En el
río Tinto no hay peces, ni vegetación, ni anfibios; pero ahora sabemos que rebosa vida. Todos creían que las
aguas del río Tinto estaban muertas. Era un río rojo, ácido y lleno de metales, que algunos incluso intentaban recuperar corrigiendo su química. Hasta que, a finales de los 80, un grupo de investigadores descubrieron una comunidad de microbios muy diversa. Posteriores estudios hicieron comprender que gran parte de su acidez estaba relacionada con la actividad de microorganismos (extremófilos) que obtenían su energía oxidando los sulfuros metálicos y generando una solución ácida con alta concentración en hierro oxidado. De ahí su
color rojo. Las bacterias existentes en el río juegan un papel importante en el mantenimiento de las condiciones de acidez del mismo al metabolizar
el hierro y el azufre presentes en la región. El alto contenido de hierro disuelto en las aguas ácidas del río le dan un color rojo profundo, como el del vino tinto. De ahí su nombre. Los científicos esperan encontrar bacterias similares en el subsuelo del río Tinto, donde el
agua subterránea interactúa con minerales de hierro y azufre. Dichas bacterias podrían estar subsistiendo a base de compuestos químicos y minerales presentes bajo la superficie, sin ninguna interacción con el exterior.