Las piezas de artillería eran en principio de hierro forjado y se construían a la manera de un tonel, forrado literalmente el ánima con sucesivas capas de pletinas de acero -"duelas"-, en caliente, dando unidad al conjunto a martillazos y reforzandolo, a cada trecho con bridas de hierro. Las piezas se dividían en dos partes la "caña", el cañón propiamente dicho, y la recámara "el servidor", de construcción algo más robusta, donde se alojaba la pólvora y que se enchufaba a la caña. Ambas piezas encajaban sobre una estructura de madera, "la cureña", se ataban entre sí, se acuñaban, y si había suerte y no reventaba, el invento disparaba hacia delante. Como se hacían a forja y los calibres eran todos distintos, la munición, "los bolaños", se labraban en
piedra a medida de cada pieza. Cada pieza debía tener pues una munición a medida lo que unido a las dificultades de carga, provocaba en los primitivos cañones una cadencia muy corta