UN DÍA EN LA FERIA DE SAN LUCAS.
Estas “bellas señoritas”, casaderas por entonces, son de derecha a izquierda: Juana “la de Lete” (mi madre), Catalina la hija de Ginés “el de la Luz”, Manolita “la de Lete”, hermana de mi madre y Marina, prima hermana de Catalina e hija del Brigada “Kikillo”, que a su vez era cuñado de Ginés. La foto está hecha en la calle de Jaén conocida como la “Carrera”. La fecha un 18 de octubre del año que figura en la foto, festividad de San Lucas, patrón de la capital de la provincia.
¡San Lucas ¡estoy seguro que todos los jimenatos nacidos en las décadas de los 40, los 50, los 60 y quizás después, recuerdan con cariño, lo que entonces significaba la Feria de San Lucas, ¿a quién no han llevado sus padres a la Feria? Haciendo un símil, podíamos decir que al igual que ocurría con la asistencia a Misa, la asistencia a la Feria de Jaén, era en esa época de “obligado cumplimiento”.
Seguro que soñando un poco con esos años, para los niños de entonces, ir a la Feria era un “gran acontecimiento”. Más de uno lo recordará más o menos así:
Ese año, San Lucas no era festivo, mi padre decidió que iríamos los cuatro a la Feria después de comer. El autobús se cogía en la Plaza, los más probable era que te tocara la Tartana (el nombre lo indica todo) o El Barco, éste se llamaba así porque el motor, en la parte delantera, simulaba la quilla de una embarcación, sólo le faltaba el mascaron de proa imitando a una Sirena, como más tarde descubriríamos en “El hundimiento del Titanic”. En aquellos tiempos el viaje a Jaén era toda una aventura.
Al llegar a la capital, la ronda de visitas, empezaba por la “Feria del Ganado” (aunque no tuvieras animales de labor en la casa, mi padre era carpintero).
Allí contemplábamos toda las variedades de animales de carga, desde los burros de todo pelaje, las yuntas de mulos, los caballos percherones, los de tiro y paseo, etc. Al final del todo, la delicia de los niños, los pony. Me entusiasmó uno negro azulado, con un lunar blanco en la frente, que respondía al nombre de Lucero. Llamaban la atención los gitanos con sus tratos; al posible cliente, le enseñaban los dientes de las caballerías para demostrarles que no lo engañaban sobre los años que decían que tenían. Yo por si acaso cerraba fuertemente mi boca.
Después había que ir al Reciento Ferial. Por entonces las atracciones eran bastante simples. Destacaban la clásica “Noria Gigante”, “El túnel del miedo”, “Los coches locos” y los “Tiovivos” para los pequeños. Mi hermana y yo acudimos a uno de estos últimos, con su eterno gira-gira. Allí estaban el “Coche de los Bomberos”, “La ambulancia”, “El avión”, “El barco” y los “Caballitos y Fieras”. Mi hermana se subió a una Jirafa, yo elegí un Caballito, para mi asombro, exactamente igual que Lucero.
A continuación, con arreglo a la “división sexual” dominante en esos años, mi madre y mi hermana se fueron a la “Tómbola de Muñecas”, mi padre y yo a las casetas de “Tiro con escopeta de plomos”. Ellas tuvieron suerte, en vez de la repetida muñeca “chochona”, les tocó una Mariquita Pérez con su uniforme de colegiala (su falda “plisada” de cuadros escoceses azules y grises, su camisita blanca con lazo, su jersey azul y su cartera de cuero). Yo tuve menos fortuna, mi padre (aunque era cazador aficionado) no pudo conseguirme la codiciada pelota de ceplástica, tuve que conformarme con un llavero del Real Jaén.
Llegó la hora de la “merendilla” antes de ir para la carpa del Circo. Mis padres compartieron con nosotros algún chorizo a la brasa, un pincho “moruno” o un “caballito” a la plancha. Afortunadamente, todavía no nos había invadido la “comida basura” de los yanquis; las hamburguesas y los perritos calientes con tomate y mostaza no existían por entonces.
Ya estábamos en el Circo, la función comenzaba a las nueve de la noche. Un gran cartelón sobre la puerta de entrada decía: “Circo-Teatro de MANOLITA CHEN”. Ya acomodados, la “Orquesta Habana Club”, empezó la función con el pasodoble “El Gato Montés”, después vendría un “Mambo” de Pérez Prado, “la Casita de Papel”, la melodía de “Mirando al Mar” de Bonet de San Pedro, etc, etc. Señalando hacia los músicos, me dijo mi padre con orgullo: ¡mira aquellos dos que tocan el saxofón son de Jimena!: El Civilillo y Podadera.
Pero ya, todos los niños teníamos los ojos como platos. Habían salido los payazos Tan-Tan y Ton-Ton. Allí estaban con sus trajes a rayas azules, sus bolas rojas en la nariz, las marcadas ojeras y aquellas pelucas con sus calvas blancas y su “manojo de estropajo” en la nuca. Nos “partíamos” de risa de ver como Tan-Tan siempre engañaba a Ton-Ton.
A continuación, una bonita amazona con su corta falda blanca, casaca roja y un gorro terminado en un penacho de plumas, anunciaba lo nunca visto: de allende los Pirineos, el domador más atrevido del mundo “Mesíe Leopard”. En el centro de la pista, dentro de la jaula circular de barrotes de hierro montada al efecto, apareció un hombrón de largos mostachos y con un taparrabos que hacía honor a su nombre artístico. Controlaba a los tigres y leones con la punta de su látigo. Como colofón, una pantera negra de ojos “ambarinos” realizó un felino salto atravesando limpiamente un “aro de fuego”.
De pronto, se apagaron todas las luces. Entre redobles de tambores y timbales, un foco de luz blanca dirigido hacia el techo, nos mostró a una figura de mujer, envuelta en su traje de malla y con el pelo recogido en un moño. Un fuerte aplauso resonó para recibirla, era “Pajarito de Oro” la más arriesgada trapecista del “mundo mundial”. Después de múltiples cabriolas y saltos arriesgados de un trapecio a otro, una voz sobrevenida de pronto y acompañada de un nuevo redoble, pedía silencio para el último salto: mortal y medio con doble tirabuzón. No se oía ni el vuelo de una mosca, al cabo de unos segundo que parecían eternos ¡Chaaaas! un golpe de platillos coincidía con el final feliz del salto. La función había terminado y al compas de “Amapola lindísima amapola” el Circo se desalojó pacíficamente.
Era hora de volver a Jimena. Como la estación de autobuses estaba cerrada a esas horas, el autobús estaba en la Plaza de las Batallas. Tuvimos que esperar a los mayores más “picarones”, los que venían de ver la Revista de Variedades del Teatro Darimelia. Cuando entre los que llegaban oí como se comentaban entre ellos ¡Vistes las piernas de la morena del “caracolillo” en la frente! o ¡Pues anda que el trasero de la rubia de ricitos como la “Marilinmonro” esa!. Comprendí lo que significaba lo de Revista de Variedades.
En un doble asiento próximo al final, nos colocamos mis padres y los dos hermanos. Mi hermana eligió sentarse encima de mi padre, de siempre le gustaba el “olor especial” que no lo abandonó en toda su vida, el olor de la madera de pino, de olivo, de nogal e incluso de maderas más nobles como la caoba (cuando arreglaba los muebles de los ricos); el olor que se mantenía con las partículas de serrín, tan difíciles de eliminar de su pelo negro peinado hacia atrás. Yo en cambio, me gustaba elegir de “cabecero” el regazo de mi madre, entre los generosos pechos que hasta hacía pocos años me habían amamantado. Rápidamente, después de tantas emociones quedamos “rendidos”.
La voz de uno de los vecinos de asiento, diciendo ¡ya estamos en la recta de Matacas! me desveló ligeramente.
En la negritud de la noche, aunque todavía “corto de años” (6 o 7) pero ya “largo de entendederas”, viéndonos allí a los cuatro juntos y entrelazados, me acordé de una revista que por entonces circulaba en casi todos los hogares de Jimena, creo que se llamaba “Vida Cristiana” (el cura don Manuel Agudo, con su conocida “persuasión” había conseguido que “voluntariamente” casi todas las familias se suscribieran por una anualidad). En el último número de la citada revista una de las frases más repetidas era aquello de “Familia Unida, Familia Feliz”; con mi ingenuidad infantil me quedé pensando que si era verdad que existía la FELICIDAD a la que se refería la revista, yo estaba sintiendo algo que seguro se le parecía mucho.
Saludos,
Estas “bellas señoritas”, casaderas por entonces, son de derecha a izquierda: Juana “la de Lete” (mi madre), Catalina la hija de Ginés “el de la Luz”, Manolita “la de Lete”, hermana de mi madre y Marina, prima hermana de Catalina e hija del Brigada “Kikillo”, que a su vez era cuñado de Ginés. La foto está hecha en la calle de Jaén conocida como la “Carrera”. La fecha un 18 de octubre del año que figura en la foto, festividad de San Lucas, patrón de la capital de la provincia.
¡San Lucas ¡estoy seguro que todos los jimenatos nacidos en las décadas de los 40, los 50, los 60 y quizás después, recuerdan con cariño, lo que entonces significaba la Feria de San Lucas, ¿a quién no han llevado sus padres a la Feria? Haciendo un símil, podíamos decir que al igual que ocurría con la asistencia a Misa, la asistencia a la Feria de Jaén, era en esa época de “obligado cumplimiento”.
Seguro que soñando un poco con esos años, para los niños de entonces, ir a la Feria era un “gran acontecimiento”. Más de uno lo recordará más o menos así:
Ese año, San Lucas no era festivo, mi padre decidió que iríamos los cuatro a la Feria después de comer. El autobús se cogía en la Plaza, los más probable era que te tocara la Tartana (el nombre lo indica todo) o El Barco, éste se llamaba así porque el motor, en la parte delantera, simulaba la quilla de una embarcación, sólo le faltaba el mascaron de proa imitando a una Sirena, como más tarde descubriríamos en “El hundimiento del Titanic”. En aquellos tiempos el viaje a Jaén era toda una aventura.
Al llegar a la capital, la ronda de visitas, empezaba por la “Feria del Ganado” (aunque no tuvieras animales de labor en la casa, mi padre era carpintero).
Allí contemplábamos toda las variedades de animales de carga, desde los burros de todo pelaje, las yuntas de mulos, los caballos percherones, los de tiro y paseo, etc. Al final del todo, la delicia de los niños, los pony. Me entusiasmó uno negro azulado, con un lunar blanco en la frente, que respondía al nombre de Lucero. Llamaban la atención los gitanos con sus tratos; al posible cliente, le enseñaban los dientes de las caballerías para demostrarles que no lo engañaban sobre los años que decían que tenían. Yo por si acaso cerraba fuertemente mi boca.
Después había que ir al Reciento Ferial. Por entonces las atracciones eran bastante simples. Destacaban la clásica “Noria Gigante”, “El túnel del miedo”, “Los coches locos” y los “Tiovivos” para los pequeños. Mi hermana y yo acudimos a uno de estos últimos, con su eterno gira-gira. Allí estaban el “Coche de los Bomberos”, “La ambulancia”, “El avión”, “El barco” y los “Caballitos y Fieras”. Mi hermana se subió a una Jirafa, yo elegí un Caballito, para mi asombro, exactamente igual que Lucero.
A continuación, con arreglo a la “división sexual” dominante en esos años, mi madre y mi hermana se fueron a la “Tómbola de Muñecas”, mi padre y yo a las casetas de “Tiro con escopeta de plomos”. Ellas tuvieron suerte, en vez de la repetida muñeca “chochona”, les tocó una Mariquita Pérez con su uniforme de colegiala (su falda “plisada” de cuadros escoceses azules y grises, su camisita blanca con lazo, su jersey azul y su cartera de cuero). Yo tuve menos fortuna, mi padre (aunque era cazador aficionado) no pudo conseguirme la codiciada pelota de ceplástica, tuve que conformarme con un llavero del Real Jaén.
Llegó la hora de la “merendilla” antes de ir para la carpa del Circo. Mis padres compartieron con nosotros algún chorizo a la brasa, un pincho “moruno” o un “caballito” a la plancha. Afortunadamente, todavía no nos había invadido la “comida basura” de los yanquis; las hamburguesas y los perritos calientes con tomate y mostaza no existían por entonces.
Ya estábamos en el Circo, la función comenzaba a las nueve de la noche. Un gran cartelón sobre la puerta de entrada decía: “Circo-Teatro de MANOLITA CHEN”. Ya acomodados, la “Orquesta Habana Club”, empezó la función con el pasodoble “El Gato Montés”, después vendría un “Mambo” de Pérez Prado, “la Casita de Papel”, la melodía de “Mirando al Mar” de Bonet de San Pedro, etc, etc. Señalando hacia los músicos, me dijo mi padre con orgullo: ¡mira aquellos dos que tocan el saxofón son de Jimena!: El Civilillo y Podadera.
Pero ya, todos los niños teníamos los ojos como platos. Habían salido los payazos Tan-Tan y Ton-Ton. Allí estaban con sus trajes a rayas azules, sus bolas rojas en la nariz, las marcadas ojeras y aquellas pelucas con sus calvas blancas y su “manojo de estropajo” en la nuca. Nos “partíamos” de risa de ver como Tan-Tan siempre engañaba a Ton-Ton.
A continuación, una bonita amazona con su corta falda blanca, casaca roja y un gorro terminado en un penacho de plumas, anunciaba lo nunca visto: de allende los Pirineos, el domador más atrevido del mundo “Mesíe Leopard”. En el centro de la pista, dentro de la jaula circular de barrotes de hierro montada al efecto, apareció un hombrón de largos mostachos y con un taparrabos que hacía honor a su nombre artístico. Controlaba a los tigres y leones con la punta de su látigo. Como colofón, una pantera negra de ojos “ambarinos” realizó un felino salto atravesando limpiamente un “aro de fuego”.
De pronto, se apagaron todas las luces. Entre redobles de tambores y timbales, un foco de luz blanca dirigido hacia el techo, nos mostró a una figura de mujer, envuelta en su traje de malla y con el pelo recogido en un moño. Un fuerte aplauso resonó para recibirla, era “Pajarito de Oro” la más arriesgada trapecista del “mundo mundial”. Después de múltiples cabriolas y saltos arriesgados de un trapecio a otro, una voz sobrevenida de pronto y acompañada de un nuevo redoble, pedía silencio para el último salto: mortal y medio con doble tirabuzón. No se oía ni el vuelo de una mosca, al cabo de unos segundo que parecían eternos ¡Chaaaas! un golpe de platillos coincidía con el final feliz del salto. La función había terminado y al compas de “Amapola lindísima amapola” el Circo se desalojó pacíficamente.
Era hora de volver a Jimena. Como la estación de autobuses estaba cerrada a esas horas, el autobús estaba en la Plaza de las Batallas. Tuvimos que esperar a los mayores más “picarones”, los que venían de ver la Revista de Variedades del Teatro Darimelia. Cuando entre los que llegaban oí como se comentaban entre ellos ¡Vistes las piernas de la morena del “caracolillo” en la frente! o ¡Pues anda que el trasero de la rubia de ricitos como la “Marilinmonro” esa!. Comprendí lo que significaba lo de Revista de Variedades.
En un doble asiento próximo al final, nos colocamos mis padres y los dos hermanos. Mi hermana eligió sentarse encima de mi padre, de siempre le gustaba el “olor especial” que no lo abandonó en toda su vida, el olor de la madera de pino, de olivo, de nogal e incluso de maderas más nobles como la caoba (cuando arreglaba los muebles de los ricos); el olor que se mantenía con las partículas de serrín, tan difíciles de eliminar de su pelo negro peinado hacia atrás. Yo en cambio, me gustaba elegir de “cabecero” el regazo de mi madre, entre los generosos pechos que hasta hacía pocos años me habían amamantado. Rápidamente, después de tantas emociones quedamos “rendidos”.
La voz de uno de los vecinos de asiento, diciendo ¡ya estamos en la recta de Matacas! me desveló ligeramente.
En la negritud de la noche, aunque todavía “corto de años” (6 o 7) pero ya “largo de entendederas”, viéndonos allí a los cuatro juntos y entrelazados, me acordé de una revista que por entonces circulaba en casi todos los hogares de Jimena, creo que se llamaba “Vida Cristiana” (el cura don Manuel Agudo, con su conocida “persuasión” había conseguido que “voluntariamente” casi todas las familias se suscribieran por una anualidad). En el último número de la citada revista una de las frases más repetidas era aquello de “Familia Unida, Familia Feliz”; con mi ingenuidad infantil me quedé pensando que si era verdad que existía la FELICIDAD a la que se refería la revista, yo estaba sintiendo algo que seguro se le parecía mucho.
Saludos,
Este hermano mio, siempre hace que me emocione recordando nuestra niñez; y efectivamente, aunque los quisimos a los dos por igual, (como por aqui decimos) mi hermano era mas "Madrero ", y yo mas "Padrera".
Aunque con las carencias de aquellos tiempos, la nuestra fue una infancia feliz, pues nos sentimos muy queridos por nuestros Padres.
En mi casa no habia mucho dinero (supongo que como en la mayoria de la epoca), pero siempre recuerdo una frase que mi padre me decia:"Dinero no hay, pero nunca te olvides que somos ricos de Espiritu "
Como decia el poeta:"El mejor medio para hacer buenos a los niños es hacerlos felices ".
Aunque con las carencias de aquellos tiempos, la nuestra fue una infancia feliz, pues nos sentimos muy queridos por nuestros Padres.
En mi casa no habia mucho dinero (supongo que como en la mayoria de la epoca), pero siempre recuerdo una frase que mi padre me decia:"Dinero no hay, pero nunca te olvides que somos ricos de Espiritu "
Como decia el poeta:"El mejor medio para hacer buenos a los niños es hacerlos felices ".