Europa atrae a incontables inmigrantes. Llegan de Oriente y Sudamérica y desde la costa norteafricana y el áfrica subsahariana, hacinados en cayucos, en lanchas zódiac y en cargueros fletados por armadores inescrupulosos u ocultos en camiones, containers y sentinas. Del otro lado del Atlántico, hace años que millones de mexicanos sortean las barreras impuestas. Quizá no sea la migración actual, grande o pequeña, silenciosa o dramática –o sus causas históricas coyunturales– lo que merezca ser investigado, sino el destino de ese territorio cuyos límites se han desvanecido como un espejismo y para siempre. Un solo mundo y un tiempo único, sin hitos ni tradiciones hegemónicas ni matices, un lugar que sólo existe para recorrerlo. Anónimo.