Una gran persona. Era grande en altura y en corazón. Siempre hacia el bien sin mirar a quién. Como tantos castilleros, a principios del año 69 se marchó con su mujer e hijos a Madrid. Allí siguió ejerciendo de peluquero de caballeros hasta su jubilación. Los fines de semana visitaba a otros castilleros y siempre llevaba encima sus herramientas, porque casi siempre tocaba pelar a alguien. Esta foto está echa en el pueblo, en casa de mi abuela, en una Semana Santa. El niño al que le está cortando el pelo es Daniel, uno de esos madrileños, con raices castilleras.