El embrujo de las colás alosneras
La Cuna del Fandango celebra una de las tradiciones más puras de Andalucía · Las Cruces están incluidas en el Catálogo del Patrimonio Histórico · El ritual se conserva intacto gracias a la transmisión oral
Jordi Landero / Alosno | Actualizado 10.05.2011 - 05:01
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Baile por seguidillas alosneras en la casa de la Cruz de El Santo.
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Cantes en la Cruz de El Santo, el domingo de madrugada.
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La mujer ocupa un lugar predominante en la fiesta
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Madrugada dominical. Una ligera brisa, gélida y seca, recorre el empedrado dédalo de calles y callejones que se retuercen entre sí para conformar el intrincado caserío andevaleño de Alosno. La cuna del fandango, según recuerda un cartel a la entrada del pueblo, patria chica del cantaor Paco Toronjo, y famoso por sus chacinas ibéricas, su aguardiente, sus esquinas de acero y sus tradicionales y bien conservadas celebraciones y manifestaciones culturales.
La alargada plaza de la Constitución, con el coqueto y remozado edificio del Ayuntamiento en uno de sus vértices y el monumento al cascabelero en el otro, y bajo la atenta mirada de la esbelta e iluminada torre de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, sirve de punto de encuentro para varios grupos de hombres que con sus mejores galas, guitarra en mano, afinan sus gargantas con las bebidas que se sirven de los artesanos canastos de caña que portan entre varios, o que consumen en los bares de la plaza.
Son, sin duda, las Cruces de Alosno. Una de las tradiciones populares mejor conservadas de la provincia. Incluida hace varios años en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz por su valor patrimonial y cultural, esta fiesta ha llegado a nuestros días por transmisión oral y de su embrujo se embriagan los dos primeros fines de semana de mayo los 2.082 alosneros y los numerosos visitantes que se dan cita en torno a la misma para hacer realidad el dicho popular local que reza: "Ante la Cruz no hay forastero".
Media hora más tarde, el murmullo de los hombres reunidos en la plaza y sus calles adyacentes comienza a acallarse para dar paso a los primeros compases y notas de guitarra. Acompañándolas se dejan oír también las primeras voces, rotas y desgarradas pero dulces y melódicas de los valientes que se arrancan para entonar los primeros fandangos alosneros mirando al estrellado cielo primaveral. Pequeñas piezas musicales también transmitidas de padres a hijos que cuentan viejas historias del pueblo. Que hablan de amores y desamores. Y en las que se exalta a la amistad.
No en vano, en las confluencias de las calles Nueva y Del Regajillo, justo detrás del ayuntamiento, e iluminados tan sólo por una pequeña farola y por la luz de un cajero automático de Cajasol, un grupo de jóvenes entona el primero de la noche: "Viva nuestra reunión / desde el más chico al más grande / que nos estamos divirtiendo / y sin meternos con nadie / Que viva nuestra reunión".
En la acera de enfrente (son ya cerca de la una de la madrugada), una luz intensa y rosácea proveniente del interior de lo que a priori parece ser una vivienda normal, se cuela a través de las cabezas y cuerpos de las numerosas personas que se han agolpado en el recibidor para presenciar el verdadero inicio de la fiesta.
Se oyen entonces las voces de las mujeres entonando las primeras seguidillas alosneras de la noche al compás de las palmas, los palillos y las panderetas que ellas mismas hacen sonar. Indudablemente es la señal inequívoca, el reclamo, para que los hombres, acompañados de sus guitarras, comiencen a visitar las 12 Colás que este año se reparten por todos los rincones de Alosno.
En cada colá, profusa y ricamente ornamentada, la cruz preside un espacio en el que la mujer alosnera se convierte en la verdadera protagonista de la fiesta. Éstas esperan sentadas la llegada de las reuniones de mozos, que las invitan a bailar la seguidilla alosnera (una variación de la sevillana pero de sólo tres secuencias), tras lo cual ella pedirá a él una limosna.
La famosa perrilla pa la luz, que ésta entregará a la mujer de más edad y que antiguamente servía para pagar los gastos del combustible usado para la iluminación, pero con la que hoy se sufragan los gastos de la decoración de la colá. Finalmente la mujer se sienta de nuevo hasta que otro hombre la vuelva a sacar a bailar.
Cuando una reunión de mozos llega a una colá, se queda en el espacio de entrada y quien de ellos desee bailar se acerca por el pasillo a la mujer escogida, mostrándole su deseo. La mujer elegida nunca podrá negarse a bailar con el hombre que la haya escogido. Todos cantan seguidillas para que las parejas bailen. Los hombres de la reunión acompañan con sus guitarras y las mujeres con panderetas, palillos y palmas.
Las cruces de Alosno son cruces domésticas, que situadas en casas, portales, garajes, trasteros o locales, los convierten en colás por aquello de que históricamente eran instaladas en los llamados coladeros de las viviendas, o lugares por los que se accedía al corral de la casa sin pasar por ella.
La Cuna del Fandango celebra una de las tradiciones más puras de Andalucía · Las Cruces están incluidas en el Catálogo del Patrimonio Histórico · El ritual se conserva intacto gracias a la transmisión oral
Jordi Landero / Alosno | Actualizado 10.05.2011 - 05:01
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Baile por seguidillas alosneras en la casa de la Cruz de El Santo.
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Madrugada dominical. Una ligera brisa, gélida y seca, recorre el empedrado dédalo de calles y callejones que se retuercen entre sí para conformar el intrincado caserío andevaleño de Alosno. La cuna del fandango, según recuerda un cartel a la entrada del pueblo, patria chica del cantaor Paco Toronjo, y famoso por sus chacinas ibéricas, su aguardiente, sus esquinas de acero y sus tradicionales y bien conservadas celebraciones y manifestaciones culturales.
La alargada plaza de la Constitución, con el coqueto y remozado edificio del Ayuntamiento en uno de sus vértices y el monumento al cascabelero en el otro, y bajo la atenta mirada de la esbelta e iluminada torre de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, sirve de punto de encuentro para varios grupos de hombres que con sus mejores galas, guitarra en mano, afinan sus gargantas con las bebidas que se sirven de los artesanos canastos de caña que portan entre varios, o que consumen en los bares de la plaza.
Son, sin duda, las Cruces de Alosno. Una de las tradiciones populares mejor conservadas de la provincia. Incluida hace varios años en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz por su valor patrimonial y cultural, esta fiesta ha llegado a nuestros días por transmisión oral y de su embrujo se embriagan los dos primeros fines de semana de mayo los 2.082 alosneros y los numerosos visitantes que se dan cita en torno a la misma para hacer realidad el dicho popular local que reza: "Ante la Cruz no hay forastero".
Media hora más tarde, el murmullo de los hombres reunidos en la plaza y sus calles adyacentes comienza a acallarse para dar paso a los primeros compases y notas de guitarra. Acompañándolas se dejan oír también las primeras voces, rotas y desgarradas pero dulces y melódicas de los valientes que se arrancan para entonar los primeros fandangos alosneros mirando al estrellado cielo primaveral. Pequeñas piezas musicales también transmitidas de padres a hijos que cuentan viejas historias del pueblo. Que hablan de amores y desamores. Y en las que se exalta a la amistad.
No en vano, en las confluencias de las calles Nueva y Del Regajillo, justo detrás del ayuntamiento, e iluminados tan sólo por una pequeña farola y por la luz de un cajero automático de Cajasol, un grupo de jóvenes entona el primero de la noche: "Viva nuestra reunión / desde el más chico al más grande / que nos estamos divirtiendo / y sin meternos con nadie / Que viva nuestra reunión".
En la acera de enfrente (son ya cerca de la una de la madrugada), una luz intensa y rosácea proveniente del interior de lo que a priori parece ser una vivienda normal, se cuela a través de las cabezas y cuerpos de las numerosas personas que se han agolpado en el recibidor para presenciar el verdadero inicio de la fiesta.
Se oyen entonces las voces de las mujeres entonando las primeras seguidillas alosneras de la noche al compás de las palmas, los palillos y las panderetas que ellas mismas hacen sonar. Indudablemente es la señal inequívoca, el reclamo, para que los hombres, acompañados de sus guitarras, comiencen a visitar las 12 Colás que este año se reparten por todos los rincones de Alosno.
En cada colá, profusa y ricamente ornamentada, la cruz preside un espacio en el que la mujer alosnera se convierte en la verdadera protagonista de la fiesta. Éstas esperan sentadas la llegada de las reuniones de mozos, que las invitan a bailar la seguidilla alosnera (una variación de la sevillana pero de sólo tres secuencias), tras lo cual ella pedirá a él una limosna.
La famosa perrilla pa la luz, que ésta entregará a la mujer de más edad y que antiguamente servía para pagar los gastos del combustible usado para la iluminación, pero con la que hoy se sufragan los gastos de la decoración de la colá. Finalmente la mujer se sienta de nuevo hasta que otro hombre la vuelva a sacar a bailar.
Cuando una reunión de mozos llega a una colá, se queda en el espacio de entrada y quien de ellos desee bailar se acerca por el pasillo a la mujer escogida, mostrándole su deseo. La mujer elegida nunca podrá negarse a bailar con el hombre que la haya escogido. Todos cantan seguidillas para que las parejas bailen. Los hombres de la reunión acompañan con sus guitarras y las mujeres con panderetas, palillos y palmas.
Las cruces de Alosno son cruces domésticas, que situadas en casas, portales, garajes, trasteros o locales, los convierten en colás por aquello de que históricamente eran instaladas en los llamados coladeros de las viviendas, o lugares por los que se accedía al corral de la casa sin pasar por ella.