El
río es conocido por el
color rojizo de sus
aguas, de ahí su nombre. La coloración tiene su origen en la meteorización de minerales que contienen sulfuros de metales pesados hallados en los yacimientos a lo largo del río. Estos yacimientos son depósitos hidrotermales compuestos en gran medida por
rocas de pirita (sulfuro de hierro (II) y calcopirita (disulfuro de hierro y cobre). El proceso de meteorización se debe a la oxidación microbiológica de estos minerales, causada principalmente por unas bacterias especiales como Acidithiobacillus ferrooxidans o Leptospirillum ferrooxidans y otras bacterias acidófilas que oxidan los iones sulfuro y ferroso a iones sulfato y férrico, liberando protones que acidifican las aguas, y lixiviando una variedad de metales pesados como cationes en el
agua. Es a causa del flujo de ácido sulfúrico que el agua del río tiene un carácter muy ácido. A este proceso se le denomina drenaje ácido de
minas. El cuerpo de mineral fue depositado en el periodo Carbonífero (300-350 Ma) por actividades hidrotermales sobre el fondo del
mar. El área del río tiene una
historia de actividad extractora por parte de todos los
pueblos que se asentaron en la región, como los íberos (que empezaron en el año 3000 a. C. y lo denominaban Iberus), los fenicios,
romanos (que lo denominaban Urium) y los musulmanes. La minería continuó durante
la era fenicia y la
romana hasta los musulmanes en la segunda parte del siglo XIII. Fue principalmente de cobre, pero también de hierro y manganeso. En el siglo XIX la explotación minera comenzó a gran escala, principalmente llevada a cabo por empresas del
Reino Unido. Después de alcanzar la producción máxima en 1930, esta disminuyó y se terminó para el cobre en 1986, y para la plata y la extracción de oro en 1996. En la década de 2010 se intentó hacer una reapertura aprovechando la subida de precios del cobre y de plata, pero, principalmente, por motivos medioambientales fue imposible hacerlo