La fundación de
Isla Cristina se remonta a la presencia de comerciantes levantinos de salazones que a partir de 1715 comenzaron a explotar la zona próxima a la desembocadura del
río Guadiana. Las primeras travesías de mercaderes catalanes a la costa occidental de
Huelva en busca de bancos de sardinas y de atún se documentan en 1724, tras la Guerra de Sucesión Española, bajo la majestad de Felipe V (Carta de concesión de la Jurisdicción Real Ordinaria). El objetivo de esta actividad era, mediante cabotaje y practicando la técnica del boliche, la elaboración de salazones y su envío a los lugares de origen. Estos mercaderes de salados llegaban cada
verano y, tras adquirir el
pescado a los naturales de la zona y a otros que concurrían desde
Portugal y
Andalucía Oriental, le aplicaban su proceso de conservación. En noviembre partían para
Cataluña los últimos cargamentos de la campaña pesquera y cada temporada volvían, se asentaban entre
Monte Gordo (Portugal) y la zona de la Tuta y de la Mojarra, zona central de las actuales marismas de Isla Cristina. Tras el terremoto que dio lugar a un maremoto el 1 de noviembre de 1755, las ligeras construcciones de la isla fueron arrasadas. Es por este motivo que en la siguiente temporada de 1756 los comerciantes catalanes piensan en un emplazamiento estable, más seguro y ventajoso tanto desde el punto de vista geográfico como político, y estableciéndose en él un guarda todo el año. El
pozo del que Faneca extraía
agua dulce se hallaba junto a una higuera, por lo que pronto llamarían a dicho enclave La Figuereta, La Higuerita o La Figarilla, según la lengua de quien lo llamara, localizado en una isla entre los esteros, bien protegida de los vendavales. Con relativa rapidez, la isla se puebla de catalanes, valencianos, así como de andaluces y portugueses, que comenzaron a vivir en la isla de manera estable, gracias a la riqueza de su
mar.