LA AUSENCIA.
No hay amargura como la amargura de la ausencia: no dolor comparable al dolor que siente mi alma al alejarse de tu lado: no hay desventura en el mundo como la desventura que al corazón envuelve al escaparse del balbuciente labio la palabra: “Adiós…”.
Sí; estrella de mi destino, mujer de mis amores, faro de mi esperanza, esa doliente frase extingue con sombríos vapores de tristeza la gloria soñada, el poco antes dichoso presente, donde el alma se embriaga de placer.
Ya no queda mas que el recuerdo, azucena mía, de aquellas horas venturosas.
¡Ay del corazón, cuanto sufrir!
Si, si; tu recuerdo vive conmigo: tus acentos los guardará eternamente mi memoria.
¡Mi corazón!, haces bien en creer que se queda ahí: haces bien en no compartirlo con nadie: la flor sucumbiría si le faltase el rocío.
Mas, ¿donde estás, mujer de mis amores, que escucho por doquier tu melodioso cuento y no te veo: que flor de riquísimo aroma me envías tus perfumes y no te adivino: qué sol de hermosura infinita, me envuelves con tus reflejos y no te vislumbro?
Habla; habla por Dios; pero que el sonido de tu armoniosa voz llegue hasta mí, agitando mi pensamiento y conmoviendo mi corazón: él es cadencioso como el canto del ave al despuntar la aurora en mañana de primavera: es como suavísimo canto de la dicha, inspiración del cielo: eres un ángel, y lo que de ti me llega, lo juzgo como venido del mismo Dios.
Elevaste, ideal de mis ensueños, encanto de mis glorias, faro de mis ilusiones: elevaste orgullosa sobre las demás flores que pueblan la tierra, y que en la temprana aurora tu alto cáliz pueda beber el llanto de las vírgenes que sonríen sobre ti: que tu frente no haga el desengaño, ni tu fallo pueda romperlo el vendaval: vive ignorada y estarás tranquila: pero vive para mis amores, vive para mis esperanzas, que amores y esperanzas son las solas venturas dignas de disfrutarse por quien siente como tú.
Sé la estrella de la tempestad que embriague mi pensamiento: el ave en los espacios que encante mi oído: la fuente en la pradera que calme mi angustia: el árbol en el desierto que ampare mi cansancio: el todo, en fin, que me anime, me encante, me alegre, me haga dichoso.
Para ti viviré yo.
Y al enviarte estas protestas; al asegurarte cuales son mis sentimientos, sólo elevo los ojos al cielo de mis esperanzas;
Y como éste es el cielo donde habitas tú, las ilusiones descienden sobre mi alma, como suave rocío en medio de los abrasados contornos de un desierto.
Todo es esperar, ¿quién no ha de tener confianza, segura fe en el porvenir, contando con una virgen bendita, cual tú lo eres, que niegue al cielo en su favor?
Y en tanto que tu bonanza llega, mi ángel bueno, yo soy feliz con tus amores: porque tus amores me hacen separar la vista del fangoso suelo, remontando mi inspiración por la inmensidad del espacio hasta esos esplendorosos mundos que sirven de alfombra a Dios: y veo en el tiempo la esperanza de mi gloria, por la sola razón de amar, porque el hombre sin amor, es como luz sin calor, como sol sin rayos, como flor sin aroma, como altar sin imagen o como templo sin altar.
Ama tú también, mi flor querida, pero que el culto de tu corazón tenga en el mío su tabernáculo: ámame a mí con la misma ardentísima fe, con el mismo creciente entusiasmo con que yo he puesto en el ara bendita de tu pecho mi independencia, mi honra y mi porvenir, y el cielo derramará sobre nuestras cabezas sus preciados dones esmaltando de flores el camino de la vida con cuyo aroma se perfume el ambiente que ha de respirar el alma allá entre los arreboles de los cielos.
Federico Parera Rico.
En Castillo de Locubín a 19 de Octubre de 1874
No hay amargura como la amargura de la ausencia: no dolor comparable al dolor que siente mi alma al alejarse de tu lado: no hay desventura en el mundo como la desventura que al corazón envuelve al escaparse del balbuciente labio la palabra: “Adiós…”.
Sí; estrella de mi destino, mujer de mis amores, faro de mi esperanza, esa doliente frase extingue con sombríos vapores de tristeza la gloria soñada, el poco antes dichoso presente, donde el alma se embriaga de placer.
Ya no queda mas que el recuerdo, azucena mía, de aquellas horas venturosas.
¡Ay del corazón, cuanto sufrir!
Si, si; tu recuerdo vive conmigo: tus acentos los guardará eternamente mi memoria.
¡Mi corazón!, haces bien en creer que se queda ahí: haces bien en no compartirlo con nadie: la flor sucumbiría si le faltase el rocío.
Mas, ¿donde estás, mujer de mis amores, que escucho por doquier tu melodioso cuento y no te veo: que flor de riquísimo aroma me envías tus perfumes y no te adivino: qué sol de hermosura infinita, me envuelves con tus reflejos y no te vislumbro?
Habla; habla por Dios; pero que el sonido de tu armoniosa voz llegue hasta mí, agitando mi pensamiento y conmoviendo mi corazón: él es cadencioso como el canto del ave al despuntar la aurora en mañana de primavera: es como suavísimo canto de la dicha, inspiración del cielo: eres un ángel, y lo que de ti me llega, lo juzgo como venido del mismo Dios.
Elevaste, ideal de mis ensueños, encanto de mis glorias, faro de mis ilusiones: elevaste orgullosa sobre las demás flores que pueblan la tierra, y que en la temprana aurora tu alto cáliz pueda beber el llanto de las vírgenes que sonríen sobre ti: que tu frente no haga el desengaño, ni tu fallo pueda romperlo el vendaval: vive ignorada y estarás tranquila: pero vive para mis amores, vive para mis esperanzas, que amores y esperanzas son las solas venturas dignas de disfrutarse por quien siente como tú.
Sé la estrella de la tempestad que embriague mi pensamiento: el ave en los espacios que encante mi oído: la fuente en la pradera que calme mi angustia: el árbol en el desierto que ampare mi cansancio: el todo, en fin, que me anime, me encante, me alegre, me haga dichoso.
Para ti viviré yo.
Y al enviarte estas protestas; al asegurarte cuales son mis sentimientos, sólo elevo los ojos al cielo de mis esperanzas;
Y como éste es el cielo donde habitas tú, las ilusiones descienden sobre mi alma, como suave rocío en medio de los abrasados contornos de un desierto.
Todo es esperar, ¿quién no ha de tener confianza, segura fe en el porvenir, contando con una virgen bendita, cual tú lo eres, que niegue al cielo en su favor?
Y en tanto que tu bonanza llega, mi ángel bueno, yo soy feliz con tus amores: porque tus amores me hacen separar la vista del fangoso suelo, remontando mi inspiración por la inmensidad del espacio hasta esos esplendorosos mundos que sirven de alfombra a Dios: y veo en el tiempo la esperanza de mi gloria, por la sola razón de amar, porque el hombre sin amor, es como luz sin calor, como sol sin rayos, como flor sin aroma, como altar sin imagen o como templo sin altar.
Ama tú también, mi flor querida, pero que el culto de tu corazón tenga en el mío su tabernáculo: ámame a mí con la misma ardentísima fe, con el mismo creciente entusiasmo con que yo he puesto en el ara bendita de tu pecho mi independencia, mi honra y mi porvenir, y el cielo derramará sobre nuestras cabezas sus preciados dones esmaltando de flores el camino de la vida con cuyo aroma se perfume el ambiente que ha de respirar el alma allá entre los arreboles de los cielos.
Federico Parera Rico.
En Castillo de Locubín a 19 de Octubre de 1874