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SANTA BARBARA DE CASA: en memoria a una gran persona...

en memoria a una gran persona

Corrí­an los años 80, los asesinados por ETA se contaban por decenas al mes y la mayor parte de la sociedad vasca no se inmutaba al ver el cuerpo de un policía con un tiro en la nuca.
Los obispos de entonces no hicieron mucho por aliviar el sufrimiento de las ví­ctimas. Mujeres, padres e hijos tení­an que enterrar a sus seres queridos de forma clandestina. En las misas jamás se nombraba la causa de la muerte y solo se pronunciaban las iniciales del fallecido. Para muchos, el asesinato iba incluido en el sueldo.
En medio de esta situación vivía Javier Mendizábal. Era sacerdote en la iglesia de San Nicolás, en Bilbao. Fue el único párroco que dió a las víctimas lo que hasta entonces se les había negado: dignidad.
Celebró los funerales de todos a los que los terroristas arrebataron su vida. Pronunció sus nombres completos y afirmó sin miedo que eran héroes. Y como tales los trató.
Esto fue más de lo que el obispo de Bilbao pudo soportar. Le apartó de su parroquia y le recluyó en su casa. Las ví­ctimas reaccionaron pronto. La Policí­a, la Guardia Civil y el Ejército le acogieron y se convirtió así­ en el Páter. En el que oficiaba todas las misas para estos Cuerpos.
Se le veí­a por los pasillos de las comisarí­as, con sotana, txapela y las condecoraciones al valor que se habí­a ganado a pulso, siempre con una palabra de aliento y consuelo para los que no se atreví­an a tender su uniforme por miedo a una muerte por la espalda.
Javier Mendizábal murió el viernes en Bilbao. La parroquia de San José se llenó hasta los topes de gente que no ha olvidado que él fue el sacerdote de las ví­ctimas. El que alzó la voz para denunciar lo que estaba pasando, para despreciar a los que asesinaban a inocentes, para ofrecer su hombro al que sufrí­a por culpa del terrorismo. Un hombre generoso y valiente que dejó un recuerdo imborrable entre los que luchaban por España en el Paí­s Vasco.
ETA se ha acabado. Pero no debe hacerlo a cualquier precio. Muchos están intentando pervertir la palabra ¡víctima!: Igualar al que muere asesinado al que lo hace porque la bomba que iba a poner debajo del coche de un inocente estalla antes de tiempo.
Quizá la historia de este sacerdote sirva para no olvidar que no todos los muertos son iguales, nunca lo fueron. Para recordar a cada hombre que dio la vida por defender la libertad. Para entregar a las ví­ctimas lo que nunca les debió ser arrebatado: dignidad y justicia.