Por Arturo Gonzales
Dejó escrito Freud que la cultura es la lucha contra el instinto de agresión. Ello quiere decir que de continuo, de una u otra forma, consciente o inconscientemente, intentamos agredirnos unos a otros. Y esto ha sido necesario regularlo socialmente para convivir. Y a esa autoridad reguladora le hemos concedido el monopolio de la administración de la violencia. Que queda legitimada no solo para impedir agresiones entre nosotros, sino para ejercerla contra quien se oponga a esa autoridad. Lo contrario sería el caos, y negar esa autoridad y derribarla, significa la revolución o sustitución de poderes y autoridad. Los vencedores revolucionarios ocuparían ese cometido.
Es argumento muy repetido que a la violencia de Estado o del Gobierno se puede y debe contestar también con violencia en legítima defensa. Se considera violencia del Gobierno no solo a las actuaciones excesivas de las Fuerzas de Seguridad, sino, y muy principalmente, a la violencia ejercida, se dice, con el estrangulamiento de la economía ciudadana, a las medidas entendidas como injustas, y a la fuerte rebaja de los derechos laborales y sociales. Aun teniendo una fuerte base de apoyo popular tal postura, el hecho cierto es que en ninguna sociedad o sistema político del mundo se equipara esta llamada violencia con la violencia física represora. Es un cepo del que no es fácil salir. Por eso las Fuerzas de Seguridad del Estado están legitimadas, y legalizadas, para reprimir a mineros o estudiantes que se manifiesten, y los Códigos aprobados no admiten la legítima defensa ni las violencias económicas y sociales. Hasta bomberos y policías funcionarios se someten en sus manifestaciones de protesta porque de lo contrario los reprimirían sus propios compañeros obedientes al mando. Solo teóricamente se les exige el uso racional de la fuerza, que casi nunca su quebrantamiento alcanza puerto en la justicia, principalmente por falta de pruebas.
Por eso también, la incitación a la violencia es peligrosa y constitutiva de delito. Si a ello añadimos que no se dan las condiciones de deterioro económico-social y sociológico necesarios, resultará que las posibilidades de triunfo de la violencia son prácticamente nulas, aun siendo una opción golosa y sugerente para una parte de la población. España no es un país balcánico (ni volcánico), y ni siquiera Grecia. Estamos en un interregno de precalentamiento. La revolución hay que hacerla, ya sé que esto causa desilusión, por el voto y dentro del sistema. Porque otro sistema político tampoco es posible, y menos en el mundo actual. Pero los votos son un arma poderosísima para aliviar injusticias. Con los votos se puede cambiar un Código, una Constitución y hacer más justo un Sistema político. A los románticos de la revolución siempre les queda la convicción y satisfacción moral y política de que la revolución violenta no es posible, pero sí deseable. Una forma de cultura, diría Freud pero como no lo dijo lo digo yo, instintiva y racionalmente hermosa. Nadie nos privará de pensar que la violencia es el bing-bang de los oprimidos.
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Gota de que EL QUE NO SE JUSTIFICA ES PORQUE NO QUIERE: El PP admite las palabras de Andrea Fabra pero alega que se refería a los socialistas.
Dejó escrito Freud que la cultura es la lucha contra el instinto de agresión. Ello quiere decir que de continuo, de una u otra forma, consciente o inconscientemente, intentamos agredirnos unos a otros. Y esto ha sido necesario regularlo socialmente para convivir. Y a esa autoridad reguladora le hemos concedido el monopolio de la administración de la violencia. Que queda legitimada no solo para impedir agresiones entre nosotros, sino para ejercerla contra quien se oponga a esa autoridad. Lo contrario sería el caos, y negar esa autoridad y derribarla, significa la revolución o sustitución de poderes y autoridad. Los vencedores revolucionarios ocuparían ese cometido.
Es argumento muy repetido que a la violencia de Estado o del Gobierno se puede y debe contestar también con violencia en legítima defensa. Se considera violencia del Gobierno no solo a las actuaciones excesivas de las Fuerzas de Seguridad, sino, y muy principalmente, a la violencia ejercida, se dice, con el estrangulamiento de la economía ciudadana, a las medidas entendidas como injustas, y a la fuerte rebaja de los derechos laborales y sociales. Aun teniendo una fuerte base de apoyo popular tal postura, el hecho cierto es que en ninguna sociedad o sistema político del mundo se equipara esta llamada violencia con la violencia física represora. Es un cepo del que no es fácil salir. Por eso las Fuerzas de Seguridad del Estado están legitimadas, y legalizadas, para reprimir a mineros o estudiantes que se manifiesten, y los Códigos aprobados no admiten la legítima defensa ni las violencias económicas y sociales. Hasta bomberos y policías funcionarios se someten en sus manifestaciones de protesta porque de lo contrario los reprimirían sus propios compañeros obedientes al mando. Solo teóricamente se les exige el uso racional de la fuerza, que casi nunca su quebrantamiento alcanza puerto en la justicia, principalmente por falta de pruebas.
Por eso también, la incitación a la violencia es peligrosa y constitutiva de delito. Si a ello añadimos que no se dan las condiciones de deterioro económico-social y sociológico necesarios, resultará que las posibilidades de triunfo de la violencia son prácticamente nulas, aun siendo una opción golosa y sugerente para una parte de la población. España no es un país balcánico (ni volcánico), y ni siquiera Grecia. Estamos en un interregno de precalentamiento. La revolución hay que hacerla, ya sé que esto causa desilusión, por el voto y dentro del sistema. Porque otro sistema político tampoco es posible, y menos en el mundo actual. Pero los votos son un arma poderosísima para aliviar injusticias. Con los votos se puede cambiar un Código, una Constitución y hacer más justo un Sistema político. A los románticos de la revolución siempre les queda la convicción y satisfacción moral y política de que la revolución violenta no es posible, pero sí deseable. Una forma de cultura, diría Freud pero como no lo dijo lo digo yo, instintiva y racionalmente hermosa. Nadie nos privará de pensar que la violencia es el bing-bang de los oprimidos.
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Gota de que EL QUE NO SE JUSTIFICA ES PORQUE NO QUIERE: El PP admite las palabras de Andrea Fabra pero alega que se refería a los socialistas.