(CONTINUACIÓN)
Voy a empezar relatando una anécdota personal. El pasado lunes fui a desayunar a la cafetería “California” situada en la conocida “Esquina” del Santiago Bernabeu. Aunque es algo caro el desayuno (2,50 euros un café y una barrita de pan tostado con aceite de oliva virgen extra), me gustar ir por la tranquilidad que reina (a las once de la mañana) en las mesas de su rotonda de techo acristalado y la calidad del mencionado aceite de oliva proveniente de Jaén.
Estaba untando la primera tostada cuando vi que, en la mesa contigua a la mía, se sentaba un joven bastante llamativo. Era de elevada estatura, más de 1,80 metros, llevaba el pelo pintado con unas mechas rubias, calzaba unos caros mocasines de cuero, usaba pantalones y chaqueta (negra como el pantalón) de seda con una camiseta azul claro con la leyenda “Antonio Puerta siempre contigo”. En alguno de sus dedos portaba sortijas de oro y pedrería, así como dos collares y un pendiente (en la oreja derecha) del mismo metal. Unas gafas Ray Ban (de espejo) completaban su atuendo. Era la viva imagen del cantante George Michel. Sin embargo, lo conocí rápidamente: era Sergio Ramos el defensa central del Real Madrid.
Como de los jugadores de fútbol a mi solamente me interesa lo que hacen en el campo y su vida privada me importa un bledo, permanecí en la más absoluta indiferencia. Por contra, me di cuenta que él observaba sin disimulo la revista de toros “El Ruedo” que yo tenía en mi mesa. La había comprado para llevársela a Juan Ramón “El Tato” que es un buen aficionado al Arte de Cúchares. En la portada de la publicación se comentaba la salida "a hombros" en la Plaza de las Ventas de Alejandro Talavante. El pasado día 23 de mayo había cortado las dos orejas de “Artillero” (un bravo morlaco de la ganadería de Victoriano del Río) en una de las corridas de la Fiesta de San Isidro.
Ante el interés demostrado por la revista, como conocía por la prensa su amistad (incluso su sociedad en algunos negocios) con el famoso diestro Talavante, se la ofrecí para que la hojeara. Él, en vez de quedarse en la mesa de al lado, se sentó en una de las sillas de mi mesa. Durante unos minutos, al mismo tiempo que se tomaba un café, repasó la revista taurina. Después, con su “deje” de sevillano de Cámas y mi acento jiennese entablámos una breve conversación.
Aproveché para felicitarle por sus triunfos en las dos Eurocopas de Naciones y en el último Mundial. El me dio las gracias y me contestó que como buen español sólo había cumplido con su obligación. Que cuando se juegan partidos de esa importancia sólo se piensa en España. No me asombró su exaltado tono patriotíco pues recordé su polémica con Gerad Piqué sobre el nacionalismo catalán y el ¡Arriba España! con que felicitó a Jorge Lorenzo y a Toni Elias en sus triunfos moteros del pasado año en el circuito de Cataluña.
Le pregunté como veía que los futbolistas de la Selección fueran los niños bonitos de la nación y que hasta el propio Presidente del Gobierno les mimaba. La verdad (continuó diciendo), es que el Gobierno nos trata bien, sin llegar a mimarnos. Pero ya puede hacerlo. Nadie duda que, en parte, gracias a nosotros se mantiene la paz social en la nación española. La policía sólo sirve para dejar salir de la cárcel a los delicuentes en 24 horas y los militares unicamente se limitan a enseñar unos cuantos viejos tanques y cañones el Día de las Fuerza Armadas que no sirven ni para asustar a los niños. ¡Si no hubiera fútbol!, me dijo, la calle estaría llena permanentemente de revueltas y manifestaciones de los parados y los sindicalistas. Como yo tenía que volver al trabajo, le pregunté por último: ¿ahora mismo cual es tu mejor deseo?. No me imaginé su respuesta ¡Ganarle a Gibraltar! ¡no se puede consentir lo que ha hecho la UEFA!. Le dí un apretón de manos y me despedí: ¡hasta otra!.
En el corto camino a mi Oficina (apenas 5 minutos separan el Bernabéu del Mº) recordé algo que hacia poco tiempo que había leido sobre el fútbol como el nuevo opio del pueblo:
Se ha avanzado tan poco en veinte siglos que nos sigue haciendo el mismo efecto (el fútbol) que aquel láudano de pan y circo con el que los emperadores romanos adormecían a las masas. Como los banqueros y especuladores han puesto el pan a un precio imposible y ya ni siquiera hay trabajo para que cada uno se compre su “chapata”, lo que se lleva sobre todo es el nuevo circo del balompié y si es posible en abierto mucho mejor.
Está claro que el fútbol es el opio del pueblo y, de haber nacido Carlos Marx un poco más tarde, es seguro que no habría dado tanto protagonismo a la religión, que cada vez narcotiza menos, a excepción de la misa televisada de los domingos con la que se duermen hasta las monjas. Yo he sido testigo de la pausa en un velatorio para ver un partido televisado entre el Madrid y el Barça, al termino del cual y tras la sedante victoria del equipo local, todo el mundo regresó junto al cadaver mucho más consolado.
Pero no sólo es eso. Es posible que la política sea la guerra por otros medios, pero el fútbol es en estos tiempos su mejor sucedáneo. De ahí que, a medida que los triunfos de un equipo son más numerosos, también lo sean sus seguidores, que bastante tienen con ser perdedores a diario como para permitirse encima nuevas derrotas los fines de semana. Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool, lo tuvo siempre claro: “El fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es mucho más que eso”.
Uno puede perder el trabajo, el piso y la pareja, pero por nada del mundo dejaría de ver un derby. No nos movilizamos contra un desempleo escandaloso ni para acabar con el hambre en el mundo pero salimos a la calle si un general portugués como Mouriño pide refuerzos para enfrentarse a la conjura arbitral contra los blancos. Nos gusta que nuestros actuales “gladiadores” se dirijan a la grada antes de cada partido como lo hacían sus antepasados en el Coliseo: “los que van a forrarse os saludan”.
Decía Albert Camus que lo que sabía sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol. Seguramente se acordaba de una idílica imagen de su juventud de las playas con porterías de su Argel natal. El fútbol como reflejo de la vida y nada más. Está claro que eran otros tiempos.
Saludos y hasta otra,
Voy a empezar relatando una anécdota personal. El pasado lunes fui a desayunar a la cafetería “California” situada en la conocida “Esquina” del Santiago Bernabeu. Aunque es algo caro el desayuno (2,50 euros un café y una barrita de pan tostado con aceite de oliva virgen extra), me gustar ir por la tranquilidad que reina (a las once de la mañana) en las mesas de su rotonda de techo acristalado y la calidad del mencionado aceite de oliva proveniente de Jaén.
Estaba untando la primera tostada cuando vi que, en la mesa contigua a la mía, se sentaba un joven bastante llamativo. Era de elevada estatura, más de 1,80 metros, llevaba el pelo pintado con unas mechas rubias, calzaba unos caros mocasines de cuero, usaba pantalones y chaqueta (negra como el pantalón) de seda con una camiseta azul claro con la leyenda “Antonio Puerta siempre contigo”. En alguno de sus dedos portaba sortijas de oro y pedrería, así como dos collares y un pendiente (en la oreja derecha) del mismo metal. Unas gafas Ray Ban (de espejo) completaban su atuendo. Era la viva imagen del cantante George Michel. Sin embargo, lo conocí rápidamente: era Sergio Ramos el defensa central del Real Madrid.
Como de los jugadores de fútbol a mi solamente me interesa lo que hacen en el campo y su vida privada me importa un bledo, permanecí en la más absoluta indiferencia. Por contra, me di cuenta que él observaba sin disimulo la revista de toros “El Ruedo” que yo tenía en mi mesa. La había comprado para llevársela a Juan Ramón “El Tato” que es un buen aficionado al Arte de Cúchares. En la portada de la publicación se comentaba la salida "a hombros" en la Plaza de las Ventas de Alejandro Talavante. El pasado día 23 de mayo había cortado las dos orejas de “Artillero” (un bravo morlaco de la ganadería de Victoriano del Río) en una de las corridas de la Fiesta de San Isidro.
Ante el interés demostrado por la revista, como conocía por la prensa su amistad (incluso su sociedad en algunos negocios) con el famoso diestro Talavante, se la ofrecí para que la hojeara. Él, en vez de quedarse en la mesa de al lado, se sentó en una de las sillas de mi mesa. Durante unos minutos, al mismo tiempo que se tomaba un café, repasó la revista taurina. Después, con su “deje” de sevillano de Cámas y mi acento jiennese entablámos una breve conversación.
Aproveché para felicitarle por sus triunfos en las dos Eurocopas de Naciones y en el último Mundial. El me dio las gracias y me contestó que como buen español sólo había cumplido con su obligación. Que cuando se juegan partidos de esa importancia sólo se piensa en España. No me asombró su exaltado tono patriotíco pues recordé su polémica con Gerad Piqué sobre el nacionalismo catalán y el ¡Arriba España! con que felicitó a Jorge Lorenzo y a Toni Elias en sus triunfos moteros del pasado año en el circuito de Cataluña.
Le pregunté como veía que los futbolistas de la Selección fueran los niños bonitos de la nación y que hasta el propio Presidente del Gobierno les mimaba. La verdad (continuó diciendo), es que el Gobierno nos trata bien, sin llegar a mimarnos. Pero ya puede hacerlo. Nadie duda que, en parte, gracias a nosotros se mantiene la paz social en la nación española. La policía sólo sirve para dejar salir de la cárcel a los delicuentes en 24 horas y los militares unicamente se limitan a enseñar unos cuantos viejos tanques y cañones el Día de las Fuerza Armadas que no sirven ni para asustar a los niños. ¡Si no hubiera fútbol!, me dijo, la calle estaría llena permanentemente de revueltas y manifestaciones de los parados y los sindicalistas. Como yo tenía que volver al trabajo, le pregunté por último: ¿ahora mismo cual es tu mejor deseo?. No me imaginé su respuesta ¡Ganarle a Gibraltar! ¡no se puede consentir lo que ha hecho la UEFA!. Le dí un apretón de manos y me despedí: ¡hasta otra!.
En el corto camino a mi Oficina (apenas 5 minutos separan el Bernabéu del Mº) recordé algo que hacia poco tiempo que había leido sobre el fútbol como el nuevo opio del pueblo:
Se ha avanzado tan poco en veinte siglos que nos sigue haciendo el mismo efecto (el fútbol) que aquel láudano de pan y circo con el que los emperadores romanos adormecían a las masas. Como los banqueros y especuladores han puesto el pan a un precio imposible y ya ni siquiera hay trabajo para que cada uno se compre su “chapata”, lo que se lleva sobre todo es el nuevo circo del balompié y si es posible en abierto mucho mejor.
Está claro que el fútbol es el opio del pueblo y, de haber nacido Carlos Marx un poco más tarde, es seguro que no habría dado tanto protagonismo a la religión, que cada vez narcotiza menos, a excepción de la misa televisada de los domingos con la que se duermen hasta las monjas. Yo he sido testigo de la pausa en un velatorio para ver un partido televisado entre el Madrid y el Barça, al termino del cual y tras la sedante victoria del equipo local, todo el mundo regresó junto al cadaver mucho más consolado.
Pero no sólo es eso. Es posible que la política sea la guerra por otros medios, pero el fútbol es en estos tiempos su mejor sucedáneo. De ahí que, a medida que los triunfos de un equipo son más numerosos, también lo sean sus seguidores, que bastante tienen con ser perdedores a diario como para permitirse encima nuevas derrotas los fines de semana. Bill Shankly, el mítico entrenador del Liverpool, lo tuvo siempre claro: “El fútbol no es una cuestión de vida o muerte; es mucho más que eso”.
Uno puede perder el trabajo, el piso y la pareja, pero por nada del mundo dejaría de ver un derby. No nos movilizamos contra un desempleo escandaloso ni para acabar con el hambre en el mundo pero salimos a la calle si un general portugués como Mouriño pide refuerzos para enfrentarse a la conjura arbitral contra los blancos. Nos gusta que nuestros actuales “gladiadores” se dirijan a la grada antes de cada partido como lo hacían sus antepasados en el Coliseo: “los que van a forrarse os saludan”.
Decía Albert Camus que lo que sabía sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debía al fútbol. Seguramente se acordaba de una idílica imagen de su juventud de las playas con porterías de su Argel natal. El fútbol como reflejo de la vida y nada más. Está claro que eran otros tiempos.
Saludos y hasta otra,