Finca del Barrito,
con encinas centenarias,
con sus sombras bondosas,
donde de niño jugaba,
los niños jugaban al toro,
las niñas cantaban,
los hombres hablaban de amor
a la mujer que adoraban,
testigo eran las encinas,
esas encinas centenarias.
Conocieron a tartessos,
y a Tharsis baustizaban,
después, los ingleses y sus minas explotardas,
rudos mineros honrados,
que su vida entregaban,
en las entrañas de la mina,
donde los ingleses no bajaban,
a veces se oía repicar,
un repicar de campanas,
la iglesia de la torre a las familias llamaba,
desgracias que traía la mina,
a las gente necesitadas.
Muchos marcharon en caballos blancos,
caballos que tenían alas,
yo era un niño y en ello me fijaba,
mujeres vestidas de negro,
que lloraban desconsoladas,
esos niños que huérfanos quedaban,
su mirada quedaba triste,
pues triste tenían el alma,
no levantaban la cabeza,
su mirada siempre gacha,
mirando a un suelo rico,
que a ellos le robaba
a aquel que le dio el ser,
aquel que tanto amaban.
ahí estaban las encinas,
esas encinas centenarias,
en la finca del Barrito,
donde de niño jugaba,
los niños jugaban al toro,
las niñas alegres cantaban,
cuando se oían las campanas,
todo el mundo callaba,
era un repicar a duelo,
la mina nos traicionaba.
A los hombres que dieron su vida en la mina.
El Halcón de la Serranía
con encinas centenarias,
con sus sombras bondosas,
donde de niño jugaba,
los niños jugaban al toro,
las niñas cantaban,
los hombres hablaban de amor
a la mujer que adoraban,
testigo eran las encinas,
esas encinas centenarias.
Conocieron a tartessos,
y a Tharsis baustizaban,
después, los ingleses y sus minas explotardas,
rudos mineros honrados,
que su vida entregaban,
en las entrañas de la mina,
donde los ingleses no bajaban,
a veces se oía repicar,
un repicar de campanas,
la iglesia de la torre a las familias llamaba,
desgracias que traía la mina,
a las gente necesitadas.
Muchos marcharon en caballos blancos,
caballos que tenían alas,
yo era un niño y en ello me fijaba,
mujeres vestidas de negro,
que lloraban desconsoladas,
esos niños que huérfanos quedaban,
su mirada quedaba triste,
pues triste tenían el alma,
no levantaban la cabeza,
su mirada siempre gacha,
mirando a un suelo rico,
que a ellos le robaba
a aquel que le dio el ser,
aquel que tanto amaban.
ahí estaban las encinas,
esas encinas centenarias,
en la finca del Barrito,
donde de niño jugaba,
los niños jugaban al toro,
las niñas alegres cantaban,
cuando se oían las campanas,
todo el mundo callaba,
era un repicar a duelo,
la mina nos traicionaba.
A los hombres que dieron su vida en la mina.
El Halcón de la Serranía