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JIMENA: Buenos días a todas y a todos, o sea a todo el mundo...

Luis: suficientemente melancólica?

LA MELANCOLÍA DE UN DOMINGO POR LA TARDE.
(Entre la esperanza de volver pronto y en la MELACOLÍA de tu recuerdo, Jimena, mi corazón se desboca).

Hace pocas horas estaba sentado en el“rincón” preferido de MI CASA, ”asotarrado” en una vieja “mercedora” cuyo suave balanceo y el sonido que produce, me recuerda a un imaginario “metrónomo” que estuviera marcando el compás de alguna triste composición musical. Toda la habitación está cubierta de estanterías llenas de libros. Repartidos por las “baldas” hacen guardia permanente 30 soldaditos de plomo de la colección Dolsét (el de los barcos). Se alternan en su ornamentación con numerosas piezas de cerámica de diversas procedencias. Éste lugar, al que yo considero mi “estudio”, tiene un doble valor añadido. Primero, porque todo el mobiliario, desde los sillones y las estanterías, hasta la amplia mesa de escritorio fue construido por la “mano primorosa” de mi padre: Sebastián “Maroto”, fino ebanista y carpintero. Segundo, por la amplia ventana que da a la calle y que, como desde un enrejado balcón, me permite asomarme al Valle del Alto Guadalquivir. En la ladera opuesta se otean, entre los famosos “Cerros de Úbeda”, esta ciudad que les da su nombre, así como Baeza, ambas Patrimonio de la Humanidad.

Esa visión, me permite soñar con D. Antonio Machado, cuando contemplando el reverso de mi paisaje, Jimena fue “musa” de algunos de sus más inspirados versos:

“Sol por los montes de Baza,/Mágina en su nube negra./En el Aznaitín afila, su cuchillo la tormenta./En Garciéz mas sed que agua,/en Jimena más agua que sed.

La leve “mollizna” que está cayendo, convierte a la calle en un mosaico de espejuelos. Entre las brumas que produce una buena “resaca”, aparecen los recuerdos del sábado. Una vez más, tuve la suerte de acudir a uno de los ritos ancestrales de nuestro pueblo: LA MATANZA. No hace falta explicar mucho, todos lo habéis vivido: pelar cebollas, cocerlas en voluminosas calderas, despiezar el cerdo para convertir su carne en “masa” de chorizos, las vueltas y revueltas de las “maquinillas de picar”, los aliños, las tripas (aunque ahora es más cómodo guardarlas en tarros para el congelador), el proceso de embutido en las propias tripas del cerdo, etcétera, etcétera. Y sobre todo (lo que al final queda en el corazón), la buena armonía reinante entre “matanceras”, ayudantes, mirones y gorrones que “pegamos las mangas”. El lugar, el bucólico entorno de Baulla. Desde estas líneas le transmito al “elenco” femenino (para que a su vez lo compartan con el masculino), un afectuoso saludo: Paca, Rafi, Juani, Pepi e Isa. Aquí el orden de los nombres no altera el precioso producto.

Pero todo esto, ya es feliz pasado y estamos en la tarde del domingo, en las horas previas de la partida hacia la Capital.

Me parece que no hace falta describir lo que para casi todos significa el “síndrome del domingo por la tarde”, es un término lo bastante explícito para ser entendido por cualquiera. Esa sensación de tristeza que muchos padecemos ante la inminente llegada del lunes, ese “amodorramiento” que, en la comodidad que nos brinda el sofá, nos hace pedirle al minutero del reloj que camine más despacio.

El fin de semana suele ser para muchos una esperanza. La esperanza de que algo nuevo se produzca en tu vida. Algo que rompa tu rutina diaria. Que alguien nos ilumine el alma con palabras maravillosas. Conocer a una persona encantadora. Que suceda algo extraordinario que sustancie nuestra existencia. Durante el sábado nos encontramos distendidos, alegres y llenos de proyectos. Éste día está lleno de posibilidades. La gente va y viene, se sueltan tensiones, nuevos encuentros, reconciliaciones y ¿por qué no? una noche romántica.

Sin embargo, los humanos somos seres inmersos en el tiempo, es decir, seres históricos temporales que nacen en un lugar concreto y determinado. Nadie puede evitar vivir al margen de los días del calendario. Tal vez por eso, los expertos han comprobado como existen numerosísimas personas que tienden a sentir una tristeza importante el domingo por la tarde. Una tristeza con sabor a nostalgia y MELANCOLÍA, que se acentúa en los meses fríos y lluviosos del otoño y del invierno. Y eso que el domingo es el día que podemos despertarnos sin el odioso despertador, comer a cualquier hora, disfrutar de hacer lo que no podemos realizar durante los días laborables, o simplemente el gustazo de no hacer nada ¿verdad?. Pero tanto esperar el fin de semana, y ahora nos amenaza la tristeza melancólica del domingo.

El domingo por la tarde, es como esas fiestas que cuando son las 5 de la madrugada, uno se da cuenta que ha esperado en vano, no ha ocurrido nada, no hemos encontrado a la “pareja” soñada. Y entonces, se añade el sabor del desengaño. Además, si no te gusta el fútbol o el deporte, si se te indigesta la TV con sus repeticiones de lo ocurrido en la semana, si has repasado dos veces el periódico, si no quieres arreglarte para salir a dar una vuelta, estás expuesto a un encuentro con la temida “melancolía del domingo”. Si además, tienes a la Soledad como compañera, que os voy a contar.

Hay una canción de Amilcar Bolcan que lo expresa muy bién: ”Melancolía de domingos tristes,/si no hay amor todo se hace más triste,/y en el silencio de calles tan solas,/casi me muero por tan largas horas./Porque en la noche de cada domingo... ¡qué agonía!.../Noche de ausencia/ noche por esencia de melancolía. Quizás por eso, del domingo (día del sol) no tengo el recuerdo de ninguna canción que me llame la atención. Por el contrario, el lunes (día de la luna), siempre trae a mi memoria una de las consideradas mejores canciones de la música moderna MONDAY, MONDAY, que en 1966 escribió John Phillips para Mamas& the Papas.

La palabra “Melancolía” en su acepción griega viene de “melan” que significa negro y “jolé” la bilis, la hiel. En latín se transformó en “atra bilis”, bilis negra. Según la antigua “medicina clásica”, ésta palabra es la que mejor sintetiza la convicción de que el espíritu humano viaja por el cuerpo en las secreciones llamadas “humores”. La melancolía sería un humor negro una secreción glandular negra. De ahí, que como término médico el adjetivo melancólico se refiera preferentemente a una afección anímica (triste, de humor sombrío).

Hoy en día, nos resulta “divertido” la definición antigua de “humorista”: era el médico partidario de las doctrinas del humorismo. Hipócrates (el del juramento) explicaba la salud y la enfermedad por el equilibrio o desequilibrio de los humores. La “crasis” era el equilibrio entre los cuatro humores del cuerpo (sangre, flema, bilis y atrabilis) y la “crisis” el desarreglo humoral. El “momento crítico” era aquel en que los médicos decidían la expulsión de los malos humores (mediante el sudor, los vómitos, la expectoración, la orina, las deyecciones, etc). La melancolía sigue formando parte de los cuadros clínicos, y se la define como una psicosis que se caracteriza por depresión profúnda, dolor moral, sentimiento de culpabilidad y falta de autoestima. Paradojas de la vida, ésta enfermedad junto a la tuberculosis, fue elevada a la categoría de sublime por el Romanticismo.

Para finalizar, os diré, que yo me quedo con la definición que he encontrado en algún “poemario” de Joaquín Sabina: “la melancolía es un color que no es demasiado desagradable, la melancolía es un territorio donde caen las canciones, es una caída de la tarde, es una pareja que está perdiendo la pasión, son unas canas que aparecen, es el territorio de la poesía. Si uno está muy alegre o muy triste no crea casi nada poético. Pero la melancolía es como un sentimiento húmedo que hace que nos nazcan versos en la cabeza”.

Y por último, si alguien quiere buscarme, ya sabéis donde estoy:

Vivo en el número siete, calle MELANCOLÍA.
Quiero mudarme hace años al barrio de la Alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el Tranvía.
Saludos y hasta otra

Buenos días a todas y a todos, o sea a todo el mundo mundial.

Joroba Luis, tito Luis, al final vamos a estar deseando que sea lunes para leerte, u oirte, que casi se te oye.

No añado nada mas porque me da verguenza, una retirada a tiempo es una victoria, respecto a estos últimos comentarios tuyos, vamos de la canción, te digo:

Vivo en el número siete, calle MELANCOLÍA.
Quiero mudarme hace años al barrio de la Alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el Tranvía.

Este ya se mudó, hace años, al barrio de la alegría, en la Calle Relatores, como no podía ser menos, esquina a Tirso Molina, estaría bueno, y, curiosamente, la novia, la suya digo, se llama Jimena.

Pedro, el rojo,.... hoy, además, por el frio.... que pela.