LOS DOMINGOS POR LA TARDE, PESE AL FÚTBOL, NO OS ABANDONO.
“LA VERDAD NOS HACE LIBRES”. (Por Luismarín)
Jimena, veinte y ocho de Diciembre.
¡Amigos del Foro: hermanos en la Fe de nuestros mayores!.
Una pesada losa me ha estado “apisonando” durante más de veinte años. Hoy, nuestro Señor, cómo en el caso de Lázaro, me ha ordenado: “Luismarín”, sal de las sombras levántate y da la cara. Tomar esta determinación, no sabéis lo que me ha costado y el cambio que va a suponer en mi “doble” vida.
Todos los hombres son engañosos (omnis homo mendax) podemos leer en el Salmo CXV, 15. Sin embargo, según el Evangelio de Juan 8:32, Jesús nos dijo las siguientes palabras “y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Esta frase está recogida del tiempo en que el Maestro empieza su ministerio. Gracias a estas palabras he encontrado el valor necesario para contaros la historia que viene a continuación. Mi verdadera historia.
“In illo tempore” (por entonces) la mayoría de los emperadores romanos practicaban la inmoralidad abiertamente y lo mismo hacía un gran segmento de la población en todo el Imperio. También la idolatría y la corrupción estaban al orden del día. Muchos territorios querían ser independientes de Roma y se negaban a pagar los tributos que le correspondían. El sistema de recaudación usado daba lugar al abuso y a la estafa al Estado. Se establecía la cantidad que cada distrito debía aportar al gobierno romano. Se permitía que los cobradores hicieran un recargo para su gasto y su sueldo. En la práctica estos cobradores exigían todo lo que podían, quedándose ellos con lo que sobraba de la cuota que tenían que entregar a los oficiales de Roma. Los cobradores se enriquecían a expensas del pueblo. Los “publicanos” (impuesto en latín es “publicum”) eran odiados y repudiados por el pueblo sencillo. Si hoy en día cambiamos “publicanos” por “políticos” la situación ha variado poco.
De esta manera, aprovechando la similitud entre períodos históricos tan lejanos, pero con estas lacras comunes, “calamo currente” voy a dejar correr mi propia pluma………
Esta historia comienza en junio de 1981. Ese año terminaba la licenciatura en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Me faltaba recoger las últimas papeletas de examen para confirmar que había aprobado todo y que los cinco años de estudio compaginados con el trabajo en el Ministerio de 9 a 5, el equipo de fútbol y de “cross” de la Facultad, los partidos del Santiago Bernabéu, los viajes a Jimena y un par de amores “furtivos” habían merecido la pena. Si aprobaba todo en junio, ya tenía las bases para preparar otras Oposiciones más acordes a la titulación alcanzada.
Esa tarde me había llamado mi amigo Rafa para que lo acercara con mi “Mehari” a la Complutense y así recoger los dos juntos las últimas notas. El iba muy tranquilo pues era uno de los empollones de la clase, yo tenía alguna duda en el aburrido Derecho Administrativo. Con gran alegría comprobé que (aunque con un 5 raspado) había aprobado esa asignatura y todas las demás. Ya éramos los dos ya éramos titulados universitarios de Grado Superior. A Rafa lo encontré muy “alterado” y enseguida me imaginé lo que le pasaba. Desde tercer curso, unas malas compañías le habían hecho “caer en el caballo” que no es igual que “caer del caballo”. Me dijo que necesitaba un “chute” y que lo tenía que llevar al poblado chabolista de “El Gallinero” donde tenía uno de sus “camellos”. Con reparos, pues me imaginé lo peligroso que sería presentarnos (con el coche ya descapotado) en aquel “arrabal”, nos dirigimos hacia allí.
Mientras él entraba en un “chamizo” de uralita, latas y cartones para apaciguar su “mono”, vi como se llenaba la trasera del Mehari de toda una legión de chiquillos semidesnudos, pero que con una sonrisa me pedían que les diera un paseo por el poblado. La “roña” y el polvo les cubría todo el cuerpo y las cabecitas rapadas al cero para eliminar los piojos (en algunos casos, la “tiña” y los “sarpullidos” se notaban claramente) era el denominador común. Arranqué con agrado pensando que sería la primera vez en su vida que subían a un vehículo así. Durante el tiempo que Rafa tardó en salir, recorrimos varias veces la única calle (si es que podía llamarse así) que existía en aquel, nunca mejor llamado Gallinero (el dicho de tienes más mierda que el palo de un gallinero se cumplía con creces). Durante esos minutos un feliz griterío resonó entre todas las chabolas y vi muchas sonrisas entre las abuelas desdentadas y las madres tan jóvenes y cargadas, casi todas, con niños de pecho o “destetados” hacía poco tiempo. Al regreso a mi confortable piso (todavía compartido con otros dos estudiantes y amigos de Jimena) lo que allí había visto tan de cerca, no se me iba de la cabeza. Por la noche, en la cama, estuve dando vueltas sin parar y sin dejar de pensar en aquellos niños y niñas y sus familias. Al levantarme noté que algo había cambiado en mi interior. En “La Eneida” de Virgilio, hacía tiempo que había traducido una frase que se acomodaba perfectamente a mi estado de ánimo: “Quantum mutatus ab ille”, ¡Cuan diferente de lo que antes era!. Esa misma tarde, me acerqué el Seminario Conciliar diocesano de la calle San Buenaventura. El rector no tardó en recibirme cuando le llegó mi tarjeta de visita con el membrete del Ministerio de Economía.
Ese año, en septiembre, no solamente iba a cumplir 28 años, también iba a comenzar un nuevo (nunca imaginado) periplo de mi vida. Otra vez, y durante otros cinco años, las tardes-noches de casi todas las jornadas (excepto las vacaciones que disfrutaba en Jimena) las repartí entre el antiguo Palacio de los Duques de Osuna (reconstruido como seminario en 1901, por el arquitecto Miguel Olavaría) con todo su exterior de ladrillo visto al estilo mudéjar y la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. Este centro impartía formación en Filosofía, Teología, Derecho Canónico y Ciencias de la Religión. Se encuentra en la calle Jerte, contigua a la sede de la Biblioteca de la Facultad de Letras Clásicas y cristianas que forma parte de San Buenaventura. En ambos centros se disfruta de unas bellas vistas al Parque de las Vistillas y a la Casa de Campo.
Transcurridos esos cinco años de doble actividad, en el mayor de los secretos, el Arzobispo de Madrid-Alcalá, D. Angel Suquía (sucesor del Cardenal Tarancón), me recibió en su “inaccesible” Despacho. Me preguntó que tenía decidido sobre cómo iba a ejercer mi nuevo ministerio dada mi doble condición de Servidor de dos Señores a la vez: uno Divino y otro Público. Le conté la historia del Gallinero y mi intención de hacerme cargo de esa gente nunca olvidada desde aquel día. Me dijo que no había ningún problema, pues había fallecido uno de los “curas rojos” (esa expresión empleó) de la Iglesia de “La Esperanza” cercana al poblado, y, que conociendo mis “desviaciones” de la ortodoxia reinante, no tenía inconveniente en que me sometiera a esa “dura” prueba. A la semana siguiente, volví al “Gallinero”, esta vez sin el Mehari y con una sencilla cartera de cuero negro, unos vaqueros y una camisa de cuadros azules y blancos. ¿Cómo lo llevaría?
(SIGUE A CONTINUACIÓN)
“LA VERDAD NOS HACE LIBRES”. (Por Luismarín)
Jimena, veinte y ocho de Diciembre.
¡Amigos del Foro: hermanos en la Fe de nuestros mayores!.
Una pesada losa me ha estado “apisonando” durante más de veinte años. Hoy, nuestro Señor, cómo en el caso de Lázaro, me ha ordenado: “Luismarín”, sal de las sombras levántate y da la cara. Tomar esta determinación, no sabéis lo que me ha costado y el cambio que va a suponer en mi “doble” vida.
Todos los hombres son engañosos (omnis homo mendax) podemos leer en el Salmo CXV, 15. Sin embargo, según el Evangelio de Juan 8:32, Jesús nos dijo las siguientes palabras “y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Esta frase está recogida del tiempo en que el Maestro empieza su ministerio. Gracias a estas palabras he encontrado el valor necesario para contaros la historia que viene a continuación. Mi verdadera historia.
“In illo tempore” (por entonces) la mayoría de los emperadores romanos practicaban la inmoralidad abiertamente y lo mismo hacía un gran segmento de la población en todo el Imperio. También la idolatría y la corrupción estaban al orden del día. Muchos territorios querían ser independientes de Roma y se negaban a pagar los tributos que le correspondían. El sistema de recaudación usado daba lugar al abuso y a la estafa al Estado. Se establecía la cantidad que cada distrito debía aportar al gobierno romano. Se permitía que los cobradores hicieran un recargo para su gasto y su sueldo. En la práctica estos cobradores exigían todo lo que podían, quedándose ellos con lo que sobraba de la cuota que tenían que entregar a los oficiales de Roma. Los cobradores se enriquecían a expensas del pueblo. Los “publicanos” (impuesto en latín es “publicum”) eran odiados y repudiados por el pueblo sencillo. Si hoy en día cambiamos “publicanos” por “políticos” la situación ha variado poco.
De esta manera, aprovechando la similitud entre períodos históricos tan lejanos, pero con estas lacras comunes, “calamo currente” voy a dejar correr mi propia pluma………
Esta historia comienza en junio de 1981. Ese año terminaba la licenciatura en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Me faltaba recoger las últimas papeletas de examen para confirmar que había aprobado todo y que los cinco años de estudio compaginados con el trabajo en el Ministerio de 9 a 5, el equipo de fútbol y de “cross” de la Facultad, los partidos del Santiago Bernabéu, los viajes a Jimena y un par de amores “furtivos” habían merecido la pena. Si aprobaba todo en junio, ya tenía las bases para preparar otras Oposiciones más acordes a la titulación alcanzada.
Esa tarde me había llamado mi amigo Rafa para que lo acercara con mi “Mehari” a la Complutense y así recoger los dos juntos las últimas notas. El iba muy tranquilo pues era uno de los empollones de la clase, yo tenía alguna duda en el aburrido Derecho Administrativo. Con gran alegría comprobé que (aunque con un 5 raspado) había aprobado esa asignatura y todas las demás. Ya éramos los dos ya éramos titulados universitarios de Grado Superior. A Rafa lo encontré muy “alterado” y enseguida me imaginé lo que le pasaba. Desde tercer curso, unas malas compañías le habían hecho “caer en el caballo” que no es igual que “caer del caballo”. Me dijo que necesitaba un “chute” y que lo tenía que llevar al poblado chabolista de “El Gallinero” donde tenía uno de sus “camellos”. Con reparos, pues me imaginé lo peligroso que sería presentarnos (con el coche ya descapotado) en aquel “arrabal”, nos dirigimos hacia allí.
Mientras él entraba en un “chamizo” de uralita, latas y cartones para apaciguar su “mono”, vi como se llenaba la trasera del Mehari de toda una legión de chiquillos semidesnudos, pero que con una sonrisa me pedían que les diera un paseo por el poblado. La “roña” y el polvo les cubría todo el cuerpo y las cabecitas rapadas al cero para eliminar los piojos (en algunos casos, la “tiña” y los “sarpullidos” se notaban claramente) era el denominador común. Arranqué con agrado pensando que sería la primera vez en su vida que subían a un vehículo así. Durante el tiempo que Rafa tardó en salir, recorrimos varias veces la única calle (si es que podía llamarse así) que existía en aquel, nunca mejor llamado Gallinero (el dicho de tienes más mierda que el palo de un gallinero se cumplía con creces). Durante esos minutos un feliz griterío resonó entre todas las chabolas y vi muchas sonrisas entre las abuelas desdentadas y las madres tan jóvenes y cargadas, casi todas, con niños de pecho o “destetados” hacía poco tiempo. Al regreso a mi confortable piso (todavía compartido con otros dos estudiantes y amigos de Jimena) lo que allí había visto tan de cerca, no se me iba de la cabeza. Por la noche, en la cama, estuve dando vueltas sin parar y sin dejar de pensar en aquellos niños y niñas y sus familias. Al levantarme noté que algo había cambiado en mi interior. En “La Eneida” de Virgilio, hacía tiempo que había traducido una frase que se acomodaba perfectamente a mi estado de ánimo: “Quantum mutatus ab ille”, ¡Cuan diferente de lo que antes era!. Esa misma tarde, me acerqué el Seminario Conciliar diocesano de la calle San Buenaventura. El rector no tardó en recibirme cuando le llegó mi tarjeta de visita con el membrete del Ministerio de Economía.
Ese año, en septiembre, no solamente iba a cumplir 28 años, también iba a comenzar un nuevo (nunca imaginado) periplo de mi vida. Otra vez, y durante otros cinco años, las tardes-noches de casi todas las jornadas (excepto las vacaciones que disfrutaba en Jimena) las repartí entre el antiguo Palacio de los Duques de Osuna (reconstruido como seminario en 1901, por el arquitecto Miguel Olavaría) con todo su exterior de ladrillo visto al estilo mudéjar y la Universidad Eclesiástica de San Dámaso. Este centro impartía formación en Filosofía, Teología, Derecho Canónico y Ciencias de la Religión. Se encuentra en la calle Jerte, contigua a la sede de la Biblioteca de la Facultad de Letras Clásicas y cristianas que forma parte de San Buenaventura. En ambos centros se disfruta de unas bellas vistas al Parque de las Vistillas y a la Casa de Campo.
Transcurridos esos cinco años de doble actividad, en el mayor de los secretos, el Arzobispo de Madrid-Alcalá, D. Angel Suquía (sucesor del Cardenal Tarancón), me recibió en su “inaccesible” Despacho. Me preguntó que tenía decidido sobre cómo iba a ejercer mi nuevo ministerio dada mi doble condición de Servidor de dos Señores a la vez: uno Divino y otro Público. Le conté la historia del Gallinero y mi intención de hacerme cargo de esa gente nunca olvidada desde aquel día. Me dijo que no había ningún problema, pues había fallecido uno de los “curas rojos” (esa expresión empleó) de la Iglesia de “La Esperanza” cercana al poblado, y, que conociendo mis “desviaciones” de la ortodoxia reinante, no tenía inconveniente en que me sometiera a esa “dura” prueba. A la semana siguiente, volví al “Gallinero”, esta vez sin el Mehari y con una sencilla cartera de cuero negro, unos vaqueros y una camisa de cuadros azules y blancos. ¿Cómo lo llevaría?
(SIGUE A CONTINUACIÓN)
Muy bueno como siempre Luis, creo que tanto el Padre Luis como el hermano Antonio hicieron un buen trabajo, uno escribiendo y el otro extrayendo, fabuloso un saludo, al leer tu escrito me hiciste recordar aquel paseo con el Mehari un domingo de Junio del 80.