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ZAGRA: Por muy temprano que abriera el bar Juan, el Tuerto,...

Por muy temprano que abriera el bar Juan, el Tuerto, siempre se encontraba a algún parroquiano esperándole. Aquella mañana, en la puerta del bar, estaban aguardando Frasco, el Carbonero, y el Eulogio. El Tuerto saludó con su aspereza acostumbrada. Abrió y entró pensando que, si a él no le quedara más remedio, jamás madrugaría.

Cuando Victoriano llegó a la taberna, la barra estaba casi ocupada al completo. Dio los buenos días y vio como el Tuerto le señalaba un extremo que permanecía vacía al tiempo que le gritaba: “ ¿Va a ser lo de siempre, Victoriano?”
Cuando se acercó a servirle la manzanilla con anís, inclinándose sobre él y bajando la voz casi imperceptiblemente, le dijo:

- El carbonero me ha dicho que anoche vio como la guardia civil aporreó tu puerta. Y ahora acabo de enterarme de que se llevaron al cuartelillo a Matías, el Romano. Apenas hace unos minutos que pasó su mujer para llevarle el café. No se habla de otra cosa.

Victoriano, antes de contestarle, miró al Carbonero a quien sorprendió observándolos:

- Ya te contaré con más tranquilidad. ¿Sabes si fueron a alguna otra casa? - terminó por preguntarle.

El Tuerto, que en realidad no estaba tuerto, pero que heredó el apodo de su abuelo, que sí lo estuvo, se incorporó sobre sí mismo y encogió los hombros. Volvió a su tarea y Victoriano se quedó tomando su infusión y sintiéndose observado por toda la taberna.

**

Cuando regresó a su casa, Carmen estaba ocupada en recoger los huevos del gallinero y en echarle de comer a las gallinas y a los cerdos, que estaban a punto para ser sacrificados. De hecho, Victoriano, estaba esperando un día de lluvia para aprovecharlo para la matanza y así no perder el jornal de diario. Al encontrarse, sólo se miraron y no se dijeron nada. Al rato, Carmen le indicó que se iba a acercar a por el pan. Cogió la talega y salió a la calle. El frío cortaba el rostro. Pudo comprobarlo momentos antes cuando, en el corral, las cubetas con agua habían amanecido congeladas y, sobre los palos del candelecho, reposaba una fina capa blanca de helada.

Cuando llegó a la panadería comprobó que se estaba hablando sobre las visitas de los guardias civiles. Las mujeres se iban deteniendo con las talegas llenas de pan y comentando, con las que iban llegando, los acontecimientos de la noche anterior. No tuvieron ningún reparo en preguntarle a Carmen en cuanto la vieron.

- Niña, y dicen que en tu casa también estuvieron los civiles. ¿Sabes que se han llevado al Matías, el Romano, al cuartelillo?

Carmen miró con cierto desdén al grupo de mujeres que esperaban con morbosa atención su respuesta. Saludó y preguntó si había alguien esperando a que le atendiera. El panadero se adelantó a cualquier respuesta y alargó la mano hacia la talega para despacharle el pan.

- Un pan y una torta – pidió.

Las mujeres seguían pendientes de Carmen. Ésta, casi sin dirigirles la mirada, dijo que sí, que los civiles habían estado en su casa, que vinieron preguntando por lo que escuchaban en la radio y que se fueron sin más.

Dolores, la Chata, acabó por informarle:

- No han ido a todas las casas, pero sí a las que tenían radio. También estuvieron en la casa de Pedrico y en la del Cabrero…
- Y en la de la María, la Triguera, también entraron – interrumpió Manuela. Dicen que buscaban a los que escuchan la Pirenaica. Por eso se llevaron al Romano.

Carmen recogió la talega con el pan. Se despidió y dejó atrás a las mujeres con sus murmuraciones.

- Anda, que buen susto tuvieron que llevarse éstos anoche – sentenció la Chata con un mohín esquivo.

Carmen no tardó en contarle a su marido lo que había oído en la panadería. Victoriano no dijo nada, pero volvió a pensar que realmente había tenido mucha suerte. Siguió apareando el mulo mientras su mujer se fue a preparar la talega. Cuando terminó de aparearlo, cinchó el hacha y el azadón al aparejo y, finalmente, aseguró la talega con la comida y el cantarillo de agua. Se despidió y se dirigió hacia la Fuente Fría donde aguardaban el resto de hombres que estaban trabajando en el desmonte del “menchón de Las Colmenas” y, con la leña del desbroce, en la fabricación de carbón vegetal.

Al poco de llegar emprendieron camino para el corte. El “maniero” encabezaba la expedición y le seguía el resto de hombres subidos sobre sus mulos entre bromas y regaños a las bestias. Al acercarse al Cuartel de la Guardia Civil, por donde tenían que pasar forzosamente para salir del pueblo, Victoriano sintió un repullo en el estómago. Miró de reojo al guardia civil, que hacía guardia en la puerta, al tiempo que espoleaba al mulo para que acelerara el paso. Lo había traspasado ya unos diez metros, cuando a su espalda se escuchó, con voz potente y clara:

- ¿Alguno de ustedes es Victoriano Pérez?

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