Amigos del Foro:
Los que no vivimos en la Comunidad Andaluza, no vamos a disfrutar del puente de los Santos y Difuntos, como si lo van a hacer ellos. Con la excusa de no poder estar allí, en esos días algo especiales para Jimena, voy a tratar de hilvanar algunos recuerdos, ya antiguos, sobre lo que suponían esas fechas en el pueblo. Me gustaría, que todos aquellos que tampoco vais a poder estar ahí, los compartieráis conmigo.
LA FIESTA DE “TODOS LOS SANTOS Y DIFUNTOS”.
Un año más nos aproximamos a la Festividad de Todos los Santos y Difuntos. Hasta donde llegan mis recuerdos, esos días, suponían un “Ecuador” en la vida cotidiana de Jimena. El primer cambio, venía como consecuencia de la Procesión que trasladaba (traslada) a la Virgen de la Ermita a la Iglesia. El hecho de ya no estar la Virgen en Cánava, implicaba, que a partir de entonces los paseos a Cánava se suspendían. Ahora, el nuevo destino de los paseos a primeras horas de la tarde, eran los parajes de “Chaqueta” y “La Balsa”, en donde el Sol calentaba más hasta su ocaso.
Igualmente, la Procesión, regulaba el compás, en cuanto al tipo de ropa a utilizar. Durante unos días antes, todas las Sastrerías y Modistas habían trabajado a tope. Para muchas de las niñas y mujeres era la ocasión de “estrenar” el abrigo largo de la temporada de invierno. A algunos niños, esos días, les marcaba el paso a la adolescencia. Suponía dejar el pantalón corto y pasar al largo: “como los hombres”.
Del mismo modo, no puedo separar de esas fechas, el recuerdo de aquellos “puros de azúcar” envueltos en “papel de estraza” y de elaboración en la sartén de casa. Estos puros de azucar, acompañados de la correspondiente bolsa de “tueste” y del “cucurucho” con castañas asadas, compradas a “Calabuch”, nos servirían de aprovisionamiento para asistir a la “Velada de Cine”; para los niños en Función de Tarde. Por la noche, si tenías la suerte de acceder a algunas de las pocas TV que por entonces había en Jimena, verías obligatoriamente alguna versión teatral de la obra Don Juan Tenorio.
Tanto el día de los Santos, como el de los Difuntos (sobre todo por la mañana), era masiva la afluencia en las visitas a las tumbas de los familiares que todos tenemos en el Cementerio. Para expresar el dolor por la pérdida de nuestros seres queridos, me vienen a la memoria las siguientes palabras de Dante en su Divina Comedia: “No existe un dolor mayor que recordar el tiempo feliz en la desdicha”.
A mí particularmente, me producía un “escalofrío”, la contemplación del pequeño cercado (cruelmente llamado el “Corral de los Ahorcados”) que dentro del Cementerio acogía a los suicidas (para la Santa Madre Iglesia, siempre tan generosa, no tenían derecho a descansar en la llamada Tierra Santa). Algún amigo, desaparecido demasiado joven, lloraba amargamente cada año, al ver los huesos desenterrados que se podían contemplar desde el borde de la tapia del corralillo. Entre ellos estaban los de su padre.
Siempre, antes de abandonar el Cementerio, me paraba a leer la inscripción que nos recuerda aquello de: “TEMPLO DE LA VERDAD ES EL QUE ADMIRAS, NO DESOIGAS LA VOZ DEL QUE TE ADVIERTE, PORQUE TODO ES ILUSIÓN MENOS LA MUERTE“. Años después me enteraría (gracias al librito de Adela Casado Labrador “El Cementerio de propiedad particular de la Villa de Jimena”, que se repartió junto al programa de la Fiesta del año 2000), que esa inscripción figuraba en el citado Cementerio (éste, se correspondería con la parte de los nichos más nuevos del de entonces). Ese Cementerio, habría empezado a construirse sobre el año 1863. Fue una iniciativa particular de un grupo de personas, encabezadas por Don Francisco Calatrava Torres, en esa época dueño y vecino de la conocida “Casa de la Imprenta”. Seguramente, muchas de esas personas, fueron las mismas que repoblaron los alrededores de la Ermita con acacias y plantaron los hermosos pinos del conocido “Pinarillo de la Cuesta de Cánava” o del Tio Pabilo, hoy monumento histórico natural.
Al anochecer, en casi todas las casas, se procedía a preparar la “alcuza” de aceite y encender las “palomillas” en recuerdo de las almas o “ánimas” de los difuntos más allegados. Era también la hora de empezar a elaborar las dulces y afamadas “Gachas”. Después ya bien entrada la noche y con las que habían sobrado, comenzaría (para los más jóvenes) la aventura de “ir a pegar las gachas”.
Sobre ésta tradición, no tengo una información fiable y contrastada. Para algunos, el hecho de tapar las cerraduras de las casas, supone una forma de impedir entrar ¿o salir? a las Ánimas de los Difuntos de la familia, pues se suponía que en esa noche vagaban libremente.
Por mi parte, pienso que esta tradición, tiene su correlación, con lo que nos cuenta el libro del Éxodo del Antiguo Testamento, respecto a la décima y última plaga de Egipto: la de la “muerte de los primogénitos” (ese Dios no se andaba con chiquitas). Recordaréis, que el Señor, mandó a Moisés, que los israelitas marcaran la puerta de sus casas y Jehová, al ver esas señales, pasaría de largo evitando la muerte de los primeros nacidos de cada familia. Mi teoría, es que las gachas que se pegan en la puerta, son como una marca, gracias a la cual esa casa queda protegida de los “seres tenebrosos” que esa noche circulan en la oscuridad.
Del “Día de los Difuntos” mi recuerdo es monótono y repetitivo, como el continuo tañir de las campanas las veinticuatro horas. Las campanas están “tocando a muerto” decimos en Jimena. En aquellos años, el tiempo en esos días solía ser frío, lluvioso y con viento, transitar esa noche por las empinadas calles del pueblo, se las traía. Las "míseras" bombillas, proyectaban sobre las paredes desconchadas unas sombras fantasmagóricas. Al mismo tiempo, las ráfagas de viento, ululaban sin cesar por las estrechas callejuelas. Cualquier ruido, como el producido por un gato que salía de su gatera, te ponía el vello de punta. El toque a muerto no cesabe en toda la noche. Lo mejor era meterse en la cama y a esperar el amanecer del día siguiente:“Si Dios quiere”, como me decía mi Madre todas las noches.
Saludos y buen fin de semana.
Los que no vivimos en la Comunidad Andaluza, no vamos a disfrutar del puente de los Santos y Difuntos, como si lo van a hacer ellos. Con la excusa de no poder estar allí, en esos días algo especiales para Jimena, voy a tratar de hilvanar algunos recuerdos, ya antiguos, sobre lo que suponían esas fechas en el pueblo. Me gustaría, que todos aquellos que tampoco vais a poder estar ahí, los compartieráis conmigo.
LA FIESTA DE “TODOS LOS SANTOS Y DIFUNTOS”.
Un año más nos aproximamos a la Festividad de Todos los Santos y Difuntos. Hasta donde llegan mis recuerdos, esos días, suponían un “Ecuador” en la vida cotidiana de Jimena. El primer cambio, venía como consecuencia de la Procesión que trasladaba (traslada) a la Virgen de la Ermita a la Iglesia. El hecho de ya no estar la Virgen en Cánava, implicaba, que a partir de entonces los paseos a Cánava se suspendían. Ahora, el nuevo destino de los paseos a primeras horas de la tarde, eran los parajes de “Chaqueta” y “La Balsa”, en donde el Sol calentaba más hasta su ocaso.
Igualmente, la Procesión, regulaba el compás, en cuanto al tipo de ropa a utilizar. Durante unos días antes, todas las Sastrerías y Modistas habían trabajado a tope. Para muchas de las niñas y mujeres era la ocasión de “estrenar” el abrigo largo de la temporada de invierno. A algunos niños, esos días, les marcaba el paso a la adolescencia. Suponía dejar el pantalón corto y pasar al largo: “como los hombres”.
Del mismo modo, no puedo separar de esas fechas, el recuerdo de aquellos “puros de azúcar” envueltos en “papel de estraza” y de elaboración en la sartén de casa. Estos puros de azucar, acompañados de la correspondiente bolsa de “tueste” y del “cucurucho” con castañas asadas, compradas a “Calabuch”, nos servirían de aprovisionamiento para asistir a la “Velada de Cine”; para los niños en Función de Tarde. Por la noche, si tenías la suerte de acceder a algunas de las pocas TV que por entonces había en Jimena, verías obligatoriamente alguna versión teatral de la obra Don Juan Tenorio.
Tanto el día de los Santos, como el de los Difuntos (sobre todo por la mañana), era masiva la afluencia en las visitas a las tumbas de los familiares que todos tenemos en el Cementerio. Para expresar el dolor por la pérdida de nuestros seres queridos, me vienen a la memoria las siguientes palabras de Dante en su Divina Comedia: “No existe un dolor mayor que recordar el tiempo feliz en la desdicha”.
A mí particularmente, me producía un “escalofrío”, la contemplación del pequeño cercado (cruelmente llamado el “Corral de los Ahorcados”) que dentro del Cementerio acogía a los suicidas (para la Santa Madre Iglesia, siempre tan generosa, no tenían derecho a descansar en la llamada Tierra Santa). Algún amigo, desaparecido demasiado joven, lloraba amargamente cada año, al ver los huesos desenterrados que se podían contemplar desde el borde de la tapia del corralillo. Entre ellos estaban los de su padre.
Siempre, antes de abandonar el Cementerio, me paraba a leer la inscripción que nos recuerda aquello de: “TEMPLO DE LA VERDAD ES EL QUE ADMIRAS, NO DESOIGAS LA VOZ DEL QUE TE ADVIERTE, PORQUE TODO ES ILUSIÓN MENOS LA MUERTE“. Años después me enteraría (gracias al librito de Adela Casado Labrador “El Cementerio de propiedad particular de la Villa de Jimena”, que se repartió junto al programa de la Fiesta del año 2000), que esa inscripción figuraba en el citado Cementerio (éste, se correspondería con la parte de los nichos más nuevos del de entonces). Ese Cementerio, habría empezado a construirse sobre el año 1863. Fue una iniciativa particular de un grupo de personas, encabezadas por Don Francisco Calatrava Torres, en esa época dueño y vecino de la conocida “Casa de la Imprenta”. Seguramente, muchas de esas personas, fueron las mismas que repoblaron los alrededores de la Ermita con acacias y plantaron los hermosos pinos del conocido “Pinarillo de la Cuesta de Cánava” o del Tio Pabilo, hoy monumento histórico natural.
Al anochecer, en casi todas las casas, se procedía a preparar la “alcuza” de aceite y encender las “palomillas” en recuerdo de las almas o “ánimas” de los difuntos más allegados. Era también la hora de empezar a elaborar las dulces y afamadas “Gachas”. Después ya bien entrada la noche y con las que habían sobrado, comenzaría (para los más jóvenes) la aventura de “ir a pegar las gachas”.
Sobre ésta tradición, no tengo una información fiable y contrastada. Para algunos, el hecho de tapar las cerraduras de las casas, supone una forma de impedir entrar ¿o salir? a las Ánimas de los Difuntos de la familia, pues se suponía que en esa noche vagaban libremente.
Por mi parte, pienso que esta tradición, tiene su correlación, con lo que nos cuenta el libro del Éxodo del Antiguo Testamento, respecto a la décima y última plaga de Egipto: la de la “muerte de los primogénitos” (ese Dios no se andaba con chiquitas). Recordaréis, que el Señor, mandó a Moisés, que los israelitas marcaran la puerta de sus casas y Jehová, al ver esas señales, pasaría de largo evitando la muerte de los primeros nacidos de cada familia. Mi teoría, es que las gachas que se pegan en la puerta, son como una marca, gracias a la cual esa casa queda protegida de los “seres tenebrosos” que esa noche circulan en la oscuridad.
Del “Día de los Difuntos” mi recuerdo es monótono y repetitivo, como el continuo tañir de las campanas las veinticuatro horas. Las campanas están “tocando a muerto” decimos en Jimena. En aquellos años, el tiempo en esos días solía ser frío, lluvioso y con viento, transitar esa noche por las empinadas calles del pueblo, se las traía. Las "míseras" bombillas, proyectaban sobre las paredes desconchadas unas sombras fantasmagóricas. Al mismo tiempo, las ráfagas de viento, ululaban sin cesar por las estrechas callejuelas. Cualquier ruido, como el producido por un gato que salía de su gatera, te ponía el vello de punta. El toque a muerto no cesabe en toda la noche. Lo mejor era meterse en la cama y a esperar el amanecer del día siguiente:“Si Dios quiere”, como me decía mi Madre todas las noches.
Saludos y buen fin de semana.