Con el cuento de la nieve, nos tocó pasar la noche de Reyes en el pueblo. Mi tío Luis se fue a acostar temprano, como cada noche, porque todos los días del año salía muy temprano con la furgoneta a Úbeda a buscar género para la tienda o para repartirlo por los alrededores. En la tienda vendían de todo, desde sellos de correos a zapatos, desde enaguas a azafrán, desde tabaco a pescado. Era la única del pueblo y no podía quedar desabastecida.
Por ser noche tan señalada, a mi amadísimo primo se le ocurrió una de sus habituales hazañas. Nos hizo buscar y rebuscar por toda la casa todos los zapatos que pudiéramos encontrar. Al poco tiempo, desde la puerta de la habitación de mi tío hasta la puerta de entrada del segundo piso, todo el pasillo quedó alfombrado por un reguero de zapatillas, chanclas, botas, alpargatas, y zapatos de todo tipo, de todos los colores, de todas las tallas y de todo tipo de material. A la mañana siguiente, nos despertaron los gritos de mi tío queriendo salir de la habitación sin pegarse un batacazo en el intento.
Nos levantamos todos, y partidos de la risa nos plantamos frente al pasillo para asistir al espectáculo. Mi tío deambulaba entre un mar de calzado, con andares de pato mareado y una cara de duende gruñón que predecía una estudiada venganza. Una vez alcanzadas las escalera, ya despejado el camino, esperó pacientemente a que se nos pasara el ataque y con un rin-tintín de guasa nos soltó:
- He escondido quinientas pesetas dentro de un zapato –
Aquello fue una locura. Quinientas pesetas era una suma considerable, una verdadera fortuna. Sonó como el pistoletazo de salida de una competición despiadada. Mi primo Antonio iba a por todas. Era un bruto. Los zapatos volaban por el pasillo y ninguna cabeza quedaba a salvo de su irremediable caída. Al final las encontró él, claro, iba arrasando...
Por ser noche tan señalada, a mi amadísimo primo se le ocurrió una de sus habituales hazañas. Nos hizo buscar y rebuscar por toda la casa todos los zapatos que pudiéramos encontrar. Al poco tiempo, desde la puerta de la habitación de mi tío hasta la puerta de entrada del segundo piso, todo el pasillo quedó alfombrado por un reguero de zapatillas, chanclas, botas, alpargatas, y zapatos de todo tipo, de todos los colores, de todas las tallas y de todo tipo de material. A la mañana siguiente, nos despertaron los gritos de mi tío queriendo salir de la habitación sin pegarse un batacazo en el intento.
Nos levantamos todos, y partidos de la risa nos plantamos frente al pasillo para asistir al espectáculo. Mi tío deambulaba entre un mar de calzado, con andares de pato mareado y una cara de duende gruñón que predecía una estudiada venganza. Una vez alcanzadas las escalera, ya despejado el camino, esperó pacientemente a que se nos pasara el ataque y con un rin-tintín de guasa nos soltó:
- He escondido quinientas pesetas dentro de un zapato –
Aquello fue una locura. Quinientas pesetas era una suma considerable, una verdadera fortuna. Sonó como el pistoletazo de salida de una competición despiadada. Mi primo Antonio iba a por todas. Era un bruto. Los zapatos volaban por el pasillo y ninguna cabeza quedaba a salvo de su irremediable caída. Al final las encontró él, claro, iba arrasando...