Se que soy una privilegiada. No es muy frecuente que los deseos que una tiene desde niña se cumplan, como es mi caso. Desde siempre mi deseo ha sido vivir aquí, y por fortuna, tanto mi vida laboral como la de mi marido se han desarrollado en la comarca. ¡Qué pocas personas podemos decir lo mismo!.
Me he decidido a escribir esto porque ahora, soy madre de un niño, y me gustaría que mi hijo viviese la bellísima infancia que yo viví. Me gustaría que, cuando crezca algo más, y se acerque la tibieza del mes de mayo, cuando salga de la escuela, corra por las tardes hacia las huertas, que sepa dónde están los mejores albarillos, que conozca la hierba que comen los colorines, a la vereda de qué arroyuelo crecen los" mastronzos", y dónde se crían las mejores cañas. Quiero que pasee por la vereda de la Romaniente, y que sepa dónde está la fuente Dola.
Pero le diré a mi hijo que para ser jimenato ha de conocer primero quién es y de dónde viene. Yo haré todo lo posible para que respete a sus mayores y conozca las tradiciones que todos los que somos de aquí compartimos. Cuando lleguen los primeros días de noviembre, bajaré con él al cementerio a enseñarle dónde reposan los suyos, aunque por supuesto, unas horas más tarde, irá con sus amigos a pegar las gachas por los callejones, para que las ánimas no entren por las cerraduras la víspera de difuntos.
En los primeros días de diciembre, cantará la "Concebida", y ya mediado el mes, le llevaremos a la lumbre de Santa Lucía, para que le guarde la vista, y que coma tueste y calabaza. Seguro que le asombra lo grande que es esta hoguera, tan grande que ilumina la noche más oscura del invierno, y las pavesas parecen pájaros de luz que suben hasta los tejados. Pero no hay que olvidar que la riqueza de esta tierra y de todos los que aquí vivimos está en nuestros olivos, y desde bien jovencito se acostumbrará a ir con su padre al campo para aprender mejor lo que somos y cómo nos ganamos la vida, que vea el trajín de los días de recolección, los tajos, los tractores, y se le pegue a él también ese olor maravilloso a aceituna recién cogida que lleva consigo cada aceitunero.
Por febrero o marzo, mi niño se vestirá de "máscara" y correrá por las calles diciendo " ay qué torpe, que no me conoces...", llegará mayo, y quizás se decida a hacer con sus amigos unos "Tíos de Ricia". En junio, en el Corpus, verá la belleza de las calles engalanadas, y la ilusión de otros niños vestidos de Comunión, que una vez terminada la procesión harán sonar látigos de juncia en la plaza.
Sé que le esperan los mejores veranos del mundo, y que ya por fin, en los primeros días de septiembre, vivirá, con su alegría de niño, la sorpresa de los cabezudos, de las cucañas. Quizás llore al escuchar los primeros cohetes, pero en la romería del día siete acompañará a la Patrona montado en una carroza como un gitanillo. Pero todavía no le voy a dejar bajar "al toro", aunque su padre se empeñe, y me diga mil veces que no le pasará nada.
Creo que todo eso es ser jimenato,. Pero yo, que además vivo aquí, sé de la importancia que tiene la convivencia. Todos podemos disfrutar del favor de nuestros vecinos, ayudarnos en todo lo que podamos, y hacer que el día a día sea mejor para todos.
Dicen que todos tenemos lo que nos merecemos. Pero depende de todos y cada uno de los jimenatos hacer que nuestro pueblo vuelva a ser lo que fue, porque yo, sinceramente, quiero que mi hijo conozca Jimena como la vieron mis abuelos, como la vieron mis padres, como la vi yo.
Reseña de: Beatriz Viedma Marín
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Me he decidido a escribir esto porque ahora, soy madre de un niño, y me gustaría que mi hijo viviese la bellísima infancia que yo viví. Me gustaría que, cuando crezca algo más, y se acerque la tibieza del mes de mayo, cuando salga de la escuela, corra por las tardes hacia las huertas, que sepa dónde están los mejores albarillos, que conozca la hierba que comen los colorines, a la vereda de qué arroyuelo crecen los" mastronzos", y dónde se crían las mejores cañas. Quiero que pasee por la vereda de la Romaniente, y que sepa dónde está la fuente Dola.
Pero le diré a mi hijo que para ser jimenato ha de conocer primero quién es y de dónde viene. Yo haré todo lo posible para que respete a sus mayores y conozca las tradiciones que todos los que somos de aquí compartimos. Cuando lleguen los primeros días de noviembre, bajaré con él al cementerio a enseñarle dónde reposan los suyos, aunque por supuesto, unas horas más tarde, irá con sus amigos a pegar las gachas por los callejones, para que las ánimas no entren por las cerraduras la víspera de difuntos.
En los primeros días de diciembre, cantará la "Concebida", y ya mediado el mes, le llevaremos a la lumbre de Santa Lucía, para que le guarde la vista, y que coma tueste y calabaza. Seguro que le asombra lo grande que es esta hoguera, tan grande que ilumina la noche más oscura del invierno, y las pavesas parecen pájaros de luz que suben hasta los tejados. Pero no hay que olvidar que la riqueza de esta tierra y de todos los que aquí vivimos está en nuestros olivos, y desde bien jovencito se acostumbrará a ir con su padre al campo para aprender mejor lo que somos y cómo nos ganamos la vida, que vea el trajín de los días de recolección, los tajos, los tractores, y se le pegue a él también ese olor maravilloso a aceituna recién cogida que lleva consigo cada aceitunero.
Por febrero o marzo, mi niño se vestirá de "máscara" y correrá por las calles diciendo " ay qué torpe, que no me conoces...", llegará mayo, y quizás se decida a hacer con sus amigos unos "Tíos de Ricia". En junio, en el Corpus, verá la belleza de las calles engalanadas, y la ilusión de otros niños vestidos de Comunión, que una vez terminada la procesión harán sonar látigos de juncia en la plaza.
Sé que le esperan los mejores veranos del mundo, y que ya por fin, en los primeros días de septiembre, vivirá, con su alegría de niño, la sorpresa de los cabezudos, de las cucañas. Quizás llore al escuchar los primeros cohetes, pero en la romería del día siete acompañará a la Patrona montado en una carroza como un gitanillo. Pero todavía no le voy a dejar bajar "al toro", aunque su padre se empeñe, y me diga mil veces que no le pasará nada.
Creo que todo eso es ser jimenato,. Pero yo, que además vivo aquí, sé de la importancia que tiene la convivencia. Todos podemos disfrutar del favor de nuestros vecinos, ayudarnos en todo lo que podamos, y hacer que el día a día sea mejor para todos.
Dicen que todos tenemos lo que nos merecemos. Pero depende de todos y cada uno de los jimenatos hacer que nuestro pueblo vuelva a ser lo que fue, porque yo, sinceramente, quiero que mi hijo conozca Jimena como la vieron mis abuelos, como la vieron mis padres, como la vi yo.
Reseña de: Beatriz Viedma Marín
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