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CASTILLO DE LOCUBIN: Wikipedia "La enciclopedia libre"

Tomás Villén Roldán “Cencerro”, nació en Castillo de Locubín (Jaén) en 1903. Muy joven se afilió a la UGT donde ocupó diversos cargos directivos. Fue presidente de la Casa del Pueblo, miembro del Frente Popular y concejal del ayuntamiento de Castillo de Locubín por el partido comunista el 10 de octubre de 1938, pero pronto hubo de renunciar al cargo para incorporarse a filas siendo adscrito al 302 Batallón de la 76 Brigada Cuerpo Tren. Tras el golpe socialista del General Casado el 5 de marzo de 1939 fue detenido junto a otros mandos comunistas en la posición Churruca y conducido a la prisión militar de Santa Ursula (Jaén) el 15 de marzo siendo liberado horas antes de la entrada de los “nacionales” en Jaén. Concluida la guerra marchó a Castillo de Locubín donde fue detenido y conducido a la prisión de Alcalá la Real de donde se evadió el 17 de marzo de 1940.
En la sierra formó una guerrilla y una tupida red de enlaces. Sus golpes económicos, el buen trato que dispensó a las víctimas de sus secuestros, su gran movilidad, su habilidad para esquivar las celadas tendidas por la Guardia Civil para su captura, su persistencia en la constitución clandestina del partido comunista y el gran número de enlaces y colaboradores que perdieron la vida a manos del Instituto Armado hizo que su popularidad creciera rápidamente y su figura rodeada de un halo de leyenda. “Cencerro” se convirtió en uno de los hombres más buscados de la provincia hasta el 17 de julio de 1947 en que fue muerto en Valdepeñas de Jaén tras ser delatado por uno de sus hombres. En el espectacular asalto militar para su captura, y tras una ardua resistencia durante dos días, se dinamitaron varias casas y perdieron la vida siete personas. Su cuerpo fue expuesto públicamente en Castillo de Locubín.

Según el propio historiador e investigador Luís Miguel Sánchez Tostado “los maquis, con una rebeldía guerrillera basada en la defensa del régimen republicano, se adentraron en las fragosidades de las serranías más inaccesi­bles, donde ubicaron sus bases realizando una lucha de guerrillas que trajo en jaque a la Guardia Civil hasta bien entrados los años cincuenta.

Los hubo de variado perfil: exalcaldes, exconcejales, miembros del Frente Popular, representantes sindicales, ideólogos, reaccionarios o hui­dos de cárceles y campos de concentración. Incluso delincuentes comunes que se beneficiaron de la infraestructura guerrillera para cometer sus fechorías. Pero la sierra también acogió a pobres infelices que intentaron sobrevivir sumidos en una pobreza de solemnidad. Muchos familiares, vecinos o simplemente conocidos de los huidos debieron sumarse a ellos en un intento desesperado de escapar de las torturas de los vencedores de la guerra en su pretensión de localizar a toda costa el paradero de los resistentes. Continuos registros domiciliarios, requisas, detenciones y malos tratos fueron las armas más temidas por los enlaces y colaboradores de los huidos.

No se reparó en medios para acabar con la presencia de los ”bandoleros” en las sierras (nombre utilizado por el régimen para designar a los guerrilleros, pues siempre se ocultó su presencia en la sierra para evitar levantar la moral de los vencidos). Una metódica y escrupulosa censura moral y política sesgó durante décadas el derecho a la información general. Los sabotajes, atentados y golpes económicos pocas veces se dieron a conocer. Sólo una mínima parte de ellos llegaron a publicarse en los diarios bajo titulares de engrandecimiento a la eficacia policial en la captura de forajidos.

El régimen franquista ocultó deliberadamen­te este problema político al que tuvo que hacer frente no sin esfuerzo y un coste humano que aún hoy es desconocido aún en toda su dimensión. Según fuentes de la guardia civil[4], más de 6.000 maquis recorrieron las sierras del país. Entre 1943 y 1952 fueron muertos en combates 2.302 guerrilleros y 3.846 fueron encarcelados tras haber sido heridos. La mayoría de éstos fueron posteriormente fusilados. Por parte de las fueras de seguridad dicha fuente contabiliza 339 muertos y 658 heridos. Igualmente reconoce el encarcelamiento de nada menos que 20.000 personas. Sobrecogedoras cifras que, aún siendo escasas, pues insistimos en la minimización de las estadísticas por parte de la Benemérita, reflejan por sí solas la envergadura del fenómeno.

Al acabar la guerra el número de excombatientes huidos fue tal que era difícil no encontrar familias en el ámbito rural que no oculta­ron a alguno de sus miembros buscado por el hecho de haber combatido defendiendo a la República. Sobre todo en los pueblos serranos”. ¡SALUD Y REPUBLICA! y un poco de historia.

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