La noche termina por imponerse, mientras las sombras de los olivos se alargan cargados de somnolientos pájaros. Aún recuerdo aquellas madrugadas donde el eco de los cascos de las bestias, que salían al campo, rompían los silencios de las calles tristemente alumbradas, el ladrido lejano y prolongado de los perros callejeros y el inmenso cielo cuajado donde rabiaban en luz las estrellas.
Yo creo que el mundo está hecho de silencios, de infinitos silencios que nos recuerdan el silencio primero de la primera nada, antes de la gran explosión o el guiño de Dios, antes de que el relámpago del sueño diera paso al trueno de la vida.
Creo, incluso, que nuestras vidas la forman también los silencios. Lo que callamos, lo que no dijimos, lo que nunca nos dijeron. Entre silencios e imágenes, entre la tenue geografía del recuerdo, entre los juegos en la calle, los maestros, las meriendas de pan y aceite, de chocolate de bollo, entre las risas infantiles y la tierra molida de los zapatos de los hombres del campo, entre los cielos de sol y las sementeras de lluvia, entre las ayudas de los vecinos, las noches al fresco, las predicciones del tiempo, las miradas de impotencia ante las cosechas perdidas, la traición del cielo… Ante todo eso, y mucho más, se forjaron nuestras infancias, se fraguó nuestra peculiar forma de comprender la vida, desde ese rincón de la tierra, hundido y fértil, donde a veces el vaho espeso de la tierra no deja vernos los rostros. Por eso sigue siendo tan importante la palabra. Por eso sigue siendo tan necesario el silencio.
Kiko.
Yo creo que el mundo está hecho de silencios, de infinitos silencios que nos recuerdan el silencio primero de la primera nada, antes de la gran explosión o el guiño de Dios, antes de que el relámpago del sueño diera paso al trueno de la vida.
Creo, incluso, que nuestras vidas la forman también los silencios. Lo que callamos, lo que no dijimos, lo que nunca nos dijeron. Entre silencios e imágenes, entre la tenue geografía del recuerdo, entre los juegos en la calle, los maestros, las meriendas de pan y aceite, de chocolate de bollo, entre las risas infantiles y la tierra molida de los zapatos de los hombres del campo, entre los cielos de sol y las sementeras de lluvia, entre las ayudas de los vecinos, las noches al fresco, las predicciones del tiempo, las miradas de impotencia ante las cosechas perdidas, la traición del cielo… Ante todo eso, y mucho más, se forjaron nuestras infancias, se fraguó nuestra peculiar forma de comprender la vida, desde ese rincón de la tierra, hundido y fértil, donde a veces el vaho espeso de la tierra no deja vernos los rostros. Por eso sigue siendo tan importante la palabra. Por eso sigue siendo tan necesario el silencio.
Kiko.