La
España inmortal
Koldo
Campos Sagaseta
Casi un siglo ha pasado de la España que reflejara
Valle-Inclán en Luces de Bohemia, de aquella sociedad que nos “abría sus
puertas en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza”.
Casi cien años se han cumplido de aquel “
corral donde el sol era y no siempre el único bien”, de aquella España de “espuma de champaña y fuego de virutas, de trenzas en perico, caídas calcetas, blusa, tapabocas y alpargatas, de charcos y tabernas, de borrachos lunáticos y filósofos peripatéticos”; de aquel “círculo infernal en que mascar ortigas, de empeñistas y ministros, de soldados
romanos y porteras”; de aquel “apestoso antro de aceite cuya leyenda negra era su propia
historia, el dolor de un mal sueño, donde unos se la jugaban de boquilla y otros se hacían
cruces en la boca”; de aquella “lóbrega trastienda, desgreñada y macilenta, donde hacían tertulia un gato, un loro un can… cráneos privilegiados”; de aquel “esperpento de
sombras en las sombras de la taberna del Pica-Lagartos, de viejas prostitutas y borrachos, de ladinos, guindillas y fantoches, donde mostraba la monarquía sus encías sin dientes, gobernaba el rey de
Portugal y era marquesa del tango Enriqueta la Pisa-Bien”.
Y me pregunto dónde está la diferencia, qué ha supuesto, en relación a un posible cambio, el siglo que ha pasado, porque aquel “
pueblo miserable que transformaba todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras, cuya religión era una chochez de viejas que disecaban el gato cuando se les moría, y el
cielo una kermés sin obscenidades a donde con permiso del párroco podían asistir las hijas de María”, aquella España que Valle-Inclán describiera con certera elocuencia, en la que “los bizarros coroneles se caían de los
caballos hasta en las
procesiones”, y en la que “las leyes reposaban en carpetas de badana mugrienta y la autoridad era un pollo chulapón de peinado reluciente que se paseaba y dictaba: ¡Aquí no se protesta! ¡Se la está ganando! ¡Eso no lo tolero! ¡Yo soy la autoridad! ¡Queda usted detenido!...” cien años después, sigue estando delante y no sólo como memoria, también como amenaza.
Por ahí anda Esperanza Aguirre, el más grande esperpento, no obstante la fuerte competencia, con asiento en el Parnaso de la Infamia y presidente de la capital de un reino cuyo zapatero mandatario reconoce traficar con armas que no matan, alistar sus soldados en misiones de paz y embarcarlos en guerras humanitarias. Por ahí anda una España que practica y exculpa la tortura, que consiente y ampara el trasiego de secuestrados, que vulnera derechos y libertades y aún se permite dar clases de ética y moral. La España de Cachuli, de Paco el Pocero, de Rouco Varela, de Jesulín y la Pantoja, de Aznar y la Botella, de Rajoy y su primo, del señor X y su cuñado Palomino, del Borbón y su corte, de Garzón y su audiencia. Una España en la que los desfiles se han vuelto unos coñazos de obligada asistencia, y los colegas unos hijos de puta de servil adhesión. Una España que ha pasado del billar y los
juegos de
salón a los campos de golf y los safaris, de
pescar salmones amaestrados a
cazar osos borrachos, de espías y soplones, en la que se malversa y se especula, se descapitaliza y se trafica con tanta generosa impunidad e insistencia que no hay delito o crimen que no aplique y apruebe como causa sobreseída o ignorada. Una España que oscila entre fondos reservados y pelotazos urbanísticos, que ha visto sucederse, sólo en los últimos años, el caso Tibidabo, Filesa, Ave, Ibercorp, Urbanor, el CESID, Godó, Banesto, Naseiro, Marbella, PSV,
Zamora, Tabacalera, El Lino, Forcem, Gescartera, Níjar, Malaya, Afinsa, Forum Filatélico, Montilla, Planells, Faycán, Góndola, Eólico, Brisam, Roquetas,
Cuevas de Alzamora, Zurgena, Garrucha, Rota, Baños de Popea, Armilla, Carboneras, Almuñécar, El Granado, Matalascañas,
Santa Margalida, Andratx, Orihuela, Torrevieja, Cullera, Paiporta, Sueca, Villajoyosa, Oleiros, Porto do son, Gondomar, Nigran, Lardero, Brunete, Colmenarejo, Cienpozuelos, Quijorna, Villanueva de la Cañada, Navalcarnero, La Oliva, Ribamontán al
Monte, Hellín, Argamasilla de Alba, Sisante, Seseña, La Cañada, Hoyos del Espino, La ciudad del Golf, Arlanzón, Villalba de los Alcores, Cartagena, Mazarrón, Los Alcázares, Sotana,
Torre Pacheco, Cieza, Egüés, Majadahonda, Boadilla del Monte… y tantos otros casos que han supuesto millonarias fortunas y no han dejado presos. A veces ni expedientes. Por ahí anda esa España y esos nombres, de vuelta a sus despachos y negocios. Los Javier de la Rosa, Roldán, Carmen Salanueva, Barrionuevo, Martín Villa, Galindo, Damborenea, Rafael Vera, Ormaechea, Corcuera, Sancristóbal, Mariano Rubio, Urralburu, Pérez Villar, Cañellas, Villalonga, César Alierta, Carlos Fabra, González Arroyo, Cañavate, José Luis del Ojo, Manuel Burga, Montoro, Francisco Bella, Barrientos, Bolín, José Antonio
Roca, Francisco
Calle, Juan Cardona, Rey Villa, Miguel Zerolo, Justo Padilla, Celso Perdomo, Enrique Fraile, Arturo González… y un interminable inventario de alcaldes, concejales, funcionarios, empresarios, políticos, jueces y demás representantes de aquella y de esta España, que viene a ser la misma, la única inmortal.