¡Gracias a todos!· ALBERTO SANZ. 11.07.2012Gracias a todos los conciudadanos que os alegrasteis el día que diezmaron mi ya de por sí modesto salario, menor que el de la mayoría de los trabajos en empresa privada, porque por lo visto, como Empleado Público, soy millonario y me paso el día mirando a las moscas. Os habríais alegrado aún más si me hubiesen condenado a 20 latigazos diarios como castigo por el crimen de haber estudiado y superado un examen al que vosotros o bien no os presentasteis, o en el más miserable de los casos, no superasteis y me odiáis por ello. Gracias por declararme culpable de la desfachatez de tener unas condiciones laborales que, mejores o peores (según en qué aspecto se mire, pues todo hay que sopesarlo), son las que venían en mi contrato. Supongo que hoy os alegraréis también porque me hayan quitado esa paga extraordinaria que me servía, no ya para vacaciones ni caprichos (a los que tengo tanto o tan poco derecho como cualquier hijo de vecino), sino para cuadrar el balance del año, con su seguro del coche, su IBI, sus facturas de la luz y el gas e incluso su compra de la semana. Gracias a todos los que aplaudís esa brillante idea de que la salvación del mundo pasa por ponerme a los pies de los caballos, sin daros cuenta de que mi horca no es más que el primer folio de un tocho que detalla todas las vuestras. Yo, personalmente, no me voy a alegrar el día que todos esos millones de salarios de menos dejen de repercutir en las cajas registradoras de esas empresas que poseéis o que os emplean, y de los organismos que os socorren, y os quedéis en la misma cuneta en la que yo estoy siendo arrojado. Gracias a todos los que votasteis a los que asesinan nuestro futuro, sean del signo que sean. Gracias por perpetuarles en la poltrona, por consentir en el sistema del chollo que se tienen montado, por darles la bendición para que sigan con sus tropelías. Creísteis que votando a quienes gobiernan para la élite de sus amigos pasabais a formar parte de la misma, y que el día que el barco se partiese en dos vosotros estaríais en la mitad que permaneciese a flote. No sé cuánto tardaréis en percataros, pero vosotros os vais a hundir conmigo, y eso tampoco me produce alegría alguna. Gracias a tantos y tantos compañeros, de la Función Pública y de fuera de ella (pues trabajadores somos todos), por creer que esto no iba con vosotros, por vuestro estómago agradecido, tan calladito y poco revoltoso, por creeros a salvo de todo mal, quizá por haber apostado en las urnas por el caballo ganador (volvemos al párrafo anterior), por dejar que las batallas os las peleasen otros, por no protestar ni mover un dedo hasta que os tocaron vuestra parcela, y como dijo Bertold Bretch, cuando fueron a por vosotros era ya demasiado tarde para hacer nada. Gracias por haber pasado olímpicamente del tren que venía embalado a arrollarnos a todos y por dar más importancia a ese circo que nos meten por los ojos (porque pan ya prácticamente no queda, y menos que va a haber), llámese deporte televisado, prensa rosa, fiestas patronales o sursum corda. La maniobra de distracción hasta ahora ha funcionado de maravilla; la faena es que no tardando mucho no habrá ni para pagar la electricidad con la que encender el televisor, ni para una triste cerveza ni un músico que os amenice, y ese día tampoco me voy a regocijar por la depresión que os va a venir de golpe y porrazo. Al menos, los salvapatrias que añoraban regímenes de antaño van a tener el gustito de comprobar cómo vamos a retroceder cinco o seis décadas en un periquete. Y gracias, por último y con especial énfasis, a los dueños de todo este sinsentido, a los que han inventado y alimentado este estado lamentable de las cosas, a los verdaderos culpables de todo, que habéis jugado con nuestras vidas y os habéis limpiado las posaderas con nuestro porvenir desde los consejos de dirección, desde los puestos del poder a escala mundial, nacional, regional y local, desde un montón de organismos y entidades inventadas que no sirven para nada más que para justificar que viváis en otra dimensión distinta a la nuestra y desde esos despachos a la sombra, verdaderas cocinas del infierno, donde cortabais el bacalao de verdad y jugabais a las marionetas con nosotros y nuestra existencia. Gracias a todos vosotros por esa sonrisita farisaica, la misma que gastáis para las fotos, con la que nos obsequiáis cuando os cruzáis con nosotros por la calle y que hacen que a mí, personalmente, me hierva la sangre y me sobrevengan ocurrencias atroces. Gracias por deshaceros de vuestras conciencias (el que la tuviese) como precio por ir en la locomotora de los ganadores mientras soltáis el vagón de la gentuza, nuestro vagón, colina abajo. Gracias por colocarnos en la guillotina mientras juráis sobre lo más sagrado que es la mejor solución para los dolores de cabeza. Gracias por repartiros el mundo con nosotros dentro. Espero que os guste el sabor de los billetes, del petróleo, de los alimentos caducados, de la chapa de los coches, de los ladrillos de las casas y de todos esos bienes y servicios que ya no podremos pagar, porque el día que nadie compre nada, ni produzca nada, ni haga nada, mucho me temo que os tendréis que comer todo eso. A estos últimos quiero reiteraros mi agradecimiento, no ya en mi nombre, sino en el nombre de mi futuro, de la vida digna que no podré tener, de las cosas que no podré hacer. Gracias en nombre de esa pareja a la que no podré, no ya obsequiar con un anillo de diamantes por nuestro aniversario, sino siquiera invitar a un bocadillo de jamón y un refresco. Gracias también de parte del hijo al que, gracias a vuestro control de natalidad encubierto y velado, no podré traer a este mundo por no poder ofrecerle una existencia decente. Gracias, gracias y gracias. El cuerpo me pedía plagar estas líneas de exabruptos, improperios, juramentos y blasfemias, pero no querría que se perdiera el fondo por culpa de la forma. Citaría a los ancianos diciendo que ya os castigará Dios, pero no va a hacer falta. Porque dentro de no mucho, alguien, primero uno, luego otro, y luego otro más, se levantará y empezará a cometer barbaridades contra vosotros, y ese día, y esto lo digo bien alto, NO LO LAMENTARÉ. De hecho, ni siquiera lamento deciros que no lo lamentaré