(CONTINUACIÓN Y FINAL)
Los peces cabezones nadaban a miles en la pequeña poza de agua donde nacía la Romaniente y el bote de cristal se llenaba en dos o tres tentativas. Todavía me faltaba otro objetivo que ya sería el final y en dónde me podía encontrar con alguna sorpresa: las pequeñas charcas rodeadas de juncales que se formaban en el sitio en que ahora se levanta la casa familiar de la gasolinera. Aunque mi intención era conseguir alguna rana, como he dicho antes, mi curiosidad se excitaba ante la posibilidad de que se cumpliera un acontecimiento que tanto nos llamaba la atención a los pequeños de aquellos años: la llegada de una caravana de “zíngaros” que utilizaban ese lugar como campamento.
Efectivamente, en más de un año, con la llegada del buen tiempo, la “gente del bronce” se dejaba ver por estos lares. Por lo visto, las autoridades solo les dejaban establecerse fuera del pueblo, y, ese paraje, con el agua de las charcas para sus bestias de tiro, los Pilares de Cánava tan a mano y con los árboles de la carretera que les daban sombra, lo consideraban el más indicado.
Las carretas entoldadas con telas de colores y de ampliar ruedas de radios eran instaladas haciendo un pequeño semicírculo. En el centro instalaban la “fogata” y atados a la trasera de los carros se podían ver algunos de los animales que los acompañaban. Dos de ellos eran fundamentales en la actuación, que a la noche, nos ofrecerían en el centro de la Plaza: el oso que tocaba el pandero y la cabra que subía la escalera al son de la música de una trompeta.
Al final de la actuación, las “zíngaras” más jóvenes y hermosas, con sus grandes zarcillos colgados de las orejas y sus vestidos de volantes multicolores, pasaban extendidos entre las manos, sus pañuelos de cabeza, estampados con símbolos extraños, entre el respetable público, para que cada cual contribuyera, dentro de sus posibilidades, al sufragio del espectáculo ofrecido.
Aquí pongo fin a mis recuerdos primaverales de aquellos años. Desgraciadamente hoy en día, como cualquiera puede comprobar, a lo largo del referido camino solo figuran olivos a la izquierda y a la derecha la desértica pandera del parque salpicada por los pocos pinos que quedan. Los líquidos de la cura del olivar han terminado con toda clase de plantas, zarzas, flores, insectos, mariposas y demás seres vivientes que antiguamente poblaban ese entorno. Los vendavales, el agua torrencial de algunas tormentas y la desidia, están diezmando poco a poco el tupido pinar que arrancaba en el “lavaero” y terminaba a la altura del arco que cierra el parque. “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo ejemplo de hermosura!”
No obstante, el domingo pasado por la mañana en el Parque, pude revivir algunas de aquellas “sensaciones” primaverales. El tramo del Parque comprendido entre el arco frente a la casa de los Varas y el “mirador” en que finaliza, ya está casi en la plenitud de su esplendor. Entre los árboles, plantas y las primeras flores que ya alegran el paseo, pude reconocer las siguientes: los boneteros o evonimus (boleteros en Jimena) que delimitan el contorno del parque, las palmeras y los palmitos, los nísperos, algún ciruelo, varios laureles, acacias, álamos negros, rosales a punto de alumbrar sus capullos de varios colores, algarrobos, un cinamomo, jazmines amarillos o de San José, pinos comunes, lirios, blancas margaritas, moreras, espirias, cilindros, rosadas adelfas y al lado de los bancos del mirador unos almendros que ya se han desprendido de sus flores y ofrecen las primeras tiernas ayozas.
He dejado de lado las amarillas mimosas (en el lenguaje de las flores representan a la alegría juvenil) porque merecen historia aparte por la forma en que llegaron a nuestro Parque. Vinieron a Jimena en una maleta procedente de las Islas Canarias. Martín García “El Fontanero”, era por entonces jardinero del Ayuntamiento, aprovechando una visita que le hizo a su guapa hija, Angelines, que por esa época residía en Gran Canaria, se enamoró de estas plantas muy frecuentes en territorio “guanche” y se trajo en su equipaje algunos ejemplares que tan magníficamente florecen en nuestro Parque.
Igualmente, los diversos trinos que descendían de los árboles, alegraban la luminosa mañana. En esta estación es cuando comienzan a construir sus nidos numerosas variedades de pajarillos como estos, entre otros: los colorines, los pinzones, los camachuelos, los verderones o canarios bastos, las pájaras negras, las cornachuelas (tan cansinas con sus ¡cuah!, ¡cuah! permanentes) o los cucos o cuclillos conocidos por su amor a invadir nidos ajenos. Gracias a estas canoras sinfonías se tiemplan nuestros espíritus y una reconfortante paz interior apacigua la exaltación de los sentidos. Si a esto le añadimos la variedad de aromas que invaden nuestras pituitarias, se puede llegar a conseguir un estado de ánimo lo más parecido al “nirvana” del que nos hablan los santones hindúes, y, es que, no en vano, el escritor Francisco Umbral dejó escrito que: “Lo más sonoro del mundo es el perfume”.
Antes de finalizar, no quiero dejar de contaros un bonito episodio que viví esa mañana y que transcurrió entre “el rosa y el amarillo”. Si, como aquella película en blanco y negro de Manuel Summers rodada en 1963 que tiene como título “Del rosa al amarillo” y que se divide en dos partes cuyo nexo en común son dos historias de amor en los extremos de la vida: la infancia y la senectud.
Estaba sentado en la terraza del añorado y desaparecido Pub Menfis contemplando desde ese privilegiado balcón la verde mancha de las huertas del Cuarto. Esperaba, y llegó, a Juan Ramón “El Tato” del que, con sus 90 años a cuestas, cada día admiro más sus ganas de vivir. Aunque trabajosamente, cada mañana con andares cansinos y sometidos a alguna pausa que otra, aprovecha el más mínimo rayo de sol para seguir disfrutando de la naturaleza y de esa sensación inigualable como es la de sentirse todavía vivo y poder manejarse por sí mismo. Ya de vuelta de toda clase de afanes mundanos se conforma con saborear los pequeños detalles cotidianos: el cariño de su hijo y nuera, Lope y Rafi, sus nietos y bisnietos, las “intransigencias” de Micaela, su mujer desde hace más de 60 años, los recuerdos lejanos de tantos forzados episodios en los años de idas y venidas por toda España para ganarse dignamente la vida o las conversaciones, casi siempre repetidas, entre sus compañeros de solazamiento. Aunque él no lo diga de manera tan poética, desde allí, sentado en la terraza, contempla con serenidad los últimos tramos de ese río que es la vida.
En medio de la plácida conversación vimos aparecer a Sara, su última biznieta y mi sobrina nieta, hija de Beatriz: “Del rosa al amarillo”. A sus quince meses, ya da sus primeros pasos y entre trompicones y acuclillamientos inestables gozaba de su recuperada libertad una vez librada por su tía Virginia de las esclavizantes correas del cochecito de paseo. Entre los boleteros cercanos crecían unos lirios (la flor del saludo), se acercó a ellos, alargó la mano y delicadamente, absorta en su totalidad, rozó a uno. ¿Qué pasaría en esos instantes por su cerebro aún en formación?, ¿Qué sería para ella ese objeto fabuloso jamás visto?. Por la lentitud de sus movimientos parecía estar sometida a la gravedad cero que gozan los astronautas. Y puede que así fuera, porque aquella pequeña exploradora estaba descubriendo un nuevo Cosmos y ese lirio, era para ella, tan extraterrestre como un nuevo ET que viniera del Planeta más remoto.
Y entre el rosa y el amarillo, termino mi “relato” de hoy, pero antes del punto y final, voy a dejar que Don Antonio Machado (que con su maravillosa poesía es capaz de cubrir maravillosamente cualquier roto o descosido), exprese con sus palabras mis sentimientos primaverales de esos momentos:
“La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!”.
Saludos y hasta otra,
Los peces cabezones nadaban a miles en la pequeña poza de agua donde nacía la Romaniente y el bote de cristal se llenaba en dos o tres tentativas. Todavía me faltaba otro objetivo que ya sería el final y en dónde me podía encontrar con alguna sorpresa: las pequeñas charcas rodeadas de juncales que se formaban en el sitio en que ahora se levanta la casa familiar de la gasolinera. Aunque mi intención era conseguir alguna rana, como he dicho antes, mi curiosidad se excitaba ante la posibilidad de que se cumpliera un acontecimiento que tanto nos llamaba la atención a los pequeños de aquellos años: la llegada de una caravana de “zíngaros” que utilizaban ese lugar como campamento.
Efectivamente, en más de un año, con la llegada del buen tiempo, la “gente del bronce” se dejaba ver por estos lares. Por lo visto, las autoridades solo les dejaban establecerse fuera del pueblo, y, ese paraje, con el agua de las charcas para sus bestias de tiro, los Pilares de Cánava tan a mano y con los árboles de la carretera que les daban sombra, lo consideraban el más indicado.
Las carretas entoldadas con telas de colores y de ampliar ruedas de radios eran instaladas haciendo un pequeño semicírculo. En el centro instalaban la “fogata” y atados a la trasera de los carros se podían ver algunos de los animales que los acompañaban. Dos de ellos eran fundamentales en la actuación, que a la noche, nos ofrecerían en el centro de la Plaza: el oso que tocaba el pandero y la cabra que subía la escalera al son de la música de una trompeta.
Al final de la actuación, las “zíngaras” más jóvenes y hermosas, con sus grandes zarcillos colgados de las orejas y sus vestidos de volantes multicolores, pasaban extendidos entre las manos, sus pañuelos de cabeza, estampados con símbolos extraños, entre el respetable público, para que cada cual contribuyera, dentro de sus posibilidades, al sufragio del espectáculo ofrecido.
Aquí pongo fin a mis recuerdos primaverales de aquellos años. Desgraciadamente hoy en día, como cualquiera puede comprobar, a lo largo del referido camino solo figuran olivos a la izquierda y a la derecha la desértica pandera del parque salpicada por los pocos pinos que quedan. Los líquidos de la cura del olivar han terminado con toda clase de plantas, zarzas, flores, insectos, mariposas y demás seres vivientes que antiguamente poblaban ese entorno. Los vendavales, el agua torrencial de algunas tormentas y la desidia, están diezmando poco a poco el tupido pinar que arrancaba en el “lavaero” y terminaba a la altura del arco que cierra el parque. “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo ejemplo de hermosura!”
No obstante, el domingo pasado por la mañana en el Parque, pude revivir algunas de aquellas “sensaciones” primaverales. El tramo del Parque comprendido entre el arco frente a la casa de los Varas y el “mirador” en que finaliza, ya está casi en la plenitud de su esplendor. Entre los árboles, plantas y las primeras flores que ya alegran el paseo, pude reconocer las siguientes: los boneteros o evonimus (boleteros en Jimena) que delimitan el contorno del parque, las palmeras y los palmitos, los nísperos, algún ciruelo, varios laureles, acacias, álamos negros, rosales a punto de alumbrar sus capullos de varios colores, algarrobos, un cinamomo, jazmines amarillos o de San José, pinos comunes, lirios, blancas margaritas, moreras, espirias, cilindros, rosadas adelfas y al lado de los bancos del mirador unos almendros que ya se han desprendido de sus flores y ofrecen las primeras tiernas ayozas.
He dejado de lado las amarillas mimosas (en el lenguaje de las flores representan a la alegría juvenil) porque merecen historia aparte por la forma en que llegaron a nuestro Parque. Vinieron a Jimena en una maleta procedente de las Islas Canarias. Martín García “El Fontanero”, era por entonces jardinero del Ayuntamiento, aprovechando una visita que le hizo a su guapa hija, Angelines, que por esa época residía en Gran Canaria, se enamoró de estas plantas muy frecuentes en territorio “guanche” y se trajo en su equipaje algunos ejemplares que tan magníficamente florecen en nuestro Parque.
Igualmente, los diversos trinos que descendían de los árboles, alegraban la luminosa mañana. En esta estación es cuando comienzan a construir sus nidos numerosas variedades de pajarillos como estos, entre otros: los colorines, los pinzones, los camachuelos, los verderones o canarios bastos, las pájaras negras, las cornachuelas (tan cansinas con sus ¡cuah!, ¡cuah! permanentes) o los cucos o cuclillos conocidos por su amor a invadir nidos ajenos. Gracias a estas canoras sinfonías se tiemplan nuestros espíritus y una reconfortante paz interior apacigua la exaltación de los sentidos. Si a esto le añadimos la variedad de aromas que invaden nuestras pituitarias, se puede llegar a conseguir un estado de ánimo lo más parecido al “nirvana” del que nos hablan los santones hindúes, y, es que, no en vano, el escritor Francisco Umbral dejó escrito que: “Lo más sonoro del mundo es el perfume”.
Antes de finalizar, no quiero dejar de contaros un bonito episodio que viví esa mañana y que transcurrió entre “el rosa y el amarillo”. Si, como aquella película en blanco y negro de Manuel Summers rodada en 1963 que tiene como título “Del rosa al amarillo” y que se divide en dos partes cuyo nexo en común son dos historias de amor en los extremos de la vida: la infancia y la senectud.
Estaba sentado en la terraza del añorado y desaparecido Pub Menfis contemplando desde ese privilegiado balcón la verde mancha de las huertas del Cuarto. Esperaba, y llegó, a Juan Ramón “El Tato” del que, con sus 90 años a cuestas, cada día admiro más sus ganas de vivir. Aunque trabajosamente, cada mañana con andares cansinos y sometidos a alguna pausa que otra, aprovecha el más mínimo rayo de sol para seguir disfrutando de la naturaleza y de esa sensación inigualable como es la de sentirse todavía vivo y poder manejarse por sí mismo. Ya de vuelta de toda clase de afanes mundanos se conforma con saborear los pequeños detalles cotidianos: el cariño de su hijo y nuera, Lope y Rafi, sus nietos y bisnietos, las “intransigencias” de Micaela, su mujer desde hace más de 60 años, los recuerdos lejanos de tantos forzados episodios en los años de idas y venidas por toda España para ganarse dignamente la vida o las conversaciones, casi siempre repetidas, entre sus compañeros de solazamiento. Aunque él no lo diga de manera tan poética, desde allí, sentado en la terraza, contempla con serenidad los últimos tramos de ese río que es la vida.
En medio de la plácida conversación vimos aparecer a Sara, su última biznieta y mi sobrina nieta, hija de Beatriz: “Del rosa al amarillo”. A sus quince meses, ya da sus primeros pasos y entre trompicones y acuclillamientos inestables gozaba de su recuperada libertad una vez librada por su tía Virginia de las esclavizantes correas del cochecito de paseo. Entre los boleteros cercanos crecían unos lirios (la flor del saludo), se acercó a ellos, alargó la mano y delicadamente, absorta en su totalidad, rozó a uno. ¿Qué pasaría en esos instantes por su cerebro aún en formación?, ¿Qué sería para ella ese objeto fabuloso jamás visto?. Por la lentitud de sus movimientos parecía estar sometida a la gravedad cero que gozan los astronautas. Y puede que así fuera, porque aquella pequeña exploradora estaba descubriendo un nuevo Cosmos y ese lirio, era para ella, tan extraterrestre como un nuevo ET que viniera del Planeta más remoto.
Y entre el rosa y el amarillo, termino mi “relato” de hoy, pero antes del punto y final, voy a dejar que Don Antonio Machado (que con su maravillosa poesía es capaz de cubrir maravillosamente cualquier roto o descosido), exprese con sus palabras mis sentimientos primaverales de esos momentos:
“La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!”.
Saludos y hasta otra,
Luis que se puede decir de tu escrito, solo recuerdos y buen hacer con el que cada semana nos deleitas, yo fui uno de los que muy a menudo tomaba ese camino comino de los tablares bordeando aquellas canales por la huerta de Jacinto y la presa, lo que sí que por más que lo he intentado nunca he tenido a mi alcance es alguna foto del famoso lavadero de Jimena tu has visto alguna.