(CONTINUACIÓN. 2)
La calle Vicente Aleixandre solo se llama así desde 1978 (un año después de la concesión del Nobel y con la oposición del propio Aleixandre), antes había sido Wellingtonia (el nombre de la gigantesca especie de secuoya propia de la Sierra Nevada Californiana) y después Velintonia cuando el propio Aleixandre la castellanizó. Desde 1927, el poeta sevillano (nacido en 1998) vivió en el Nº 3 de la calle hasta su fallecimiento en 1984. Es un chalet de dos plantas con jardín, está situada en la llamada “Colonia Metropolitana” que se construyó, entre 1920-25, en el parque urbanizado por la Compañía Urbanizadora Metropolitana de los hermanos Otamendi y Juan Carlos Mendoza (según rezaba la propaganda de la Compañía se propusieron crear una urbanización con hotelitos modestos, rodeados de jardines y huertas, donde la clase media, al terminar sus ocupaciones, gozara del reposo y tranquilidad del hogar). Hoy, esta casa es víctima del abandono y del desprecio de las administraciones públicas y los herederos la tienen en venta al no aceptar el precio que le ofreció la Comunidad de Madrid. Sorprendentemente, la casa puede ser derruida al no estar protegida por la ley y sin embargo si lo está el hermoso cedro del jardín. Estoy seguro que no existe ningún otro lugar en el mundo en el que la casa de un poeta Premio Nobel haya sido sometida a tal grado de incomprensión a pesar del valor simbólico que posee la casa y que sería el sitio ideal para hacer un museo del propio Aleixandre o un centro dedicado a la poesía de la pos guerra que él, tanto siguió y apoyó.
Contemplando su casa desde la calle, aún se oían los ecos de quienes la vivieron y habitaron, de los poetas españoles más notables y hasta los ladridos de su perro Sirio (el nombre de su padre). Exceptuando el período de la Guerra Civil, el hogar de Aleixandre fue un punto de encuentro privilegiado para los poetas españoles de cinco generaciones: la del 27, la del 36, la de la Posguerra, la de los Años 50 y la de los Novísimos La lista de “bates” que desfilaron y disfrutaron de la hospitalidad de Aleixandre o de las acogedoras estancias de la Casa de la Poesía, sería larguísima: Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Antonio Machado, Rubén Darío, Luis Cernuda, Altolaguirre, Juan Ramón, Alberti, Lorca, Miguel Hernández, Claudio Rodríguez, Carlos Bousoño, José Hierro, Leopoldo de Luis, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma, Molina Foix o Luis Antonio de Villena por citar algunos nombres.
La biografía de Vicente Aleixandre está llena de éxitos: Premio Nacional de Literatura en 1933, miembro de la Real Academia Española desde 1950 donde ocupó el sillón de la letra O, Premio de la Crítica en 1966 y 1969 y en 1977 recibió el galardón soñado por cualquier artista: el Nobel. Era Licenciado en Derecho y a pesar de sus ideas izquierdistas no se exilió al finalizar la Guerra Civil. Durante bastantes años ocultó su homosexualidad. Con su obra se convirtió en uno de los maestros de los jóvenes poetas. Su estética fue variando desde la poesía pura de Juan Ramón, el surrealismo, la escritura automática o la poesía social. En su vejez, la experiencia derivada de esta y la cercanía de la muerte le llevaron de vuelta al irracionalismo juvenil, aunque en una modalidad extremadamente depurada y serena. Entre su extensa obra poética destacan: “Ámbito”, “La destrucción del amor”, “Sombras del paraíso” o su último Álbum que llamó “Versos de juventud”.
Termino mi visita con dos citas suyas: la primera es un fragmento de “Unidad en Ella”:
“Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, \ rostro amado donde contemplo el mundo, \ donde graciosos pájaros se copian fugitivos, \ volando a la región donde nada se olvida. \ Deja, deja que mire, teñido del amor, \ enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, \ deja que mire el hondo clamor de tus entrañas, \ donde muero y renuncio a vivir para siempre. \ Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, \ quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente \ que regando encerrada bellos miembros extremos \ siente así los hermosos límites de la vida”.
La segunda, la descripción de las vistas que tenía desde su balcón de la fachada principal y que eran las mismas que yo veía en esos momentos:
“Al fondo, la azulada masa de la Sierra, casi vaporosa bajo un cielo de luces increíbles. Delante, las largas tierras de la Moncloa, apenas movidas, llanas, todavía precisas hasta el confín”.
Cuando llegué al final de mi recorrido me senté en un banco colocado entre la Plaza Ciudad de Viena y la Glorieta de Elías Ahuja. Estaba repasando mi cuaderno de tapas azules donde tenía recogidas algunas notas sobre el desaparecido Estadio del Metropolitano. Al poco rato, se sentó a mi lado un “atildado” vejecete. Le pregunté si era de la zona y me dijo que había nacido allí en 1925 y que vivía en unos pisos que le habían dado en la calle Santiago Rusiñol, a cambio de su vieja casa, cuando se urbanizó de nuevo la zona al derribarse el campo de fútbol. Sabía bastantes cosas y le invité a que me las contara tomándonos un café en una moderna cafetería que conserva el nombre de “Metropol Stadium”. Junto con lo consultado en mis apuntes, voy a tratar de haceros un pequeño resumen.
El anónimo jubilado me contó que estábamos sentados justamente donde estaba la portería del Fondo Sur. El recordaba que su padre le contaba que el nuevo campo comenzó a construirse, por iniciativa de los hermanos Otamendi, socios de la empresa Compañía Metropolitana, la constructora de la Línea 1 del Metro de Madrid (Sol-Cuatro Caminos) y también, la encargada de promover y urbanizar la nueva barriada en donde destacaría la que se iba a llamar “Colonia Metropolitana”, sería una Zona Residencial llena de hotelitos familiares. Las obras del Stadium Metropolitano (así se llamó en sus inicios) comenzaron en abril de 1922. Curiosamente, el arquitecto elegido fue José Mª Castell que tenía el carnet de socio “merengue” con el Nº 1. Se inauguraría el 13 de mayo de 1923 con un partido amistoso frente a la Real Sociedad: el Athletic Club de Madrid ganó por 2-1. El Metropolitano todavía no pertenecía al At. Madrid sino a la Sociedad Metropolitana Alfonso XIII (con los Otamendi como socios). Durante el primer año, el Atletico compartió el campo con el Racing, el Unión Sporting y la Gimnástica. En 1924, el acuerdo se rompió y, a partir de entonces, el equipo rojiblanco jugó solo en el Metropolitano en alquiler, aunque en algunas temporadas (29/30, 30/31, 31/32 y 33/34) dejó el campo por discrepancias en las condiciones del arrendamiento. Durante ese período, los colchoneros utilizaron el estadio de Vallecas.
El nuevo campo se encontraba situado en la barriada de Cuatro Caminos, al final de la avenida de Reina Victoria, cercano a la Ciudad Universitaria y a menos de un kilómetro de la Glorieta de Cuatro Caminos. Por primera vez, el Athletic jugaría en un campo de hierba que acogía unos 25.000 espectadores. Tras la Guerra Civil, el Metropolitano no se pudo usar pues al ser primera línea del frente de batalla se encontraba en pésimas condiciones. Con el nombre de At. Aviación (resultado de la fusión del Athletic Club de Madrid y el Club Atlético Aviación) utilizo el Estadio de Chamartín (temporada 39/40) y el Estadio de Vallecas (el resto de campañas). En febrero de 1943, el At. Aviación volvió a jugar como alquilado en el Metropolitano (con un aforo sobre los 45.000 espectadores) gracias al acuerdo alcanzado con el Patronato Nuestra Señora de Loreto, dueño del estadio que lo compró al crearse el Ministerio del Aire tras la Guerra Civil.
(CONTINÚA)
La calle Vicente Aleixandre solo se llama así desde 1978 (un año después de la concesión del Nobel y con la oposición del propio Aleixandre), antes había sido Wellingtonia (el nombre de la gigantesca especie de secuoya propia de la Sierra Nevada Californiana) y después Velintonia cuando el propio Aleixandre la castellanizó. Desde 1927, el poeta sevillano (nacido en 1998) vivió en el Nº 3 de la calle hasta su fallecimiento en 1984. Es un chalet de dos plantas con jardín, está situada en la llamada “Colonia Metropolitana” que se construyó, entre 1920-25, en el parque urbanizado por la Compañía Urbanizadora Metropolitana de los hermanos Otamendi y Juan Carlos Mendoza (según rezaba la propaganda de la Compañía se propusieron crear una urbanización con hotelitos modestos, rodeados de jardines y huertas, donde la clase media, al terminar sus ocupaciones, gozara del reposo y tranquilidad del hogar). Hoy, esta casa es víctima del abandono y del desprecio de las administraciones públicas y los herederos la tienen en venta al no aceptar el precio que le ofreció la Comunidad de Madrid. Sorprendentemente, la casa puede ser derruida al no estar protegida por la ley y sin embargo si lo está el hermoso cedro del jardín. Estoy seguro que no existe ningún otro lugar en el mundo en el que la casa de un poeta Premio Nobel haya sido sometida a tal grado de incomprensión a pesar del valor simbólico que posee la casa y que sería el sitio ideal para hacer un museo del propio Aleixandre o un centro dedicado a la poesía de la pos guerra que él, tanto siguió y apoyó.
Contemplando su casa desde la calle, aún se oían los ecos de quienes la vivieron y habitaron, de los poetas españoles más notables y hasta los ladridos de su perro Sirio (el nombre de su padre). Exceptuando el período de la Guerra Civil, el hogar de Aleixandre fue un punto de encuentro privilegiado para los poetas españoles de cinco generaciones: la del 27, la del 36, la de la Posguerra, la de los Años 50 y la de los Novísimos La lista de “bates” que desfilaron y disfrutaron de la hospitalidad de Aleixandre o de las acogedoras estancias de la Casa de la Poesía, sería larguísima: Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Antonio Machado, Rubén Darío, Luis Cernuda, Altolaguirre, Juan Ramón, Alberti, Lorca, Miguel Hernández, Claudio Rodríguez, Carlos Bousoño, José Hierro, Leopoldo de Luis, Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma, Molina Foix o Luis Antonio de Villena por citar algunos nombres.
La biografía de Vicente Aleixandre está llena de éxitos: Premio Nacional de Literatura en 1933, miembro de la Real Academia Española desde 1950 donde ocupó el sillón de la letra O, Premio de la Crítica en 1966 y 1969 y en 1977 recibió el galardón soñado por cualquier artista: el Nobel. Era Licenciado en Derecho y a pesar de sus ideas izquierdistas no se exilió al finalizar la Guerra Civil. Durante bastantes años ocultó su homosexualidad. Con su obra se convirtió en uno de los maestros de los jóvenes poetas. Su estética fue variando desde la poesía pura de Juan Ramón, el surrealismo, la escritura automática o la poesía social. En su vejez, la experiencia derivada de esta y la cercanía de la muerte le llevaron de vuelta al irracionalismo juvenil, aunque en una modalidad extremadamente depurada y serena. Entre su extensa obra poética destacan: “Ámbito”, “La destrucción del amor”, “Sombras del paraíso” o su último Álbum que llamó “Versos de juventud”.
Termino mi visita con dos citas suyas: la primera es un fragmento de “Unidad en Ella”:
“Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, \ rostro amado donde contemplo el mundo, \ donde graciosos pájaros se copian fugitivos, \ volando a la región donde nada se olvida. \ Deja, deja que mire, teñido del amor, \ enrojecido el rostro por tu purpúrea vida, \ deja que mire el hondo clamor de tus entrañas, \ donde muero y renuncio a vivir para siempre. \ Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, \ quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente \ que regando encerrada bellos miembros extremos \ siente así los hermosos límites de la vida”.
La segunda, la descripción de las vistas que tenía desde su balcón de la fachada principal y que eran las mismas que yo veía en esos momentos:
“Al fondo, la azulada masa de la Sierra, casi vaporosa bajo un cielo de luces increíbles. Delante, las largas tierras de la Moncloa, apenas movidas, llanas, todavía precisas hasta el confín”.
Cuando llegué al final de mi recorrido me senté en un banco colocado entre la Plaza Ciudad de Viena y la Glorieta de Elías Ahuja. Estaba repasando mi cuaderno de tapas azules donde tenía recogidas algunas notas sobre el desaparecido Estadio del Metropolitano. Al poco rato, se sentó a mi lado un “atildado” vejecete. Le pregunté si era de la zona y me dijo que había nacido allí en 1925 y que vivía en unos pisos que le habían dado en la calle Santiago Rusiñol, a cambio de su vieja casa, cuando se urbanizó de nuevo la zona al derribarse el campo de fútbol. Sabía bastantes cosas y le invité a que me las contara tomándonos un café en una moderna cafetería que conserva el nombre de “Metropol Stadium”. Junto con lo consultado en mis apuntes, voy a tratar de haceros un pequeño resumen.
El anónimo jubilado me contó que estábamos sentados justamente donde estaba la portería del Fondo Sur. El recordaba que su padre le contaba que el nuevo campo comenzó a construirse, por iniciativa de los hermanos Otamendi, socios de la empresa Compañía Metropolitana, la constructora de la Línea 1 del Metro de Madrid (Sol-Cuatro Caminos) y también, la encargada de promover y urbanizar la nueva barriada en donde destacaría la que se iba a llamar “Colonia Metropolitana”, sería una Zona Residencial llena de hotelitos familiares. Las obras del Stadium Metropolitano (así se llamó en sus inicios) comenzaron en abril de 1922. Curiosamente, el arquitecto elegido fue José Mª Castell que tenía el carnet de socio “merengue” con el Nº 1. Se inauguraría el 13 de mayo de 1923 con un partido amistoso frente a la Real Sociedad: el Athletic Club de Madrid ganó por 2-1. El Metropolitano todavía no pertenecía al At. Madrid sino a la Sociedad Metropolitana Alfonso XIII (con los Otamendi como socios). Durante el primer año, el Atletico compartió el campo con el Racing, el Unión Sporting y la Gimnástica. En 1924, el acuerdo se rompió y, a partir de entonces, el equipo rojiblanco jugó solo en el Metropolitano en alquiler, aunque en algunas temporadas (29/30, 30/31, 31/32 y 33/34) dejó el campo por discrepancias en las condiciones del arrendamiento. Durante ese período, los colchoneros utilizaron el estadio de Vallecas.
El nuevo campo se encontraba situado en la barriada de Cuatro Caminos, al final de la avenida de Reina Victoria, cercano a la Ciudad Universitaria y a menos de un kilómetro de la Glorieta de Cuatro Caminos. Por primera vez, el Athletic jugaría en un campo de hierba que acogía unos 25.000 espectadores. Tras la Guerra Civil, el Metropolitano no se pudo usar pues al ser primera línea del frente de batalla se encontraba en pésimas condiciones. Con el nombre de At. Aviación (resultado de la fusión del Athletic Club de Madrid y el Club Atlético Aviación) utilizo el Estadio de Chamartín (temporada 39/40) y el Estadio de Vallecas (el resto de campañas). En febrero de 1943, el At. Aviación volvió a jugar como alquilado en el Metropolitano (con un aforo sobre los 45.000 espectadores) gracias al acuerdo alcanzado con el Patronato Nuestra Señora de Loreto, dueño del estadio que lo compró al crearse el Ministerio del Aire tras la Guerra Civil.
(CONTINÚA)