Algunas costumbres del siglo XIX perdidas en Jimena
Voy a recoger aquí costumbres que entre los años 1810 y 1830 se conocían y se llevaban a la práctica en nuestro pueblo,
En aquellos años varias eran las casas en las que se amasaba el pan, pero había sólo un horno, propiedad privada de una persona (En 1818 la persona encargada era el tío Paulino.), que, previo pago de una gavilla de leña y una pequeña cantidad en metálico, cocía en el mismo los panes a la gente del pueblo. El hijo del dueño (Llamado Julián) se encargaba de encender el horno y pesar la masa, ya que de esta forma todas las hogazas eran del mismo peso. Cada vecino hacía su marca especial para distinguir sus panes respecto a los otros después de cocidos. Los vecinos tenían un acuerdo muy práctico, consistente en lo siguiente: se iba a casa de los que habían cocido pan y pedían una o dos hogazas; cuando los peticionarios amasaban iban devolviendo el pan. De esta forma todos los días se comía pan tierno. Teniendo en cuenta que de cada hornada cocían cinco o seis vecinos, el sistema abarcaba a toda la población, pues los que cocían se quedaban sólo con lo necesario para el gasto hasta la siguiente hornada.
Otra costumbre de Jimena era la siguiente. Cuando fallecía una persona se esperaba dos días hasta el entierro. En él, entre cuatro familiares llevaban la caja con el difunto, al que se le cubría la cara con un pañuelo, y otros cuatro amigos o vecinos portaban la tapa, desde la casa hasta el cementerio. Tanto la caja como la tapa eran portadas a la altura de la rodilla. Al llegar al cementerio, se retiraba el pañuelo, se tapaba el ataúd y se procedía a dar tierra al difunto.
Las siguientes costumbres, que se han ido perdiendo, dejaban un regusto de autonomía propia; la primera era referida al rito del matrimonio. Cuando una pareja iba a contraer matrimonio los vecinos estaban al cuidado y decían a los demás: "Oye, los novios fueron a la capital a comprar las vistas", siendo éstas los trajes que los novios lucirían en la ceremonia. "Tenemos que saber cuándo son las amonestaciones para empajarlos". Este dicho indicaba la costumbre consistente en que la misa mayor del domingo de la primera amonestación, leída por el sacristán desde el coro, por la noche, se echaba paja desde la casa de ambos novios hasta la iglesia. Llegado el día de la boda el novio salía de su casa del brazo de la madrina con sus invitados hacia la iglesia, y de igual manera la novia, pero del brazo del padrino. Al llegar al templo esperaban a la puerta y el sacerdote salía acompañado de los monaguillos. La madrina se situaba junto a la novia, y el padrino hacía lo mismo junto al novio. Allí, en la puerta de la iglesia, el sacerdote les hacia unas preguntas de aspecto religioso sobre el matriomonio. A continuación, entraba el oficiante en el templo, seguido de los felices novios; tras ellos, los padrinos y los invitados. Ya dentro de la iglesia se iniciaba el rito de la celebración del matrimonio. A la salida, los padrinos tiraban confetis y caramelos, y si los medios económicos lo permitían, "perra gordas" (Como es sabido, éste era el nombre popular de las monedas de diez céntimos.). Queda por explicar lo más curioso: el "fumiaco". Consistía en una olla en la cual se realizaba la mezcla de varios ingredientes, entre los cuales no faltaba la guindilla. Al estar cenando todos los asistentes a la boda (Se convidaba el día de la boda a la comida y la cena, incluso las vísperas y al día siguiente.), se entreabría la puerta de la estancia y se dejaba la olla, con el "fumiaco" encendido, saliendo de la misma gran humo que producía toses, lágrimas, estornudos y ahogos que obligaban a los comensales a salir corriendo a la calle para poder respirar (Aquí podría aplicarse un refrán que decía el encargado del horno de tío Paulino; "Un mal amasado y un mal lavado pasa, ¡ay del que mal casa!".).
Otra tradición de Jimena, por aquellos años era la siguiente: La noche anterior al día de San Juan las mozas casaderas echaban una clara de huevo en un recipiente con agua. Lo dejaban al sereno y, el día de San Juan, antes de salir el sol, lo miraban: si tenía forma de una barca ese año se casaban.
Y hasta aquí este pequeño aporte de materiales etnográficos de costumbres perdidas y que vivieron nuestros antepasados. Al menos, la letra impresa las preserva de un olvido absoluto.
Peceb, 2011.
21/02/2011
Voy a recoger aquí costumbres que entre los años 1810 y 1830 se conocían y se llevaban a la práctica en nuestro pueblo,
En aquellos años varias eran las casas en las que se amasaba el pan, pero había sólo un horno, propiedad privada de una persona (En 1818 la persona encargada era el tío Paulino.), que, previo pago de una gavilla de leña y una pequeña cantidad en metálico, cocía en el mismo los panes a la gente del pueblo. El hijo del dueño (Llamado Julián) se encargaba de encender el horno y pesar la masa, ya que de esta forma todas las hogazas eran del mismo peso. Cada vecino hacía su marca especial para distinguir sus panes respecto a los otros después de cocidos. Los vecinos tenían un acuerdo muy práctico, consistente en lo siguiente: se iba a casa de los que habían cocido pan y pedían una o dos hogazas; cuando los peticionarios amasaban iban devolviendo el pan. De esta forma todos los días se comía pan tierno. Teniendo en cuenta que de cada hornada cocían cinco o seis vecinos, el sistema abarcaba a toda la población, pues los que cocían se quedaban sólo con lo necesario para el gasto hasta la siguiente hornada.
Otra costumbre de Jimena era la siguiente. Cuando fallecía una persona se esperaba dos días hasta el entierro. En él, entre cuatro familiares llevaban la caja con el difunto, al que se le cubría la cara con un pañuelo, y otros cuatro amigos o vecinos portaban la tapa, desde la casa hasta el cementerio. Tanto la caja como la tapa eran portadas a la altura de la rodilla. Al llegar al cementerio, se retiraba el pañuelo, se tapaba el ataúd y se procedía a dar tierra al difunto.
Las siguientes costumbres, que se han ido perdiendo, dejaban un regusto de autonomía propia; la primera era referida al rito del matrimonio. Cuando una pareja iba a contraer matrimonio los vecinos estaban al cuidado y decían a los demás: "Oye, los novios fueron a la capital a comprar las vistas", siendo éstas los trajes que los novios lucirían en la ceremonia. "Tenemos que saber cuándo son las amonestaciones para empajarlos". Este dicho indicaba la costumbre consistente en que la misa mayor del domingo de la primera amonestación, leída por el sacristán desde el coro, por la noche, se echaba paja desde la casa de ambos novios hasta la iglesia. Llegado el día de la boda el novio salía de su casa del brazo de la madrina con sus invitados hacia la iglesia, y de igual manera la novia, pero del brazo del padrino. Al llegar al templo esperaban a la puerta y el sacerdote salía acompañado de los monaguillos. La madrina se situaba junto a la novia, y el padrino hacía lo mismo junto al novio. Allí, en la puerta de la iglesia, el sacerdote les hacia unas preguntas de aspecto religioso sobre el matriomonio. A continuación, entraba el oficiante en el templo, seguido de los felices novios; tras ellos, los padrinos y los invitados. Ya dentro de la iglesia se iniciaba el rito de la celebración del matrimonio. A la salida, los padrinos tiraban confetis y caramelos, y si los medios económicos lo permitían, "perra gordas" (Como es sabido, éste era el nombre popular de las monedas de diez céntimos.). Queda por explicar lo más curioso: el "fumiaco". Consistía en una olla en la cual se realizaba la mezcla de varios ingredientes, entre los cuales no faltaba la guindilla. Al estar cenando todos los asistentes a la boda (Se convidaba el día de la boda a la comida y la cena, incluso las vísperas y al día siguiente.), se entreabría la puerta de la estancia y se dejaba la olla, con el "fumiaco" encendido, saliendo de la misma gran humo que producía toses, lágrimas, estornudos y ahogos que obligaban a los comensales a salir corriendo a la calle para poder respirar (Aquí podría aplicarse un refrán que decía el encargado del horno de tío Paulino; "Un mal amasado y un mal lavado pasa, ¡ay del que mal casa!".).
Otra tradición de Jimena, por aquellos años era la siguiente: La noche anterior al día de San Juan las mozas casaderas echaban una clara de huevo en un recipiente con agua. Lo dejaban al sereno y, el día de San Juan, antes de salir el sol, lo miraban: si tenía forma de una barca ese año se casaban.
Y hasta aquí este pequeño aporte de materiales etnográficos de costumbres perdidas y que vivieron nuestros antepasados. Al menos, la letra impresa las preserva de un olvido absoluto.
Peceb, 2011.
21/02/2011