La memoria es tan selectiva que sabe quedarse con aquello que necesita para sobrevivir y desechar lo triste y doloroso que le pueda martirizar, que consigue que la vida, aún sufrida, se haga al menos lo suficientemente soportable.
En esa memoria nuestra, selectiva y benévola, como una isla en nuestra infancia, naufraga Zagra, el paraíso perdido. (Se ama siempre lo perdido. También se le canta). Y aquí estamos todos, en este punto de encuentro, reclamando cada uno su parcela de paraíso, su sueño inacabado, su esperanza de tiempo pasado, con la intención de encontrar algo que nos ate aún más al recuerdo de una infancia que, aún sin grandes artilugios, se derramaba amable por las calles, plaza, fuente, olivar y escuela, en juegos infantiles y tardes veraniegas inacabables.
Los recuerdos de un paraíso que se hace personal e intransferible. Paraísos de los que fueron expulsados entonces muchos andaluces bajo la espada esperanzadora de la inmigración o, no tan generosa, del exilio político. En Zagra ocurrió más de lo primero que de lo segundo. Pero en ambos casos se trata de un rompimiento agresivo. Algo que nunca llega a superarse, que se lleva como una marca, como un signo inconfundible y que arrastra comportamientos muy parecidos entre las personas que lo sufren.
Zagra siempre será un paraíso perdido en la memoria de los muchos que se vieron obligados a salir del pueblo para buscar un futuro mejor. Será siempre una referencia, a veces odiada, rechazada, porque nadie puede perdonar el desgarro, pero una referencia que marcará nuestras vidas y nuestras inquietudes. Decía un amigo mío que a él lo parió la tierra igual que lo parió su madre, con dolor… Y uno es de quien lo pare, aunque luego te adopten o te acojan o te tutelen. Zagra nos ha parido y eso es algo que ya no olvidaremos nunca y que siempre estará presente.
Y pienso esto, mientras escucho “los momentos” de Eduardo Gatti, mientras la luna se rompe en luz y las estrellas me devuelven sus guiños de eterno pasado.
kiko
En esa memoria nuestra, selectiva y benévola, como una isla en nuestra infancia, naufraga Zagra, el paraíso perdido. (Se ama siempre lo perdido. También se le canta). Y aquí estamos todos, en este punto de encuentro, reclamando cada uno su parcela de paraíso, su sueño inacabado, su esperanza de tiempo pasado, con la intención de encontrar algo que nos ate aún más al recuerdo de una infancia que, aún sin grandes artilugios, se derramaba amable por las calles, plaza, fuente, olivar y escuela, en juegos infantiles y tardes veraniegas inacabables.
Los recuerdos de un paraíso que se hace personal e intransferible. Paraísos de los que fueron expulsados entonces muchos andaluces bajo la espada esperanzadora de la inmigración o, no tan generosa, del exilio político. En Zagra ocurrió más de lo primero que de lo segundo. Pero en ambos casos se trata de un rompimiento agresivo. Algo que nunca llega a superarse, que se lleva como una marca, como un signo inconfundible y que arrastra comportamientos muy parecidos entre las personas que lo sufren.
Zagra siempre será un paraíso perdido en la memoria de los muchos que se vieron obligados a salir del pueblo para buscar un futuro mejor. Será siempre una referencia, a veces odiada, rechazada, porque nadie puede perdonar el desgarro, pero una referencia que marcará nuestras vidas y nuestras inquietudes. Decía un amigo mío que a él lo parió la tierra igual que lo parió su madre, con dolor… Y uno es de quien lo pare, aunque luego te adopten o te acojan o te tutelen. Zagra nos ha parido y eso es algo que ya no olvidaremos nunca y que siempre estará presente.
Y pienso esto, mientras escucho “los momentos” de Eduardo Gatti, mientras la luna se rompe en luz y las estrellas me devuelven sus guiños de eterno pasado.
kiko