LUIS MARIN SOTO: MI ABUELO.
Efectivamente, este personaje, posando en una foto de estudio, con arreglo a las normas convencionales de la época, es mi abuelo por parte paterna. Al igual que mis otros dos primos, Luis Marín Soto y Luis Marín Ruíz, los tres (respetando la tradición de poner el nombre del abuelo paterno al primer nieto varón) nos llamamos igual que él.
Su familia renacía de los "Marines" de Begijar. En Jimena, era más conocido por el apodo de “Maroto”, apodo que después heredaron sus hijos y nietos. Mi abuela Rafaela (su mujer) me contaba que, lo de "Maroto", se debía a que en sus juegos infantiles le gustaba emular al general Carlista Rafael Maroto, había otros niños que jugaban a ser el general “Cristino” Baldomero Espartero. Los dos generales han pasado a la Historia como los firmantes del llamado “Convenio de Vergara” que en 1839 puso fin a la Primera Guerra Carlista.
Cuando nos dejó, yo tenía diez años cumplidos. Mis recuerdos no son muchos, además bastante dispersos y fragmentados, pero alguno me queda. El primer recuerdo, que resultó traumático para mi, fue que al morir mi abuelo, la casa donde vivía con mi abuela Rafaela, pasó a ser de mi tío Rafael y mi abuela pasó a vivir a la casa de la calle Iglesia en donde vivíamos nosotros (allí nacimos mi hermana y yo). Esto implicó que tuviéramos que mudarnos a la casa (por entonces de mi abuelo materno Manuel Lete) de la “Carretera Alta” frente a la baranda, casa que, desde la primavera-verano de 1964 ha sido y sigue siendo la mía (lloraba tanto para no irme de la casa de la calle Iglesia, que mis padres me dejaron viviendo con mi abuela hasta que comenzó el curso escolar siguiente).
De su aspecto personal, recuerdo siempre sus ojos azules (muy claros) y la “gorrilla” que se ponía para salir a la calle. También me llamaba la atención el estado de sus dedos corazón e índice, de la mano derecha, casi quemados y completamente amarillos de la nicotina que le dejaban aquellos “cigarrazos” Ideales que venían en paquetes mitad azules mitad blancos y que fumaba sin parar. Igualmente, aunque ya no trabajaba en la carpintería, las mañanas las pasaba allí, viendo desde una silla en la que se sentaba, como trabajaban la madera mi tío y mi padre. Era habitual una tertulia (casi diaria) que formaba con Don Manuel Alfonso (el Gordo) ambos colocados tras la gran puerta de cristales que daba acceso al taller, se solía añadir algún contertulio más pero no podría decir su nombre.
Un año o dos, antes de morirse, él y mi abuela emprendieron un viaje turístico para conocer Pamplona y San Sebastián. Debido a lo extraordinario del evento (¿quién viajaba entonces por gusto?), los nietos lo vivimos emocionados y esperando impacientes su regreso con la ilusión de ver lo que nos traerían. Yo no recuerdo si hubo regalos, pero mi abuela con lo buena “narradora” que era, nos entretuvo muchas noches contando las cosas “increíbles” que había fuera de Jimena.
Pero quizás, la faceta más importante de mi abuelo, que mejor recuerdo era la de JUGADOR, así con mayúsculas. En aquellas largas noches de invierno, sin luz, un gran velón de aceite, de mas un metro y medio de alto, iluminaba la mesa camilla, instalada en la cocina de mi abuela. La mesa estaba cubierta por un mantel de hule rojo con un dibujo para jugar a las “tres en raya”. Allí, mi abuelo se consolaba, jugando con sus nietos, a falta de las innumerables partidas de toda clase de juegos (dominó, tute, julepe, subastao, etc) que habían llenado gran parte de su vida y a las que había tenido que renunciar en sus últimos años.
Siempre me han contando que era un buen jugador y que aparte de la suerte (que debe acompañar al buen jugador) se le daban bien todos los juegos y además no se asustaba cuando las apuestas subían demasiado. Muchas partidas se completaron en su casa, una vez cerrados los bares y muchos "pagarés" cambiaron de unas manos a otras.
Pero la suerte no sólo le acompañó en los juegos de cartas. Dos veces le tocó la Diosa Fortuna, las dos a través de la Lotería Nacional. La primera fue en la segunda mitad de los años 20 y la segunda después de la Guerra Incivil, creo que en 1941. La pena fue que sólo llevaba participaciones y no décimos enteros, pero no obstante, le permitió reforzar su taller de carpintería y acumular un “regular” patrimonio de olivas (tampoco se olvidó de los “poderes fácticos”: a la Falange le regaló un “costoso” banderín y en la Ermita de Cánava todavía se puede ver un San Rafael y un San Luis como recuerdo). Desde entonces, tanto mi hermana como yo, estamos a la espera que la suerte de Luis y Rafaela con la Lotería, se repita en nosotros, para eso nos llamamos igual que ellos.
Saludos.
Efectivamente, este personaje, posando en una foto de estudio, con arreglo a las normas convencionales de la época, es mi abuelo por parte paterna. Al igual que mis otros dos primos, Luis Marín Soto y Luis Marín Ruíz, los tres (respetando la tradición de poner el nombre del abuelo paterno al primer nieto varón) nos llamamos igual que él.
Su familia renacía de los "Marines" de Begijar. En Jimena, era más conocido por el apodo de “Maroto”, apodo que después heredaron sus hijos y nietos. Mi abuela Rafaela (su mujer) me contaba que, lo de "Maroto", se debía a que en sus juegos infantiles le gustaba emular al general Carlista Rafael Maroto, había otros niños que jugaban a ser el general “Cristino” Baldomero Espartero. Los dos generales han pasado a la Historia como los firmantes del llamado “Convenio de Vergara” que en 1839 puso fin a la Primera Guerra Carlista.
Cuando nos dejó, yo tenía diez años cumplidos. Mis recuerdos no son muchos, además bastante dispersos y fragmentados, pero alguno me queda. El primer recuerdo, que resultó traumático para mi, fue que al morir mi abuelo, la casa donde vivía con mi abuela Rafaela, pasó a ser de mi tío Rafael y mi abuela pasó a vivir a la casa de la calle Iglesia en donde vivíamos nosotros (allí nacimos mi hermana y yo). Esto implicó que tuviéramos que mudarnos a la casa (por entonces de mi abuelo materno Manuel Lete) de la “Carretera Alta” frente a la baranda, casa que, desde la primavera-verano de 1964 ha sido y sigue siendo la mía (lloraba tanto para no irme de la casa de la calle Iglesia, que mis padres me dejaron viviendo con mi abuela hasta que comenzó el curso escolar siguiente).
De su aspecto personal, recuerdo siempre sus ojos azules (muy claros) y la “gorrilla” que se ponía para salir a la calle. También me llamaba la atención el estado de sus dedos corazón e índice, de la mano derecha, casi quemados y completamente amarillos de la nicotina que le dejaban aquellos “cigarrazos” Ideales que venían en paquetes mitad azules mitad blancos y que fumaba sin parar. Igualmente, aunque ya no trabajaba en la carpintería, las mañanas las pasaba allí, viendo desde una silla en la que se sentaba, como trabajaban la madera mi tío y mi padre. Era habitual una tertulia (casi diaria) que formaba con Don Manuel Alfonso (el Gordo) ambos colocados tras la gran puerta de cristales que daba acceso al taller, se solía añadir algún contertulio más pero no podría decir su nombre.
Un año o dos, antes de morirse, él y mi abuela emprendieron un viaje turístico para conocer Pamplona y San Sebastián. Debido a lo extraordinario del evento (¿quién viajaba entonces por gusto?), los nietos lo vivimos emocionados y esperando impacientes su regreso con la ilusión de ver lo que nos traerían. Yo no recuerdo si hubo regalos, pero mi abuela con lo buena “narradora” que era, nos entretuvo muchas noches contando las cosas “increíbles” que había fuera de Jimena.
Pero quizás, la faceta más importante de mi abuelo, que mejor recuerdo era la de JUGADOR, así con mayúsculas. En aquellas largas noches de invierno, sin luz, un gran velón de aceite, de mas un metro y medio de alto, iluminaba la mesa camilla, instalada en la cocina de mi abuela. La mesa estaba cubierta por un mantel de hule rojo con un dibujo para jugar a las “tres en raya”. Allí, mi abuelo se consolaba, jugando con sus nietos, a falta de las innumerables partidas de toda clase de juegos (dominó, tute, julepe, subastao, etc) que habían llenado gran parte de su vida y a las que había tenido que renunciar en sus últimos años.
Siempre me han contando que era un buen jugador y que aparte de la suerte (que debe acompañar al buen jugador) se le daban bien todos los juegos y además no se asustaba cuando las apuestas subían demasiado. Muchas partidas se completaron en su casa, una vez cerrados los bares y muchos "pagarés" cambiaron de unas manos a otras.
Pero la suerte no sólo le acompañó en los juegos de cartas. Dos veces le tocó la Diosa Fortuna, las dos a través de la Lotería Nacional. La primera fue en la segunda mitad de los años 20 y la segunda después de la Guerra Incivil, creo que en 1941. La pena fue que sólo llevaba participaciones y no décimos enteros, pero no obstante, le permitió reforzar su taller de carpintería y acumular un “regular” patrimonio de olivas (tampoco se olvidó de los “poderes fácticos”: a la Falange le regaló un “costoso” banderín y en la Ermita de Cánava todavía se puede ver un San Rafael y un San Luis como recuerdo). Desde entonces, tanto mi hermana como yo, estamos a la espera que la suerte de Luis y Rafaela con la Lotería, se repita en nosotros, para eso nos llamamos igual que ellos.
Saludos.
Cuantos recuerdos olvidados, vuelven de repente, el color amarillento de sus dedos, el azul intenso de sus ojos, las noches que nos pasamos jugando " a tres en ralla", ese cariño tan especial que hay entre nietos y abuelos.
Como cuenta mi hermano, mi abuelo era buen "Jugador", como lo fue mi padre, para jugar bien hacen falta dos cosas: la suerte y la inteligencia.
De su viaje a Pamplona, mi abuela nos contó todo con detalle: la Plaza del CASTILLO, la TACONERA, los San Fermines,"el pobre de mi "...
Muchos años despues, cuando yo estuve en Pamplona, recorri todos aquellos lugares, es una ciudad muy bonita, pero a mi lo que más me gustó, lo que más me divertia, es que vas por muchas calles encontrandote gente de Jimena, un recuerdo cariñoso para " el Perdigon ", que nos invito a unas cañas, creo que el bar se llamaba "Casa Evaristo ".
Bueno de mi abuelo, hay muchas anecdotas que contar, pero que ya las contara mi hermano, el, tiene ese "DON", que es saber escribir, y es para todos un placer leerlo.
Rafi
Como cuenta mi hermano, mi abuelo era buen "Jugador", como lo fue mi padre, para jugar bien hacen falta dos cosas: la suerte y la inteligencia.
De su viaje a Pamplona, mi abuela nos contó todo con detalle: la Plaza del CASTILLO, la TACONERA, los San Fermines,"el pobre de mi "...
Muchos años despues, cuando yo estuve en Pamplona, recorri todos aquellos lugares, es una ciudad muy bonita, pero a mi lo que más me gustó, lo que más me divertia, es que vas por muchas calles encontrandote gente de Jimena, un recuerdo cariñoso para " el Perdigon ", que nos invito a unas cañas, creo que el bar se llamaba "Casa Evaristo ".
Bueno de mi abuelo, hay muchas anecdotas que contar, pero que ya las contara mi hermano, el, tiene ese "DON", que es saber escribir, y es para todos un placer leerlo.
Rafi
Si Rafi, existe la casa Evaristo, buena memoria! ubicada en el centro de Pamplona, en la calle Estafeta, y muy cerca de la Plaza del Castillo. Y no me sorprende que te gustase Pamplona porque es una ciudad muy bonita, a mi me encanta y tengo buenos recuerdos de mi vida en esa ciudad.
Un saludo.
Un saludo.
mp: ¿pero tu vivias en Pamplona?... no se porque yo creia que viviste en Madrid, antes de irte a Alemania.
Un saludo, Rafi.
Un saludo, Rafi.
Si, viví en Pamplona, y mi madre vive todavía y mis dos hermanos también.
El mayor en la calle Mercaderes, por donde pasa en Encierro, y el más joven con mi madre, en la calle Amaya, que es la prolongación de la calle Estafeta.
Antes de irme a Alemania, trabajé en Madrid. También muy bonito...
Un saludo.
El mayor en la calle Mercaderes, por donde pasa en Encierro, y el más joven con mi madre, en la calle Amaya, que es la prolongación de la calle Estafeta.
Antes de irme a Alemania, trabajé en Madrid. También muy bonito...
Un saludo.