12 De agosto de 2015, “Miércoles de ceniza”
Pensé redactar una crónica, pero mejor quiero describir lo que el objetivo de mi cámara, con mis ojos como testigos, captó esta mañana, pasados unos días de la fecha del título.
Desde la distancia el color grisáceo y el olor a quemado se minimizan, empequeñeciendo a su vez la herida abierta, que además parece cicatrizar a buen paso, pero cuando hundes tus zapatos, botas en este caso, en el suelo de ceniza, hueles los maderos a un palmo de la nariz y sientes el tacto suavón del carbón de encina en la yema de tus dedos, descubres que se ha truncado un paisaje para un tiempo cuando menos de varias décadas.
Cuesta mucho comprender el motivo, razón o circunstancia que ha llevado al autor/autora de este delito a cometerlo, dado que La Acamuña, o La Camuña, como es conocida esta sierra por los alrededores, es un icono para todos/todas los/las amantes de la naturaleza que la conocen. No se puede concebir el daño gratuito acometido contra este emblema de la comarca, que generación tras generación ha ido alimentando, literalmente, a los/las habitantes de la zona, con su caza, su ganadería, o su leña, más allá de coyunturas económicas o políticas.
He sentido bajo mis pies la tierra rojiza y la piedra gris oscuro característica de toda esta zona, castigada por el fuego que iluminó de manera deslumbrante, las pantallas táctiles de todos los dispositivos móviles desde Alcalá al Castillo, Santa Ana, Charilla, El Robleo incluso la sierra de Valdepeñas. Los whatsapp iban y venían sin parar, y muchas mejillas de quien los leían, se humedecieron ante el resplandor de la lumbre fotografiada segundos antes. Al lado de la tierra rojiza y la piedra gris oscuro, han quedado enterrados en ceniza muchos sentimientos, sentimientos que quizá ni sabíamos que estaban ahí.
La cicatriz a la que hacía mención anteriormente, no es la única, como bien sabemos, es la “última”, o así lo esperamos, de una serie de acometidas dañinas a las que ha sido sometida nuestra sierra, dejando huella de la malicia infundada en nuestra retina, y que será ejemplo gráfico para generaciones venideras, de lo que no hay que hacer por muchas rencillas que puedan existir o muchos intereses que puedan achacársele, referentes a lindes, explotaciones agrícolas o cotos de caza.
Como no podía ser de otra manera, la vida se abre camino, la naturaleza se lame y cura sus heridas y el paso infinito del tiempo hace el resto. Las huellas de los muflones en el suelo, el vuelo de la torcaz desde su nido en un chaparro achurruscado o los pequeños brotes de matagallos que se escaparon de la quema, nos hacen ver que por mucho que se empeñen algunos/algunas en jugar con fuego siempre serán ellos/ellas quienes saldrán chamuscados/chamuscadas.
Pensé redactar una crónica, pero mejor quiero describir lo que el objetivo de mi cámara, con mis ojos como testigos, captó esta mañana, pasados unos días de la fecha del título.
Desde la distancia el color grisáceo y el olor a quemado se minimizan, empequeñeciendo a su vez la herida abierta, que además parece cicatrizar a buen paso, pero cuando hundes tus zapatos, botas en este caso, en el suelo de ceniza, hueles los maderos a un palmo de la nariz y sientes el tacto suavón del carbón de encina en la yema de tus dedos, descubres que se ha truncado un paisaje para un tiempo cuando menos de varias décadas.
Cuesta mucho comprender el motivo, razón o circunstancia que ha llevado al autor/autora de este delito a cometerlo, dado que La Acamuña, o La Camuña, como es conocida esta sierra por los alrededores, es un icono para todos/todas los/las amantes de la naturaleza que la conocen. No se puede concebir el daño gratuito acometido contra este emblema de la comarca, que generación tras generación ha ido alimentando, literalmente, a los/las habitantes de la zona, con su caza, su ganadería, o su leña, más allá de coyunturas económicas o políticas.
He sentido bajo mis pies la tierra rojiza y la piedra gris oscuro característica de toda esta zona, castigada por el fuego que iluminó de manera deslumbrante, las pantallas táctiles de todos los dispositivos móviles desde Alcalá al Castillo, Santa Ana, Charilla, El Robleo incluso la sierra de Valdepeñas. Los whatsapp iban y venían sin parar, y muchas mejillas de quien los leían, se humedecieron ante el resplandor de la lumbre fotografiada segundos antes. Al lado de la tierra rojiza y la piedra gris oscuro, han quedado enterrados en ceniza muchos sentimientos, sentimientos que quizá ni sabíamos que estaban ahí.
La cicatriz a la que hacía mención anteriormente, no es la única, como bien sabemos, es la “última”, o así lo esperamos, de una serie de acometidas dañinas a las que ha sido sometida nuestra sierra, dejando huella de la malicia infundada en nuestra retina, y que será ejemplo gráfico para generaciones venideras, de lo que no hay que hacer por muchas rencillas que puedan existir o muchos intereses que puedan achacársele, referentes a lindes, explotaciones agrícolas o cotos de caza.
Como no podía ser de otra manera, la vida se abre camino, la naturaleza se lame y cura sus heridas y el paso infinito del tiempo hace el resto. Las huellas de los muflones en el suelo, el vuelo de la torcaz desde su nido en un chaparro achurruscado o los pequeños brotes de matagallos que se escaparon de la quema, nos hacen ver que por mucho que se empeñen algunos/algunas en jugar con fuego siempre serán ellos/ellas quienes saldrán chamuscados/chamuscadas.