2 mayo 2006
El lunes, dos de mayo, nos acercamos a Hinojales para ver bailar delante de la Virgen de la Tórtola a los danzantes de Hinojales. Hinojales es una bella población de Huelva, más allá de Arroyomolinos, subiendo por una carretera estrecha que cruza Cañaveral de León. Está la sierra verde en primavera y llena de amarillos, de rojos de amapolas en las cunetas, y de blancos de las jaras en lomas que parecen nevadas. Es agreste y romántica. No sé si hasta aquí llegó José Mª el Tempranillo, el rey de Sierra Morena. Leo en “Las cosas como fueron”, memorias del dramaturgo Francisco Nieva, que acabada la guerra civil española, por esas resacas que traen las contiendas, se fue a ocultar con su familia a una casa en Despeñaperros, muy cerca de “El Rencojo”, finca en donde estaba la cueva del célebre bandolero. Aunque es la misma sierra, mucho hay que cabalgar desde Despeñaperros hasta llegar a la sierra de Hinojales, pero la imaginación vuela y trae con los pólenes en el aire, el romanticismo y el recuerdo.
No hay más de 400 panzones en Hinojales – así llaman a los nacidos en el lugar – y en la iglesia gótica no caben. Arcadas de ladrillo tiene la iglesia, dedicada a la virgen de la Consolación, que me hicieron recordar la Mezquita de Córdoba. Tres naves casi de juguete y un presbiterio con pinturas al fresco del s. XII. La portada es sencilla, con un arco lobulado, muy bella.
La tarde anterior han llevado la imagen de la Virgen de la Tórtola desde su ermita al pueblo. Ermita con lápida paleo-cristiana del siglo VI y una talla gótica. Poco más de un kilómetro anduvo la Virgen caminando a hombros de los panzones hasta llegar a la iglesia. Allí la colocan, en el centro, con su niño en brazos, con la tórtola fiel posada sobre el brazo izquierdo del Jesusito.
Ya es día dos, ya llega el cura y se viste, ya entra el alcalde con la vara de mando, ( y me parece que veo al alcalde de Móstoles aquel dos de mayo de 1808 arengando al pueblo: “La Patria está en peligro…”) y tras el alcalde, el cabo de la Guardia Civil vestido de gala, y el Presidente de la Hermandad… y todo el pueblo ( y recuerdo a mi maestro:” El dos de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se alzó furioso contra los soldados de Napoleón”) Pero aquí no se celebra eso; habla el cura en la misa de paz, del amor conyugal, de la tórtola fiel, de la Virgen a la que todos adoran. Y suena una guitarra, y las mozas cantan….Y entran los danzantes y el tamborilero con gaita y tambor. Y los diez mozos bailan delante de la Virgen una danza celta, quizás traída de tierras del reino de León cuando se repobló la zona allá por el siglo XII, en época de Fernando III el Santo. Son quince minutos de danza guerrera al son de gaita y tambor. No se cansan de danzar ni la gente de mirar.
Da gusto ver a los danzantes bailar bajando la cuesta cuando la procesión se inicia, siempre bailando hacia atrás, siempre de cara a la Virgen. Danzan en dos filas, y al repique de tambor se mezclan y hacen una rueda de bello colorido. Visten pantalón azul oscuro, camisa blanca , tirantes de azul claro, fajín rojo que recoge la camisa y eleva los faldones almidonados como si fuese una falda –el fajín del guión (el que los guía) es verde, para indicar el mando) Tocan todos castañuelas, adornadas con madroños y cintas de colores, y en la cabeza llevan gorros que dejan el pelo al descubierto; son de cartón, del mismo color del fajín, rodeado de rosas. De la de atrás salen varias cintas de color. Medias y zapatillas blancas.
Al llegar a una pequeña plazoleta, hacen un alto, y mientras descansan los hombres que llevan a la Virgen a cuesta, los danzantes chicos bailan. La gente los rodea y ellos hacen lo que saben. Puede que tengan cinco , seis, siete años…; los que bailan delante de la Virgen puede que estén entre los catorce y los diecisiete. La danza es como una marcha guerrera, no paran, diez minutos conté sin parar de bailar, siempre mirando a la Virgen, siempre de espalda, ¿será que los guía la Virgen? Porque ellos jamás miran hacia atrás por ver si el camino baja, o se eleva, o da a la pared que hace frontera con la sierra …
Hablé con Paco el del tambor –así le gusta que le llamen- y me contó que de chico él fue “lanzante” –así dicen los panzones al danzante-, y cuando murió el tamborilero él se agarró al tambor y, aunque tiene setenta y cuatro años, espera seguir tocándolo muchos años más.
Eran las dos de la tarde y decidimos volver. Desde los patios, balcones y ventanas de las casas se ve la sierra. Y desde las calles… y desde mi cama en Sevilla cuando cierro los ojos cada noche.
Zadig.
El lunes, dos de mayo, nos acercamos a Hinojales para ver bailar delante de la Virgen de la Tórtola a los danzantes de Hinojales. Hinojales es una bella población de Huelva, más allá de Arroyomolinos, subiendo por una carretera estrecha que cruza Cañaveral de León. Está la sierra verde en primavera y llena de amarillos, de rojos de amapolas en las cunetas, y de blancos de las jaras en lomas que parecen nevadas. Es agreste y romántica. No sé si hasta aquí llegó José Mª el Tempranillo, el rey de Sierra Morena. Leo en “Las cosas como fueron”, memorias del dramaturgo Francisco Nieva, que acabada la guerra civil española, por esas resacas que traen las contiendas, se fue a ocultar con su familia a una casa en Despeñaperros, muy cerca de “El Rencojo”, finca en donde estaba la cueva del célebre bandolero. Aunque es la misma sierra, mucho hay que cabalgar desde Despeñaperros hasta llegar a la sierra de Hinojales, pero la imaginación vuela y trae con los pólenes en el aire, el romanticismo y el recuerdo.
No hay más de 400 panzones en Hinojales – así llaman a los nacidos en el lugar – y en la iglesia gótica no caben. Arcadas de ladrillo tiene la iglesia, dedicada a la virgen de la Consolación, que me hicieron recordar la Mezquita de Córdoba. Tres naves casi de juguete y un presbiterio con pinturas al fresco del s. XII. La portada es sencilla, con un arco lobulado, muy bella.
La tarde anterior han llevado la imagen de la Virgen de la Tórtola desde su ermita al pueblo. Ermita con lápida paleo-cristiana del siglo VI y una talla gótica. Poco más de un kilómetro anduvo la Virgen caminando a hombros de los panzones hasta llegar a la iglesia. Allí la colocan, en el centro, con su niño en brazos, con la tórtola fiel posada sobre el brazo izquierdo del Jesusito.
Ya es día dos, ya llega el cura y se viste, ya entra el alcalde con la vara de mando, ( y me parece que veo al alcalde de Móstoles aquel dos de mayo de 1808 arengando al pueblo: “La Patria está en peligro…”) y tras el alcalde, el cabo de la Guardia Civil vestido de gala, y el Presidente de la Hermandad… y todo el pueblo ( y recuerdo a mi maestro:” El dos de mayo de 1808 el pueblo de Madrid se alzó furioso contra los soldados de Napoleón”) Pero aquí no se celebra eso; habla el cura en la misa de paz, del amor conyugal, de la tórtola fiel, de la Virgen a la que todos adoran. Y suena una guitarra, y las mozas cantan….Y entran los danzantes y el tamborilero con gaita y tambor. Y los diez mozos bailan delante de la Virgen una danza celta, quizás traída de tierras del reino de León cuando se repobló la zona allá por el siglo XII, en época de Fernando III el Santo. Son quince minutos de danza guerrera al son de gaita y tambor. No se cansan de danzar ni la gente de mirar.
Da gusto ver a los danzantes bailar bajando la cuesta cuando la procesión se inicia, siempre bailando hacia atrás, siempre de cara a la Virgen. Danzan en dos filas, y al repique de tambor se mezclan y hacen una rueda de bello colorido. Visten pantalón azul oscuro, camisa blanca , tirantes de azul claro, fajín rojo que recoge la camisa y eleva los faldones almidonados como si fuese una falda –el fajín del guión (el que los guía) es verde, para indicar el mando) Tocan todos castañuelas, adornadas con madroños y cintas de colores, y en la cabeza llevan gorros que dejan el pelo al descubierto; son de cartón, del mismo color del fajín, rodeado de rosas. De la de atrás salen varias cintas de color. Medias y zapatillas blancas.
Al llegar a una pequeña plazoleta, hacen un alto, y mientras descansan los hombres que llevan a la Virgen a cuesta, los danzantes chicos bailan. La gente los rodea y ellos hacen lo que saben. Puede que tengan cinco , seis, siete años…; los que bailan delante de la Virgen puede que estén entre los catorce y los diecisiete. La danza es como una marcha guerrera, no paran, diez minutos conté sin parar de bailar, siempre mirando a la Virgen, siempre de espalda, ¿será que los guía la Virgen? Porque ellos jamás miran hacia atrás por ver si el camino baja, o se eleva, o da a la pared que hace frontera con la sierra …
Hablé con Paco el del tambor –así le gusta que le llamen- y me contó que de chico él fue “lanzante” –así dicen los panzones al danzante-, y cuando murió el tamborilero él se agarró al tambor y, aunque tiene setenta y cuatro años, espera seguir tocándolo muchos años más.
Eran las dos de la tarde y decidimos volver. Desde los patios, balcones y ventanas de las casas se ve la sierra. Y desde las calles… y desde mi cama en Sevilla cuando cierro los ojos cada noche.
Zadig.