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Colegas ¿O no?, Jimenata en Venezuela, Eufrasia, Loren, Juan Lozano,...
Podéis hablar, y algunos lo hacéis muy bien, de vuestra extensa experiencia en el ambiente de la enseñanza. Es natural que nuestra inclinación natural nos traiga por aquí con más frecuencia que a los protagonistas en otros sectores; pero a mí me encanta comparar el desenvolvimiento humano en otros sectores, de los cuales no solemos tener tantas intervenciones porque sus componentes no están tan inclinados a merodear activamente por los foros. Por eso os voy a contar mi opinión sobre vuestros comentarios partiendo de mi experiencia en otras facetas de la vida distintas a la educación.
Andaba yo por la infancia acudiendo a la escuela a regañadientes y con algún tirón de orejas un día sí y al otro también. Frente a mi casa vivía Baltasar, mi admirado y asiduo amigo de correrías. Un día Baltasar ya no acudió más a la escuela; sus padres necesitando mantener su numerosa prole, lo habían colocado de porquero en un cortijo. Allí pasaba sus días y sus noches mi buen amigo. ¡Cómo lo admiraba yo!. Baltasar ya ganaba 4 duros, ¡y qué contento estaba el tío!. Todos los días le preparaban su taleguilla con un tusco de pan poco mayor que un puño, un trozo de tocino y un botecillo de aceite; y del cortijo salía Baltasar, con sus cerdos y su talega. El resto del día lo pasaba deambulando por rastrojos y riberas, correteando su perro y vigilando cochinos.
En contraste con lo que ocurre hoy día, Baltasar tuvo una escuela escasa y una mesa de pan, aceite y agua. Era feliz porque las necesidades de su tiempo no le requerían más.
Yo seguí en la escuela. Llevaba mi cartilla, mi plumier y una libretilla de apenas 300 gramos. A medida que avancé, mi material escolar fue creciendo, pero no recuerdo haber llevado nunca más de un libro y un cuadernillo para los deberes.
Han pasado muchos años desde mi tránsito por la escuela, observo que los infantes de ahora cargan todos los días con una pesada mochila repleta de libros sobre sus endebles espaldas. ¡Cuántas cosas dicen esos libros!, y ¡cuántas cosas desean nuestros legisladores que se aprendan tan tempranamente!. Los objetivos educativos de la sociedad de hace 50 años se reducían a saber leer, escribir y las cuatro reglas. ¡Qué simples y qué bonitos!. ¡Qué bien formados estábamos los que llegamos a alcanzarlos!.
Ahora, yo me pregunto ¿no habremos metido demasiados objetivos en las mochilas de nuestros escolares?, ¿será esta la causa del tan extendido fracaso escolar?, ¿no habremos puesto demasiadas viandas en la mesa de nuestros adolescentes?, ¿verdaderamente, queremos que aprendan y trabajen?
Se dice frecuentemente de ellos que son la generación "ni-ni", ¿no es culpa de la sociedad tener demasiados objetivos para la formación de la juventud?
Colegas ¿O no?, Jimenata en Venezuela, Eufrasia, Loren, Juan Lozano,...
Podéis hablar, y algunos lo hacéis muy bien, de vuestra extensa experiencia en el ambiente de la enseñanza. Es natural que nuestra inclinación natural nos traiga por aquí con más frecuencia que a los protagonistas en otros sectores; pero a mí me encanta comparar el desenvolvimiento humano en otros sectores, de los cuales no solemos tener tantas intervenciones porque sus componentes no están tan inclinados a merodear activamente por los foros. Por eso os voy a contar mi opinión sobre vuestros comentarios partiendo de mi experiencia en otras facetas de la vida distintas a la educación.
Andaba yo por la infancia acudiendo a la escuela a regañadientes y con algún tirón de orejas un día sí y al otro también. Frente a mi casa vivía Baltasar, mi admirado y asiduo amigo de correrías. Un día Baltasar ya no acudió más a la escuela; sus padres necesitando mantener su numerosa prole, lo habían colocado de porquero en un cortijo. Allí pasaba sus días y sus noches mi buen amigo. ¡Cómo lo admiraba yo!. Baltasar ya ganaba 4 duros, ¡y qué contento estaba el tío!. Todos los días le preparaban su taleguilla con un tusco de pan poco mayor que un puño, un trozo de tocino y un botecillo de aceite; y del cortijo salía Baltasar, con sus cerdos y su talega. El resto del día lo pasaba deambulando por rastrojos y riberas, correteando su perro y vigilando cochinos.
En contraste con lo que ocurre hoy día, Baltasar tuvo una escuela escasa y una mesa de pan, aceite y agua. Era feliz porque las necesidades de su tiempo no le requerían más.
Yo seguí en la escuela. Llevaba mi cartilla, mi plumier y una libretilla de apenas 300 gramos. A medida que avancé, mi material escolar fue creciendo, pero no recuerdo haber llevado nunca más de un libro y un cuadernillo para los deberes.
Han pasado muchos años desde mi tránsito por la escuela, observo que los infantes de ahora cargan todos los días con una pesada mochila repleta de libros sobre sus endebles espaldas. ¡Cuántas cosas dicen esos libros!, y ¡cuántas cosas desean nuestros legisladores que se aprendan tan tempranamente!. Los objetivos educativos de la sociedad de hace 50 años se reducían a saber leer, escribir y las cuatro reglas. ¡Qué simples y qué bonitos!. ¡Qué bien formados estábamos los que llegamos a alcanzarlos!.
Ahora, yo me pregunto ¿no habremos metido demasiados objetivos en las mochilas de nuestros escolares?, ¿será esta la causa del tan extendido fracaso escolar?, ¿no habremos puesto demasiadas viandas en la mesa de nuestros adolescentes?, ¿verdaderamente, queremos que aprendan y trabajen?
Se dice frecuentemente de ellos que son la generación "ni-ni", ¿no es culpa de la sociedad tener demasiados objetivos para la formación de la juventud?
¡coño con el porquero! pues se aprendió bien las cuatro reglas y algunas mas, diría yo.
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Palomero te equivocas de porquero, al que yo me refiero vive en Castellón y trabaja en la construcción.
¡Sé por donde vas!, pero disparas al aire.
Palomero te equivocas de porquero, al que yo me refiero vive en Castellón y trabaja en la construcción.
¡Sé por donde vas!, pero disparas al aire.