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ZAGRA: FELIZ AÑO...

Deseo felicitarles el nuevo año con esta reflexión:

“Todos los hombres se empeñan por naturaleza en conocer” (Aristóteles).

Este es el origen de la ciencia: la curiosidad y el deseo de saber. La necesidad de trascender es otra característica que nos puede definir, pero que responde a otras exigencias. Mas, nuestro primer pecado, aquél por el que se expulsó del Paraíso, no fue por la desobediencia.

Cuando leí por primera vez “el árbol de la ciencia”, de Pío Baroja, estuve de acuerdo en su apreciación. Dos árboles se nos presentan siempre: el de la vida y el de la ciencia. El primero representa lo que había en el Paraíso: la vida segura y tranquila, el disfrute de los placeres, la mudez de la conciencia (porque no hablaba quien no existía), la felicidad del canario en su jaula. El árbol de la ciencia, del bien y del mal, acarrea otros compromisos y otras inquietudes: la con-ciencia y su grito, el planteamiento eterno, el cuestionamiento de todo lo incuestionable, la independencia y la libertad con todo su precio. ¿Acaso no aporta más vida el árbol de la ciencia? Yo creo que se siente de una manera mucho más entrañable y que, como todo lo que vale, debe costar conseguirlo.

Unamuno, “Del sentido trágico de la vida”, repite esta idea con todo detalle. El origen del conocimiento nace de la necesidad de querer vivir. Necesidad de conocer para vivir, primero, que luego se ve sobrepasada en exceso constituyendo otra nueva necesidad: el conocer por conocer, un querer conocer la verdad por la verdad misma, aunque el Talmud judío pueda confundirnos en una primera lectura cuando afirma: “ allí donde hay abundancia de ciencia, hay abundancia de pesadumbre y el que aumenta su ciencia aumenta su dolor”. Indudablemente aumenta su dolor porque cuanto más se sabe, más se tiene la conciencia de todo lo que aún se ignora.

Kiko

FELIZ AÑO
Cando te pones filosófico eres imparable.
A ese kiko me gusta leer