las equivocaciones ortográficas carecen de la menor importancia, tanto más si producen en áreas y materias que “nada tienen que ver” con el lenguaje; y, finalmente, descuido frecuente de los medios de comunicación, con su parte de responsabilidad en la degradación de la lengua.
Responsabilidades en la degradación de la lengua
Responsabilidad de todos es tratar de recuperar el prestigio de la exactitud gráfica, inculcando en los jóvenes una conciencia ortográfica que se traduzca en una actitud favorable hacia la correcta escritura.
Responsabilidad, en primer lugar, de los profesores -sean o no de Lengua Castellana y Literatura-, que deben -debemos- luchar contra la pérdida de valor de las faltas de ortografía dentro del sistema educativo, y sancionar -aunque sea ante la incomprensión general- los errores ortográficos en las áreas y materias en que se comentan, sean estas cuales fueren.
Responsabilidad, también, de los propios escolares, que no deben claudicar ante la falacia de que las faltas de ortografía no encierran ninguna gravedad porque todo el mundo las comete; y que han de asumir que la enseñanza de la ortografía y la sanción de las faltas no es incumbencia exclusiva del profesorado de Lengua Castellana y Literatura, y que las equivocaciones ortográficas han de ser valoradas en el ámbito de las áreas curriculares en que se produzcan. A este respecto, invocamos aquí la indiscutible autoridad del profesor y académico Fernando Lázaro Carreter -a quien nunca agradeceremos bastante sus esfuerzos por mejorar las capacidades comunicativas de los españoles y por elevar los niveles de expresión de los alumnos escolarizados en todos los tramos educativos-, tomándole prestada una larga cita que cuenta con casi treinta años de antigüedad y que, a día de hoy, sigue teniendo plena vigencia: “La observancia de la ortografía es un síntoma de pulcritud mental, de hábitos intelectuales de exactitud. Puede afirmarse, a priori, que un alumno que no cuida aquel aspecto de la escritura está ante el saber en actitud ajena y distinta; es seguro que no entra en los problemas porque no los entiende, no los convierte en algo que le afecte. Es el tipo de estudiante, tan característico de nuestro tiempo, para quien estudiar -aunque lo haga intensamente- es un quehacer sobreañadido y no incorporado a su vida. Sobre esta situación -que luego producirá el pavoroso espécimen del semianalfabeto ilustrado-, es posible actuar desde distintos frentes; uno de ellos, quizá el más eficaz, es la exigencia de una expresión pulcra, comenzando por este nivel inferior de la ortografía”.
Responsabilidad, finalmente, de los medios de comunicación, que no siempre defienden como debieran la corrección ortográfica y la propiedad léxica, por más que publiquen manuales cuya finalidad principal parece ser, precisamente, la de prevenir posibles errores lingüísticos. Es justo reconocer aquí, no obstante, que importantes empresas dedicadas a la comunicación han publicado obras destinadas a evitar la proliferación de errores lingüísticos. Una de las últimas de que tenemos noticia es la titulada Diccionario de español urgente, y cuya autoría recae en el Departamento de Español Urgente (DEU) de la Agencia EFE (2). Por otra parte, no son pocos los académicos -Fernando Lázaro Carreter, Alonso Zamora Vicente, Valentín García Yebra...- que, desde las páginas de opinión de los principales diarios, denuncian, una y otra vez, el aluvión de errores lingüísticos que se vienen cometiendo, de forma más o menos sistemática, en -y desde- los distintos medios de comunicación, con el consiguiente quebranto que ello comporta a la expresión correcta y apropiada. En este sentido, queremos citar aquí, expresamente, la obra de Lázaro Carreter El dardo en la palabra (3), en la que se recogen los artículos publicados por quien en su día fue Director de la Real Academia Española, a lo largo de varios años -desde 1975 hasta 1996-, en varios periódicos españoles -fundamentalmente en el diario ABC-, y en los que quedan al descubierto “las tundas que está recibiendo el idioma” y la responsabilidad directa que los medios de comunicación tienen en su permanente degradación; libro este de obligada lectura que puede conducir a series reflexiones individuales. Con El nuevo dardo en la palabra, (4) el profesor Lázaro Carreter sigue sorprendiéndonos gratamente a sus lectores habituales e incondicionales con sus apasionantes reflexiones acerca del uso correcto y apropiado de las palabras, en unos momentos en que la vulgaridad se adueña del lenguaje.
(1) La cita está tomada del Memorándum del profesor, y (pág. 11) que acompaña a la destacada y conocida obra -en dos volúmenes- Lengua Española: Historia, teoría y práctica. Salamanca, Ediciones Anaya, 1975. Manuales de Orientación Universitaria.
(2)Madrid, Agencia EFE-Ediciones SM, 2001.
(3) Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1997.
(4) Aguilar, 2003. La obra incluye artículos publicados en el diario El País desde 1999.
Las faltas de ortografía: diagnóstico
De sus causas y propuesta de soluciones para su eliminación (y)
Fernando Carratalá Teruel
Catedrático de Lengua Española y Literatura en el instituto
“Rey Pastor”, de Madrid
ON los métodos pedagógicos
actuales es difícil encontrar una explicación satisfactoria para el abultado número de errores ortográficos que los escolares -particularmente los instalados en la Educación Secundaria- cometen cuando traducen gráficamente sus pensamientos; o para las continuas impropiedades de que hacen gala en el uso del léxico; o para la presencia en sus escritos de todo tipo de construcciones "aberrantes" desde un punto de vista gramatical. Esta situación, tan normal en nuestras aulas, viene a poner de manifiesto carencias -más estructurales que coyunturales- en el proceso de enseñanza-aprendizaje del lenguaje, desde los primeros niveles de escolarización. El caos ortográfico que existente actualmente en el ámbito escolar requiere una inmediata toma conciencia exacta de la gravedad de un problema cuya solución no es sólo competencia de la autoridad educativa, pues debe atajarse -según nuestro parecer- con la decidida implicación de todos los sectores sociales: alumnos, profesores, familias, medios de comunicación, etc.
Son muchas las causas que han conducido a la ortografía a la situación de menosprecio en la que hoy se encuentra. A partir del análisis de algunas de ellas, vamos a proponer determinadas estrategias didácticas para intentar obtener un aprendizaje realmente efectivo en los niveles educativos de la Educación Secundaria, así como para, en la medida de lo posible, poner remedio a la situación de fracaso ortográfico generalizado que -insistimos- alcanza a buena parte de nuestros escolares, y que se hace tanto más patente cuanto más inferior es el tramo educativo en el que se encuentran.
De las posibles causas de las faltas de ortografía
Entre las posibles causas de las faltas de ortografía cabe mencionar la aversión por la lectura de muchos escolares, que les impide el contacto directo con las palabras. Al docente corresponde la grata tarea de ir desarrollando en los escolares una actitud favorable hacia la lectura que, sin duda, habrá de contribuir a su formación integral; lectura que, por otra parte, servirá para aumentare lo que, en términos chomskyanos, podríamos llamar la competencia lingüística de dichos escolares, pues no sólo permite la fijación visual de la ortografía de las palabras, sino también la asimilación de su significado contextual. De esta forma, la lectura se convierte en el mejor de los caminos para escribir las palabras con la exactitud gráfica que el uso correcto de la lengua exige, así como para conocer el léxico en profundidad y, en consecuencia, emplear las palabras cada vez con mayor propiedad y precisión.
Y para despertar en los escolares un progresivo interés hacia la lectura, es necesario proporcionarles textos seleccionados con el máximo rigor; textos que se adecuen a los niveles de maduración intelectual de los lectores a quienes van dirigidos, y cuyo contenido resulte lo suficientemente sugestivo como para atraer de inmediato su atención y entronque, además, con el mundo de sensaciones, sentimientos y vivencias en que se desenvuelven.
Hágase la prueba, en efecto, de poner en manos de jóvenes escolarizados libros elegidos con todo cuidado en razón de los posibles lectores -de entre la amplísima oferta editorial en literatura juvenil "de calidad"-, y se podrá comprobar, con satisfacción, que no faltan lectores para los buenos libros; y que, por tanto, es el docente el que tiene la irrenunciable responsabilidad de facilitar a los escolares el encuentro con los mejores maestros de lectura: esos buenos libros que, aun sin que ellos mismos lo sepan, están reclamando su atención. Porque es lo cierto que la mayoría de las editoriales dedicadas a esta clase de publicaciones -muchas de ellas vinculadas también al libro de texto- incluye en sus fondos bibliográficos libros sobre los más variados asuntos, de indudable valor educativo y alta calidad literaria. Al docente corresponde descubrir cuáles son los que mejor se adecuan a la idiosincrasia de cada uno de los escolares cuya educación le ha sido confiada, para ir despertando en ellos esa pasión por la lectura que, de lograrse, les acompañará siempre. Porque lo que es evidente es que, cuando los textos no conectan con los intereses efectivos de los escolares, suelen surgir actitudes de rechazo hacia la lectura que, de ser persistentes, pueden cerrarles la puerta de acceso al disfrute de los valores estéticos y al puro -y desinteresado- placer de leer.
Otra de las causas sería el descrédito social de la convención ortográfica, que ha ido perdiendo prestigio en la misma medida en que se han ido acrecentando las faltas de ortografía en gentes de la más variada extracción social; indiferencia de amplios sectores del profesorado ante los errores ortográficos que cometen los escolares en sus escritos; desidia de esos mismos escolares, para quienes las equivocaciones ortográficas carecen de la menor importancia, tanto más si producen en áreas y materias que “nada tienen que ver” con el lenguaje; y, finalmente, descuido frecuente de los medios de comunicación, con su parte de responsabilidad en la degradación de la lengua.
Responsabilidades en la degradación de la lengua
Responsabilidad de todos es tratar de recuperar el prestigio de la exactitud gráfica, inculcando en los jóvenes una conciencia ortográfica que se traduzca en una actitud favorable hacia la correcta escritura.
Responsabilidad, en primer lugar, de los profesores -sean o no de Lengua Castellana y Literatura-, que deben -debemos- luchar contra la pérdida de valor de las faltas de ortografía dentro del sistema educativo, y sancionar -aunque sea ante la incomprensión general- los errores ortográficos en las áreas y materias en que se comentan, sean estas cuales fueren.
Responsabilidad, también, de los propios escolares, que no deben claudicar ante la falacia de que las faltas de ortografía no encierran ninguna gravedad porque todo el mundo las comete; y que han de asumir que la enseñanza de la ortografía y la sanción de las faltas no es incumbencia exclusiva del profesorado de Lengua Castellana y Literatura, y que las equivocaciones ortográficas han de ser valoradas en el ámbito de las áreas curriculares en que se produzcan. A este respecto, invocamos aquí la indiscutible autoridad del profesor y académico Fernando Lázaro Carreter -a quien nunca agradeceremos bastante sus esfuerzos por mejorar las capacidades comunicativas de los españoles y por elevar los niveles de expresión de los alumnos escolarizados en todos los tramos educativos-, tomándole prestada una larga cita que cuenta con casi treinta años de antigüedad y que, a día de hoy, sigue teniendo plena vigencia: “La observancia de la ortografía es un síntoma de pulcritud mental, de hábitos intelectuales de exactitud. Puede afirmarse, a priori, que un alumno que no cuida aquel aspecto de la escritura está ante el saber en actitud ajena y distinta; es seguro que no entra en los problemas porque no los entiende, no los convierte en algo que le afecte. Es el tipo de estudiante, tan característico de nuestro tiempo, para quien estudiar -aunque lo haga intensamente- es un quehacer sobreañadido y no incorporado a su vida. Sobre esta situación -que luego producirá el pavoroso espécimen del semianalfabeto ilustrado-, es posible actuar desde distintos frentes; uno de ellos, quizá el más eficaz, es la exigencia de una expresión pulcra, comenzando por este nivel inferior de la ortografía”.
Responsabilidad, finalmente, de los medios de comunicación, que no siempre defienden como debieran la corrección ortográfica y la propiedad léxica, por más que publiquen manuales cuya finalidad principal parece ser, precisamente, la de prevenir posibles errores lingüísticos. Es justo reconocer aquí, no obstante, que importantes empresas dedicadas a la comunicación han publicado obras destinadas a evitar la proliferación de errores lingüísticos. Una de las últimas de que tenemos noticia es la titulada Diccionario de español urgente, y cuya autoría recae en el Departamento de Español Urgente (DEU) de la Agencia EFE (2). Por otra parte, no son pocos los académicos -Fernando Lázaro Carreter, Alonso Zamora Vicente, Valentín García Yebra...- que, desde las páginas de opinión de los principales diarios, denuncian, una y otra vez, el aluvión de errores lingüísticos que se vienen cometiendo, de forma más o menos sistemática, en -y desde- los distintos medios de comunicación, con el consiguiente quebranto que ello comporta a la expresión correcta y apropiada. En este sentido, queremos citar aquí, expresamente, la obra de Lázaro Carreter El dardo en la palabra (3), en la que se recogen los artículos publicados por quien en su día fue Director de la Real Academia Española, a lo largo de varios años -desde 1975 hasta 1996-, en varios periódicos españoles -fundamentalmente en el diario ABC-, y en los que quedan al descubierto “las tundas que está recibiendo el idioma” y la responsabilidad directa que los medios de comunicación tienen en su permanente degradación; libro este de obligada lectura que puede conducir a series reflexiones individuales. Con El nuevo dardo en la palabra, (4) el profesor Lázaro Carreter sigue sorprendiéndonos gratamente a sus lectores habituales e incondicionales con sus apasionantes reflexiones acerca del uso correcto y apropiado de las palabras, en unos momentos en que la vulgaridad se adueña del lenguaje.
(1) La cita está tomada del Memorándum del profesor, y (pág. 11) que acompaña a la destacada y conocida obra -en dos volúmenes- Lengua Española: Historia, teoría y práctica. Salamanca, Ediciones Anaya, 1975. Manuales de Orientación Universitaria.
(2)Madrid, Agencia EFE-Ediciones SM, 2001.
(3) Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 1997.
(4) Aguilar, 2003. La obra incluye artículos publicados en el diario El País desde 1999.