Hojas mojadas por la arena del desierto, tinta corrida ausente de humedad, letras movidas sin la huella del nerviosismo, lágrimas secas sin permiso para escapar.
Llantos y gritos en labios zurcidos a mano, penas ausentes con citas de nocturnidad, cuentos escritos sin final para niños, esquirlas punzantes con marcas de soledad.
Vagones sin rumbo, metales opacos, manos atadas con el sello de la razón, viven hurgando entre dudas banales, y muros de ladrillo que esperan con garras junto al colchón.
Esta siembra de campo en barbecho, esta tormenta de verano por la tarde, esta fecha sin principio ni fin, esta espalda sin nada que la recorra, este viento furtivo al que no quiero oír.
No diré las cosas que no he dicho porque las tacharon del guión, no buscaré nada perdido porque aún más perdido estoy yo, dibujaré nuevas líneas en mi mano que apunten a la dirección del musgo, llenaré la maleta de los recuerdos, ya sea gris, naranja o marrón.
Cojo, manco o sin control, huyo de las calles sin sombras, de los nombres que no dicen nada, y de los papeles que están por leer; sigo buscando hilos de marioneta, números par, un beso sin dueño, un cajón sin abrir, la llave de esa puerta, el pomo para girar, la luz en la ventana, rojos, negros y un león.
Escribo lo que no puedo decir por que anudé mis cuerdas vocales, miro lo que no puedo tener porque yo mismo me lo prohibí, siento diciendo que no puedo sentir, y atrapo los guiños que son para mí.
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