LOS DOMINGOS POR LA TARDE, PESE AL FÚTBOL, NO OS ABANDONO.
AYER VEINTE AÑOS CUMPLÍ (Por Luismarín)
El francés Michel Eyquem de Montaigne fue un filósofo, escritor y político francés del siglo XVI. Son famosos sus “Ensayos” y se le considera creador de este género literario. Todas sus experiencias, cualquier cosa que le sucedía y le provocaba una reflexión o una hipótesis la trasladaba al papel. Vivía concentrado en vivir para después dar cuenta de ello. Su pensamiento vagabundo llevaba una sola dirección, la del ensayo que estaba escribiendo, porqué como él mismo decía, “quien quiere estar en todas partes no está en ninguna”. Este domingo, con la experiencia que da sumergirse en una nueva década, voy a tratar de imitarlo salvando, con humildad, toda la distancia que nos separa.
Qué más quisiera yo que mi edad pudiera reconocerse en aquella famosa canción de Mari Trini: ¡Ayer VEINTE años cumplí, la inocencia perdí y desaté el corazón…… Ayer, un pequeño rincón fue testigo de mi amor y ayer, solo ayer arranqué una flor que nadie recogió. Tampoco puedo decir que ayer TREINTA años cumplí y que todo el porvenir se alejaba de mí, que hoy no me queda rencor y que el tiempo todo lo borró y sólo me deja su adiós.
Igualmente queda muy lejos el conocido poema de Dámaso Alonso: “ ¡Veinte años tienes, hoy me dije, veinte años tienes, Luis. Y los novios pasaban por la calle, cogidos, cogiditos de la mano. Y me puse a leer un libro viejo y a escribir unos versos, donde canto el amor y la dicha de ser joven cuando hace sol y está florido el campo. Hoy me miré al espejo, y luego dije: ¡Alégrate, Luis, porque pronto vendrá la primavera, y tienes veinte años!”. ¡Qué hermoso era jugar en primavera!, cuando aún no amenazaban ni las canas ni el otoño de la vida.
Ahora, tampoco me vale lo que nos cantaba Juan Manuel Serrat: “HACE VEINTE AÑOS QUE TENÍA VEINTE AÑOS, veinte años y aun tengo fuerza y no tengo el alma muerta y me siento hervir la sangre. Hace veinte años que tengo veinte años y el corazón aun se me dispara por un instante de amor o al ver un niño llorar. Las fotografías ya amarillean.
De igual modo, solo queda en el recuerdo lo que me decían cuando cumplí los CINCUENTA: Ya no tienes que temer a las caídas en el largo y difícil camino de la vida, casi todas ya te las has dado. La gente ya no te considerará como a un hipocondriaco porque ahora estás enfermo de verdad. Con esta edad tus articulaciones pronostican el tiempo mejor que los meteorólogos. Podrás pasar de tus arrebatos sexuales pero no de tus lentes y tus pecados capitales cambiaran todos. La ropa que te compres ya nunca pasará de moda y a los amigos de tu edad tendrás que escribirle con letra bien grande porque ellos también ya no ven ni a un cura con sotana en un montón de yeso.
Sobre los años en que yo vine al mundo he rescatado un poema casi desconocido de Juan Manuel Serrat. Lo he encontrado en el prólogo de una biografía de Juanito Valderrama que escribió el periodista Antonio Burgos:
“Ahí veo a mi padre y su galvana, /abrazando a mi madre y a mi hermana/y ese soy yo. Así fuimos un día. Tengo frio. Me callo, me llevan a misa. /Como pan racionado. Años cincuenta /en que los vencedores daban cuenta/de los vencidos sin pausa y sin prisa.
En el año de mi de nacimiento pasaron muchas cosas importantes fuera y dentro de nuestra querida España, todavía tenebrosa y represiva por causa de la Dictadura Franquista. En el plano Internacional, en la URSS falleció el “sanguinario” Stalin y le sustituyó Nikita Jrushchov. En Egipto derrocaron al rey Faruk y se dio paso a la República que comandaría Gamal Abdel Nasser. También, apareció por primera vez en escena un jovencito desconocido llamado Fidel Castro que junto a un grupito de revolucionarios intentaron asaltar el cuartel Moncada del golpista Fulgencio Bautista. En nuestra Nación, en el plano político, se produjeron tres grandes acontecimiento muy bien acogidos por el Gobierno Franquista pues supusieron el inicio de la aceptación del Régimen por los Organismos Internacionales. En primer lugar, España ingresó en la UNESCO y la ONU revocó las sanciones diplomáticas impuestas a España. Seguidamente, se firmó un Convenio con EE. UU, en el que se acordó el envío de material militar y alguna ayuda económica a cambio de la cesión de los terrenos necesarios para la construcción de varias bases militares. Por último, se firmó el Concordato con la Santa Sede con sus concesiones a la Iglesia Católica. Lo concedido fue tan leonino, de tanta profundidad política que el Vaticano lo consideró como el mejor acuerdo que había firmado en toda su Historia.
La otra noche, la víspera de mi cumpleaños, soñé con un trozo de Neodimio: enormes bloques de este plateado y semi amarillento elemento. El Neodimio ocupa el número 60 de la tabla periódica. M mi sueño fue un recordatorio de que a la mañana siguiente los años que iba a cumplir también serían 60. Desde que era un niño, cuando conocí los números atómicos, para mí los elementos de la tabla periódica y los cumpleaños han estado entrelazados.
Ahora, muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de empezar, para en seguida darme cuenta de que cada vez está más cerca del final. Casi siempre fui el más joven de mi clase en el Instituto y en el Colegio. He mantenido esta sensación de ser siempre el más joven, aunque ahora mismo ya estoy entre los más viejos de mis amigos. En las largas horas de mis tres pasados meses de convalecencia me asaltaron muchos recuerdos, tanto buenos como malos. La mayoría de los buenos surgían de la gratitud: gratitud por lo que me habían dado otros, y también gratitud por haber sido capaz de devolverles algo. A los 60 años me siento contento de estar vivo.
Me siento agradecido por haber experimentado muchas cosas, algunas maravillosas y otras horribles. Por haber sido capaz de escribir algunas páginas, por haber recibido innumerables apoyos de amigos, compañeros de trabajo y lectores y por presumir de mantener relaciones con tanta gente de condición muy diversa. Siento haber perdido tanto tiempo; siento que ya no soy tan angustiosamente tímido ahora a los 60 como lo era a los 20; siento no hablar bien más idiomas que mi lengua materna y no haber viajado lejos con frecuencia ni haber conocido otras culturas con más amplitud. Siento que debería estar intentando completar mi vida, signifique lo que signifique eso de “completar una vida”. Oigo de la gente aquello de: “He tenido una vida plena y ahora estoy listo para irme”. Para alguno de ellos, esto significa irse al cielo (siempre es el cielo y no el infierno). Yo no tengo ninguna fe en una existencia postmortem, más allá de la que tendré en los recuerdos de mis amigos, y en la esperanza de que algunos de mis “relatos” sigan siendo recordados con cariño por la gente, después de mi ausencia.
Ahora, las reacciones se han vuelto más lentas pero, con todo, uno se encuentra lleno de vida. Muchos de mis seres queridos se fueron hace tiempo, pero los quise y fueron importantes en mi vida. A los 60 se cierne sobre uno el espectro de la demencia o del infarto. Muchos de mis amigos y conocidos ya no están y otros muchos más se ven atrapados en existencias trágicas y con graves dolencias físicas o mentales. A los 60 las marcas de la decadencia son más que aparentes: Los nombres se te escapan con más frecuencia y hay que administrar las energías pero, con todo, uno se encuentra muchas veces pletórico, lleno de vida y nada “viejo”. Tal vez, con suerte, llegue, más o menos intacto, a cumplir algunos años más y se me conceda la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes en mi vida.
Estoy empezando a sentir ahora, no un encogimiento, sino una ampliación de la vida y de la perspectiva mental. Uno tiene ya una larga experiencia de la vida, y no solo de la propia, sino también de la de los demás. He visto triunfos y fracasos, ascensos y declives, grandes logros y profundas decepciones. Uno es más consciente de que todo es pasajero, y también, posiblemente, más admirador de la belleza. No pienso en la vejez como en una época cada vez más penosa y que tenemos que soportar de la mejor manera posible, sino en una época de ocio y libertad, liberado de las urgencias artificiosas de días pasados, libre para explorar lo que me gusta y para unir los pensamientos y las emociones de toda una vida. Sin embargo, no tengo ganas de tener 60 años.
(SIGUE)
AYER VEINTE AÑOS CUMPLÍ (Por Luismarín)
El francés Michel Eyquem de Montaigne fue un filósofo, escritor y político francés del siglo XVI. Son famosos sus “Ensayos” y se le considera creador de este género literario. Todas sus experiencias, cualquier cosa que le sucedía y le provocaba una reflexión o una hipótesis la trasladaba al papel. Vivía concentrado en vivir para después dar cuenta de ello. Su pensamiento vagabundo llevaba una sola dirección, la del ensayo que estaba escribiendo, porqué como él mismo decía, “quien quiere estar en todas partes no está en ninguna”. Este domingo, con la experiencia que da sumergirse en una nueva década, voy a tratar de imitarlo salvando, con humildad, toda la distancia que nos separa.
Qué más quisiera yo que mi edad pudiera reconocerse en aquella famosa canción de Mari Trini: ¡Ayer VEINTE años cumplí, la inocencia perdí y desaté el corazón…… Ayer, un pequeño rincón fue testigo de mi amor y ayer, solo ayer arranqué una flor que nadie recogió. Tampoco puedo decir que ayer TREINTA años cumplí y que todo el porvenir se alejaba de mí, que hoy no me queda rencor y que el tiempo todo lo borró y sólo me deja su adiós.
Igualmente queda muy lejos el conocido poema de Dámaso Alonso: “ ¡Veinte años tienes, hoy me dije, veinte años tienes, Luis. Y los novios pasaban por la calle, cogidos, cogiditos de la mano. Y me puse a leer un libro viejo y a escribir unos versos, donde canto el amor y la dicha de ser joven cuando hace sol y está florido el campo. Hoy me miré al espejo, y luego dije: ¡Alégrate, Luis, porque pronto vendrá la primavera, y tienes veinte años!”. ¡Qué hermoso era jugar en primavera!, cuando aún no amenazaban ni las canas ni el otoño de la vida.
Ahora, tampoco me vale lo que nos cantaba Juan Manuel Serrat: “HACE VEINTE AÑOS QUE TENÍA VEINTE AÑOS, veinte años y aun tengo fuerza y no tengo el alma muerta y me siento hervir la sangre. Hace veinte años que tengo veinte años y el corazón aun se me dispara por un instante de amor o al ver un niño llorar. Las fotografías ya amarillean.
De igual modo, solo queda en el recuerdo lo que me decían cuando cumplí los CINCUENTA: Ya no tienes que temer a las caídas en el largo y difícil camino de la vida, casi todas ya te las has dado. La gente ya no te considerará como a un hipocondriaco porque ahora estás enfermo de verdad. Con esta edad tus articulaciones pronostican el tiempo mejor que los meteorólogos. Podrás pasar de tus arrebatos sexuales pero no de tus lentes y tus pecados capitales cambiaran todos. La ropa que te compres ya nunca pasará de moda y a los amigos de tu edad tendrás que escribirle con letra bien grande porque ellos también ya no ven ni a un cura con sotana en un montón de yeso.
Sobre los años en que yo vine al mundo he rescatado un poema casi desconocido de Juan Manuel Serrat. Lo he encontrado en el prólogo de una biografía de Juanito Valderrama que escribió el periodista Antonio Burgos:
“Ahí veo a mi padre y su galvana, /abrazando a mi madre y a mi hermana/y ese soy yo. Así fuimos un día. Tengo frio. Me callo, me llevan a misa. /Como pan racionado. Años cincuenta /en que los vencedores daban cuenta/de los vencidos sin pausa y sin prisa.
En el año de mi de nacimiento pasaron muchas cosas importantes fuera y dentro de nuestra querida España, todavía tenebrosa y represiva por causa de la Dictadura Franquista. En el plano Internacional, en la URSS falleció el “sanguinario” Stalin y le sustituyó Nikita Jrushchov. En Egipto derrocaron al rey Faruk y se dio paso a la República que comandaría Gamal Abdel Nasser. También, apareció por primera vez en escena un jovencito desconocido llamado Fidel Castro que junto a un grupito de revolucionarios intentaron asaltar el cuartel Moncada del golpista Fulgencio Bautista. En nuestra Nación, en el plano político, se produjeron tres grandes acontecimiento muy bien acogidos por el Gobierno Franquista pues supusieron el inicio de la aceptación del Régimen por los Organismos Internacionales. En primer lugar, España ingresó en la UNESCO y la ONU revocó las sanciones diplomáticas impuestas a España. Seguidamente, se firmó un Convenio con EE. UU, en el que se acordó el envío de material militar y alguna ayuda económica a cambio de la cesión de los terrenos necesarios para la construcción de varias bases militares. Por último, se firmó el Concordato con la Santa Sede con sus concesiones a la Iglesia Católica. Lo concedido fue tan leonino, de tanta profundidad política que el Vaticano lo consideró como el mejor acuerdo que había firmado en toda su Historia.
La otra noche, la víspera de mi cumpleaños, soñé con un trozo de Neodimio: enormes bloques de este plateado y semi amarillento elemento. El Neodimio ocupa el número 60 de la tabla periódica. M mi sueño fue un recordatorio de que a la mañana siguiente los años que iba a cumplir también serían 60. Desde que era un niño, cuando conocí los números atómicos, para mí los elementos de la tabla periódica y los cumpleaños han estado entrelazados.
Ahora, muchas veces tengo la sensación de que la vida está a punto de empezar, para en seguida darme cuenta de que cada vez está más cerca del final. Casi siempre fui el más joven de mi clase en el Instituto y en el Colegio. He mantenido esta sensación de ser siempre el más joven, aunque ahora mismo ya estoy entre los más viejos de mis amigos. En las largas horas de mis tres pasados meses de convalecencia me asaltaron muchos recuerdos, tanto buenos como malos. La mayoría de los buenos surgían de la gratitud: gratitud por lo que me habían dado otros, y también gratitud por haber sido capaz de devolverles algo. A los 60 años me siento contento de estar vivo.
Me siento agradecido por haber experimentado muchas cosas, algunas maravillosas y otras horribles. Por haber sido capaz de escribir algunas páginas, por haber recibido innumerables apoyos de amigos, compañeros de trabajo y lectores y por presumir de mantener relaciones con tanta gente de condición muy diversa. Siento haber perdido tanto tiempo; siento que ya no soy tan angustiosamente tímido ahora a los 60 como lo era a los 20; siento no hablar bien más idiomas que mi lengua materna y no haber viajado lejos con frecuencia ni haber conocido otras culturas con más amplitud. Siento que debería estar intentando completar mi vida, signifique lo que signifique eso de “completar una vida”. Oigo de la gente aquello de: “He tenido una vida plena y ahora estoy listo para irme”. Para alguno de ellos, esto significa irse al cielo (siempre es el cielo y no el infierno). Yo no tengo ninguna fe en una existencia postmortem, más allá de la que tendré en los recuerdos de mis amigos, y en la esperanza de que algunos de mis “relatos” sigan siendo recordados con cariño por la gente, después de mi ausencia.
Ahora, las reacciones se han vuelto más lentas pero, con todo, uno se encuentra lleno de vida. Muchos de mis seres queridos se fueron hace tiempo, pero los quise y fueron importantes en mi vida. A los 60 se cierne sobre uno el espectro de la demencia o del infarto. Muchos de mis amigos y conocidos ya no están y otros muchos más se ven atrapados en existencias trágicas y con graves dolencias físicas o mentales. A los 60 las marcas de la decadencia son más que aparentes: Los nombres se te escapan con más frecuencia y hay que administrar las energías pero, con todo, uno se encuentra muchas veces pletórico, lleno de vida y nada “viejo”. Tal vez, con suerte, llegue, más o menos intacto, a cumplir algunos años más y se me conceda la libertad de amar y de trabajar, las dos cosas más importantes en mi vida.
Estoy empezando a sentir ahora, no un encogimiento, sino una ampliación de la vida y de la perspectiva mental. Uno tiene ya una larga experiencia de la vida, y no solo de la propia, sino también de la de los demás. He visto triunfos y fracasos, ascensos y declives, grandes logros y profundas decepciones. Uno es más consciente de que todo es pasajero, y también, posiblemente, más admirador de la belleza. No pienso en la vejez como en una época cada vez más penosa y que tenemos que soportar de la mejor manera posible, sino en una época de ocio y libertad, liberado de las urgencias artificiosas de días pasados, libre para explorar lo que me gusta y para unir los pensamientos y las emociones de toda una vida. Sin embargo, no tengo ganas de tener 60 años.
(SIGUE)
(CONTINUACIÓN)
Mientras que la edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho esfuerzo. La pre-vejez comienza a existir cuando decimos insistentemente: ¡nunca me he sentido tan joven!. Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta. Sobre todo, intentaré no olvidar lo que decía Epicuro de Samos: “No ha de ser dichoso el joven, sino el viejo que ha vivido una hermosa vida”.
Últimamente, en las conversaciones con algunos amigos, me viene a la memoria algo que, no recuerdo donde, he leído alguna vez: “Un síntoma de que uno se está haciendo viejo es cuando se empieza a pensar que vivimos en el peor de los mundos posibles. Que antes, este mismo mundo estaba lleno de gente virtuosa y ahora de canallas, que hasta hace poco los inteligentes ganaban a los necios y que todos eran tan valientes que los cobardes tenían que esconderse. En el fondo, el hecho de defender esta nostalgia es una forma de vanidad, ya que el que la ejerce pretende proclamar su pertenencia a un mundo de antaño, superior al de hogaño”. Yo pienso que esta nostalgia no tiene fundamento alguno. Siempre ha existido igual cantidad de virtuosos que de canallas, de inteligentes que de necios y de valientes que cobardes. Es indudable, que con los años, uno ve por todas partes más encanallamiento, necedad y cobardía. Pero eso no ocurre porque esas miserias aumenten, sino porque la experiencia ayuda a detectarlas mejor en los otros y, si uno es honesto, también en uno mismo. Jorge Manrique no dijo nunca que todo tiempo pasado fue mejor, lo que dijo Manrique es que nos lo parece. Tal vez, cuando lleguemos a la vejez, lo difícil es tener el temple suficiente para no abominar del futuro sabiendo que no vamos a vivirlo.
Si hubiera una nueva declaración de los Derechos Humanos, deberíamos proponer que se introdujera el derecho a la “irreciclabilidad”, el derecho a envejecer tranquilamente, el respeto hacia el que ya no puede innovar, la dignidad de lo que se es frente a lo que se podría haber llegado a ser.
No me gustaría que mi recuerdo fuera, para algunos, como esos fuegos artificiales que iluminan el cielo durante un instante y a continuación se apagan sin dejar rastro. Yo no tendré en el recuerdo de mi vida pasada el haber sido el centro de un hogar y de una familia. No me gustaría que en mi vejez, cuando alguien se acerque a mí, perciba el olor de la tristeza, de las lágrimas o del insomnio. No quisiera pensar que cuando mis ojos se cierren para siempre tengan marcados el cerco que forma el frio del abandono, el llanto, la tristeza, la soledad y la angustia. No quiero ni imaginarme que por mí, nadie derramará una lágrima y no se colocará ninguna flor en mi tumba porque al final de mi Ocaso nadie se ha acordado de mi existencia.
No quisiera formar parte de esas personas olvidadas, borradas por sí mismas por culpa de una “demencia senil” o el “alzheimer”, sin conciencia ni disfrute de los últimos instantes de la vida. No me gustaría ser acusado culpable de mi propia vejez. Desearía que se me siguiera considerando como una persona que se merece atención con arreglo a esos Derechos Humanos olvidados e ignorados. Espero que, si le reprocho a alguien su abandono, no me esgrima este penoso razonamiento: ¡Las Residencia es el mejor lugar posible para un viejo inútil!. No obstante, sé que estoy condenado a un sino triste e irremediable: Sentarme a esperar que el tiempo pase y haga su trabajo, resignarme a vivir la vida a través de lo que me cuenten otros.
Una de las cosas más importantes a tener en cuenta en mi nuevo estado de sesentón será la de procurar evitar la indeseada SOLEDAD. El Eclesiastés nos recuerda la triste posición del hombre aislado (¡Vae Solit!: ¡Ay del hombre sólo!). Aunque sin embargo, la peor soledad no es la que se siente cuando nadie te rodea, es mucho más profunda y pavorosa aquella que nos atenaza en medio de la multitud. A pesar de lo anteriormente dicho, si llega esa situación, intentaré imitar a aquellos que aprovechan la soledad para conocerse mejor. ¡Gnothi seuton: Conócete a ti mismo era la frase grabada en el frontón del Templo de Delfos y que Sócrates tomó como divisa personal. Hay otros que incluso encuentran belleza entre la neblina de su soledad. Tendré que concentrarme y buscar en mi interior. Procuraré no añorar, aunque me sean muy queridas, las ausencias. Intentaré convencerme de que, si aprecio la importancia de los demás, igual de importante debo sentirme para mí mismo.
Con el incremento del tiempo para pensar, también me llegará la hora de la DUDA. Para que esto no me preocupe, siempre recordaré unas hermosas palabras del filósofo Pedro Abelardo sobre la duda: “El comienzo de la sabiduría se encuentra en la duda, al dudar llegamos a la pregunta y buscando podemos tropezar con la verdad”.
Otro factor que debe desempeñar un importantísimo papel en mi nueva década iniciada tiene que ser la AMISTAD. He de volver a rescatar a mis antiguos amigos y, si puedo, buscar otros nuevos. La amistad es una necesidad del ser humano para sobrevivir y relacionarse con los demás. A través de los amigos intentaré aprender a ser más tolerante y de sobra sé que los amigos no se venden en las tiendas, ni los descubres en las páginas amarillas. Recordaré a los primeros amigos que nacieron entre los compañeros de colegio y con los que comencé compartir alegrías y tristezas, inalcanzables sueños infantiles o los iniciales fracasos en las lides de los primerizos amores. Ya descubrí, por entonces, que la línea entre compañeros y amigos la traza el alma. Ella, el alma, con una fórmula química misteriosa, selecciona en un lado de la línea a los amigos y en el otro deja a los simples conocidos.
Cuando estemos cruzando la laguna Estigia en la barca de Caronte, antes de cruzar las puertas guardadas celosamente por el Can Cerbero, todos hemos de hacer el Balance Final de lo que ha sido nuestra vida. Estoy convencido de que en el platillo de la balanza (donde las cosas buenas han de hacer contrapeso a las malas), pesará bastante más la suerte que tuve de compartir tantas alegrías con los amigos de siempre.
Uno no se hace viejo cuando está lleno de curiosidad y esperanza. Nada nos hace envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacemos viejos Con esta edad, aunque todavía uno es joven, se debe aumentar mucho más el esfuerzo y las ganas de seguir siéndolo. No trataré de huir de la realidad repitiendo continuamente: ¡Pero si estoy como nunca!.
Durante los años que me queden trataré de no olvidar que la felicidad consiste en apreciar lo que tienes y no desear lo que no tienes, que la felicidad no se logra con grandes golpes de suerte, sino con las pequeñas cosas que nos ocurren todos los días.
Sin embargo, en más o menos tiempo, me haré a la siguiente idea: ya sólo podré tomar las aguas de balnearios en dónde únicamente me encontraré con mujeres recatadas y santurronas; habré de olvidar los tiempos en que trasegaba incontables copas “espirituosas” en casas de mujeres impías.
Con un poco de suerte en la salud, ya me queda menos para la jubilación, esa última vía transitable hacia la antesala del paseo a lo inevitable. Procuraré llevarla con soltura, aunque sea el acto de clausura, de la juventud que solo se vive una vez. Quiero pensar que, el hecho de jubilarse es como iniciar una nueva aventura, una aventura en la que experimentaré esas sensaciones que se sienten cuando comenzamos a escalar una empinada montaña: Mientras subes las fuerzas menguan, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y la serenidad del alma llega a su plenitud.
Por último, aprovecharé las enseñanzas de un conocido tango de Carlos Gardel. Se las quiero dedicar a mí querida amiga Soco, a la vez compañera de esta nueva condición generacional:
Aunque lleguemos con la frente marchita y las nieves del tiempo plateen nuestras sienes, continuaremos sintiendo que SESENTA AÑOS NO SON NADA, que con la febril y errante mirada seguiremos buscando en las sombras a quien nos quiere y nos nombra, que es bonito vivir con el alma aferrada a los dulces recuerdos de lo que no pudo ser y nos hace llorar una y otra vez.
Saludos y hasta otra,
Mientras que la edad madura es aquella en la que todavía se es joven, pero con mucho esfuerzo. La pre-vejez comienza a existir cuando decimos insistentemente: ¡nunca me he sentido tan joven!. Muchas personas no cumplen los ochenta porque intentan durante demasiado tiempo quedarse en los cuarenta. Sobre todo, intentaré no olvidar lo que decía Epicuro de Samos: “No ha de ser dichoso el joven, sino el viejo que ha vivido una hermosa vida”.
Últimamente, en las conversaciones con algunos amigos, me viene a la memoria algo que, no recuerdo donde, he leído alguna vez: “Un síntoma de que uno se está haciendo viejo es cuando se empieza a pensar que vivimos en el peor de los mundos posibles. Que antes, este mismo mundo estaba lleno de gente virtuosa y ahora de canallas, que hasta hace poco los inteligentes ganaban a los necios y que todos eran tan valientes que los cobardes tenían que esconderse. En el fondo, el hecho de defender esta nostalgia es una forma de vanidad, ya que el que la ejerce pretende proclamar su pertenencia a un mundo de antaño, superior al de hogaño”. Yo pienso que esta nostalgia no tiene fundamento alguno. Siempre ha existido igual cantidad de virtuosos que de canallas, de inteligentes que de necios y de valientes que cobardes. Es indudable, que con los años, uno ve por todas partes más encanallamiento, necedad y cobardía. Pero eso no ocurre porque esas miserias aumenten, sino porque la experiencia ayuda a detectarlas mejor en los otros y, si uno es honesto, también en uno mismo. Jorge Manrique no dijo nunca que todo tiempo pasado fue mejor, lo que dijo Manrique es que nos lo parece. Tal vez, cuando lleguemos a la vejez, lo difícil es tener el temple suficiente para no abominar del futuro sabiendo que no vamos a vivirlo.
Si hubiera una nueva declaración de los Derechos Humanos, deberíamos proponer que se introdujera el derecho a la “irreciclabilidad”, el derecho a envejecer tranquilamente, el respeto hacia el que ya no puede innovar, la dignidad de lo que se es frente a lo que se podría haber llegado a ser.
No me gustaría que mi recuerdo fuera, para algunos, como esos fuegos artificiales que iluminan el cielo durante un instante y a continuación se apagan sin dejar rastro. Yo no tendré en el recuerdo de mi vida pasada el haber sido el centro de un hogar y de una familia. No me gustaría que en mi vejez, cuando alguien se acerque a mí, perciba el olor de la tristeza, de las lágrimas o del insomnio. No quisiera pensar que cuando mis ojos se cierren para siempre tengan marcados el cerco que forma el frio del abandono, el llanto, la tristeza, la soledad y la angustia. No quiero ni imaginarme que por mí, nadie derramará una lágrima y no se colocará ninguna flor en mi tumba porque al final de mi Ocaso nadie se ha acordado de mi existencia.
No quisiera formar parte de esas personas olvidadas, borradas por sí mismas por culpa de una “demencia senil” o el “alzheimer”, sin conciencia ni disfrute de los últimos instantes de la vida. No me gustaría ser acusado culpable de mi propia vejez. Desearía que se me siguiera considerando como una persona que se merece atención con arreglo a esos Derechos Humanos olvidados e ignorados. Espero que, si le reprocho a alguien su abandono, no me esgrima este penoso razonamiento: ¡Las Residencia es el mejor lugar posible para un viejo inútil!. No obstante, sé que estoy condenado a un sino triste e irremediable: Sentarme a esperar que el tiempo pase y haga su trabajo, resignarme a vivir la vida a través de lo que me cuenten otros.
Una de las cosas más importantes a tener en cuenta en mi nuevo estado de sesentón será la de procurar evitar la indeseada SOLEDAD. El Eclesiastés nos recuerda la triste posición del hombre aislado (¡Vae Solit!: ¡Ay del hombre sólo!). Aunque sin embargo, la peor soledad no es la que se siente cuando nadie te rodea, es mucho más profunda y pavorosa aquella que nos atenaza en medio de la multitud. A pesar de lo anteriormente dicho, si llega esa situación, intentaré imitar a aquellos que aprovechan la soledad para conocerse mejor. ¡Gnothi seuton: Conócete a ti mismo era la frase grabada en el frontón del Templo de Delfos y que Sócrates tomó como divisa personal. Hay otros que incluso encuentran belleza entre la neblina de su soledad. Tendré que concentrarme y buscar en mi interior. Procuraré no añorar, aunque me sean muy queridas, las ausencias. Intentaré convencerme de que, si aprecio la importancia de los demás, igual de importante debo sentirme para mí mismo.
Con el incremento del tiempo para pensar, también me llegará la hora de la DUDA. Para que esto no me preocupe, siempre recordaré unas hermosas palabras del filósofo Pedro Abelardo sobre la duda: “El comienzo de la sabiduría se encuentra en la duda, al dudar llegamos a la pregunta y buscando podemos tropezar con la verdad”.
Otro factor que debe desempeñar un importantísimo papel en mi nueva década iniciada tiene que ser la AMISTAD. He de volver a rescatar a mis antiguos amigos y, si puedo, buscar otros nuevos. La amistad es una necesidad del ser humano para sobrevivir y relacionarse con los demás. A través de los amigos intentaré aprender a ser más tolerante y de sobra sé que los amigos no se venden en las tiendas, ni los descubres en las páginas amarillas. Recordaré a los primeros amigos que nacieron entre los compañeros de colegio y con los que comencé compartir alegrías y tristezas, inalcanzables sueños infantiles o los iniciales fracasos en las lides de los primerizos amores. Ya descubrí, por entonces, que la línea entre compañeros y amigos la traza el alma. Ella, el alma, con una fórmula química misteriosa, selecciona en un lado de la línea a los amigos y en el otro deja a los simples conocidos.
Cuando estemos cruzando la laguna Estigia en la barca de Caronte, antes de cruzar las puertas guardadas celosamente por el Can Cerbero, todos hemos de hacer el Balance Final de lo que ha sido nuestra vida. Estoy convencido de que en el platillo de la balanza (donde las cosas buenas han de hacer contrapeso a las malas), pesará bastante más la suerte que tuve de compartir tantas alegrías con los amigos de siempre.
Uno no se hace viejo cuando está lleno de curiosidad y esperanza. Nada nos hace envejecer con más rapidez que el pensar incesantemente en que nos hacemos viejos Con esta edad, aunque todavía uno es joven, se debe aumentar mucho más el esfuerzo y las ganas de seguir siéndolo. No trataré de huir de la realidad repitiendo continuamente: ¡Pero si estoy como nunca!.
Durante los años que me queden trataré de no olvidar que la felicidad consiste en apreciar lo que tienes y no desear lo que no tienes, que la felicidad no se logra con grandes golpes de suerte, sino con las pequeñas cosas que nos ocurren todos los días.
Sin embargo, en más o menos tiempo, me haré a la siguiente idea: ya sólo podré tomar las aguas de balnearios en dónde únicamente me encontraré con mujeres recatadas y santurronas; habré de olvidar los tiempos en que trasegaba incontables copas “espirituosas” en casas de mujeres impías.
Con un poco de suerte en la salud, ya me queda menos para la jubilación, esa última vía transitable hacia la antesala del paseo a lo inevitable. Procuraré llevarla con soltura, aunque sea el acto de clausura, de la juventud que solo se vive una vez. Quiero pensar que, el hecho de jubilarse es como iniciar una nueva aventura, una aventura en la que experimentaré esas sensaciones que se sienten cuando comenzamos a escalar una empinada montaña: Mientras subes las fuerzas menguan, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y la serenidad del alma llega a su plenitud.
Por último, aprovecharé las enseñanzas de un conocido tango de Carlos Gardel. Se las quiero dedicar a mí querida amiga Soco, a la vez compañera de esta nueva condición generacional:
Aunque lleguemos con la frente marchita y las nieves del tiempo plateen nuestras sienes, continuaremos sintiendo que SESENTA AÑOS NO SON NADA, que con la febril y errante mirada seguiremos buscando en las sombras a quien nos quiere y nos nombra, que es bonito vivir con el alma aferrada a los dulces recuerdos de lo que no pudo ser y nos hace llorar una y otra vez.
Saludos y hasta otra,