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JIMENA: “LIGAORES”: OTRO MENOS DE UNA INSUSTITUIBLE ESPECIE...

“LIGAORES”: OTRO MENOS DE UNA INSUSTITUIBLE ESPECIE EN EXTINCIÓN. (Por LuismarÍn)

He utilizado esta foto de cabecera en este texto porque reúne todas las condiciones enumeradas en el título del mismo y además porque no he encontrado ninguna de la “Cuadrilla de Ligaores” de mi padre. En ella estuvo encuadrado durante muchísimos años Lope “El Turbiero” (otro Lope aparece en la fotografía de arriba). Este personaje que reunía la doble condición de compañero de caza y amigo cercano de mi padre (también lo era de mi madre Juana, mi hermana Rafa y mío propio), nos ha dejado hoy, con sus recuerdos, voy a tratar de hacerlo “revivir” en nuestra imaginación.

Si alguno se pregunta porque escribo hoy sobre Lope y no lo hice en su día sobre otros amigos queridos y cercanos como Diego “El Folleta”, Sebastián “Margarito” o Juanillo “Moñoalto” (siguiendo un orden cronológico en sus desapariciones y no de otro tipo), la respuesta por mi parte es muy sencilla: en aquellos momentos (más bien en esos años) mi estado anímico no era el más adecuado para hacerlo e incluso hasta mis sentimientos más íntimos estaban afectados de esa “apatía” (por llamarla de alguna forma) que tantas personas han experimentado y experimentan hoy en día. Esa “dejadez”, que sin saber cómo, se instala (cuando menos te lo esperas), sin buscarla, en el fondo de nuestro corazón “inmaterial”, tan lejano y distinto del corpóreo o visceral.

A Lope comencé a conocerlo bien de cerca en el año 1964. La fecha no es para olvidarla pues, ese año, al morir mi abuelo Luis Marín (“Maroto”) tuve que sufrir el trauma que experimenta un niño cuando, por motivos incomprensibles para él, tiene que abandonar su casa, su calle, sus vecinos, sus amigos infantiles y a su adorada “TITI” Isabel. De la calle Iglesia nos mudamos a vivir a mi casa actual de la Carretera Alta. La que está situada frente a la conocida baranda de hierro con sus barrotes en forma de “picas” siempre apuntando al cielo.

La “Peña” de mi padre se reunía para “ligar” en dos locales propiedad de Mateo Ruíz (conocido como Mateo el de Tomasa y después, hasta su prematuro fallecimiento, como “El Guarda Forestal”). En invierno, las incontables botellas de vino blanco “Pérez Marín” (APM después) se las “trasegaban”, a palo seco y con caña para la embocadura, en el Horno de Mateo, cómodamente instalados sobre los sacos de harina. El gélido ambiente invernal lo combatían, tal vez en exceso, tanto por fuera (con el calorcillo que emanaba de la boca del horno), como por dentro (con la calidez proporcionada por el Valdepeñas manchego). En cambio, en el verano, instalaban la tertulia en la puerta de la tienda del mismo Mateo y su esposa Isabel “La Cusina”, para aprovechar las brisas nocturnas que subían, calle arriba, desde su inicio en el Pilar de la Fuente de la Estrella hasta el final en el Pilar de los Pastores.

Los miembros de la Cuadrilla eran el propio Mateo, su “cuñao” Juanito, Diego Mairena, Lope (cuñados entre sí por sus enlaces respecticos con las hermanas Martina y Josefa “Las Limillas”) y el padre del que suscribe. Las conversaciones tenían como tema favorito las “peripecias fantásticas” de todo buen cazador (creo recordar que por entonces se cazaba todo el año), las labores del campo (en especial durante la temporada de la aceituna) y los “chismorreos” inevitables de todo pueblo. Lope era el más parlanchín y el que mejor informado estaba del “cotilleo” diario.

Otro de los asuntos que aparecía con frecuencia en la tertulia eran las aventuras guerreras de Lope y Juanito durante su Servicio Militar. El primero fue “Caballero Legionario” y el segundo “Tirador de Élite" en la Guerra Secreta de Sidi Ifni del año 1957. Curiosamente, mi amigo Bartolo, hijo del mencionado Diego Mairena (que finalizó sus días en un episodio propio de novela con apuntes “Beneméritos”), junto a mis también amigos, Pedrín y Agustín el de la Gasolinera, también participó como Tirador Aéreo, en la (igualmente ignorada) Guerra de Marruecos de los años 1974-75, la que finalizó con la “vergonzosa” claudicación del Gobierno, ante la presión de la famosa “Marcha Verde”. Su abandono del Sahara Español, todavía se lo recuerda, todos los días, el errante Pueblo Saharauy.

De Lope, recuerdo con nitidez dos anécdotas: su pánico a las bichas o culebras y el “encontronazo” que tuvo con “Aguirruche”. Media oreja, arrancada de un “bocao”, por alguno de ellos, se perdió en el fragor de la discusión. Sobre el temor de las bichas, puedo contaros que cuando bromeando, le deslizaban una correa por el cuello, el rostro de Lope se veía invadido por a una palidez cadavérica.

Durante muchos veranos, los anteriormente citados, junto a sus mujeres e hijos (Lope y Josefa no los tuvieron), compartieron juergas y piscinas en las fincas de las que por entonces era casero Diego Mairena: la de D. Mariano de la Paz en la revuelta de la Cascada, el Chalet de los Piñar y la Casería de D. Ildefonso Salcedo, ambas en el Camino de la Romaniente.

Aunque después de la muerte de Mateo Ruíz, la cuadrilla se fue deshaciendo poco a poco, las relaciones entre ellos y sus familias han permanecido perennes a lo largo del tiempo. Hoy, ya sólo queda con vida Juanito Cusino y esperemos que por muchos años más.

Mi padre se pasó a la “banda” que tenía su escondrijo en la Taberna-Bodega de Lorenzo Ramirón y Lope pasó a formar parte de otra panda de buenos “ligaores”. El y Pedro Moclín, junto al Aleja, continuaron durante bastante tiempo "castigándose" diariamente a base de morteros colmados de recio vino tinto. A Lope, hasta hace bien pocos años, sólo sus problemas con la glucosa le hicieron abandonar su sempiterna figura de “ligaor profesional”.

Desgraciadamente, en sus últimos años, hubo de sobrellevar la enfermedad de su mujer, Josefa, hasta el fallecimiento de esta. Después, por falta de plazas en la Residencia de Ancianos de Jimena, hubo de “exiliarse” temporalmente a la de Bedmar hasta que pudo ingresar en la de nuestro pueblo.

Nunca se me olvidará el papel tan importante que jugó Lope en los últimos meses de la vida de mi padre. Cuando ya conocía la corta existencia que le quedaba entre nosotros, su mutismo “famoso”, se le acentuó un poco más. Sin embargo, a Lope, durante su visita diaria, que no dejó de hacerle hasta casi la misma fecha de su muerte, le abría su corazón y le sirvió de "paño de lágrimas" hasta sus últimos días.

Cuando perdemos a alguien querido, además de darnos cuenta de que con su desaparición se va la parte de nuestra vida que nació de las vivencias comunes compartidas con el ya ausente, nos volvemos a hacer interiormente las Grandes Preguntas de la Vida de tan difícil respuesta: ¿Existen el Cielo y el Infierno? ¿Existe Dios? ¿Existe un “algo” después de la muerte?.

José Luis Sampedro, el nonagenario (también fallecido hace poco) sabio y maestro admirado de todos los que nos incluimos entre los “Indignados” de hoy en día, se preguntaba estos porqués: ¿Por qué los árboles tienen tantas primaveras en su vida y el hombre sólo una? ¿Por qué esa única primavera humana les es destrozada y arrebatada a tantos? ¿Por qué?.

También, está por ahí escrito que, las penas de la vida ayudan a soportar la idea de la muerte; y la idea de la muerte ayuda a soportar las penas de la vida. Otro filósofo (Francois Mauriac) nos recordaba lo siguiente: La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.

En homenaje final a Lope, voy a transcribir los siguientes versos del poeta romántico G. A. Bécquer:

"De la alta campana/la lengua de hierro /le dio volteando/su adiós lastimero./ El luto en las ropas,/amigos y deudos /cruzaron en fila /formando el cortejo. ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!.

Saludos y hasta otra ocasión que se más alegre,