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JIMENA: Hola MP. Buenos dias....

Para todos los foreros, y en especial para los que residen mas lejos del pueblo, quiero pasaros esta tarde una serie de historias recogidas de la gente mayor que espero que os gusten.
Un brazo para MP y Juan Leon Muñoz

He ido juntando en una carpeta algunos cuentos y leyendas de los que me fueron contando Luisico Verdeguea, Marianico y Andresico Rasca. Este material procede fundamentalmente de de la buena memoria de mis informantes. Yo los fui guardando en un arca pequeña de madera y han estado bastante tiempo en las camaras de la casa de mis padres, y quiero sacarlos a la luz, en un afán de contribuir a la pervivencia de la memoria colectiva.

La naturaleza dispar del material recogido me evita entrar en análisis. Con todo, no quisiera pasar por alto la deuda que, tengo adquirida con alguna de estas narraciones ya que me sirvieron como espoleta para el desarrollo de historias más complejas.

EL SECRETARIO Y LA ZARZA

Un secretario de Albanchez bajaba a Jimena a hacer sus servicios de Secretario y "tocaba mucho la cometa". Una noche ya un poco tarde y le esperaban en casa; dieron las 11 y las 12 y que no aparecía. Se quedó dormido por el camino y se despertó en unas zarzas. Allí pasó la noche mojado por dentro y a la mañana siguiente al despertar dice:

- ¡Me cago en diez! ¡Que me haya tirado a mi una mata! ¡Si serías un hombre te acribillaba!

LOS CLAVOS DE LA HERRADURA

En la feria de San Lucas fue un hombre a comprar un caballo con un amigo. Compraron el caballo y había que herrarlo. Ya se sabe que las herraduras tienen seis clavos; y le dice al herrador:

- ¿Qué me vas a cobrar por herrarlo?

-Como vienes con este amigo, te voy a cobrar por el primer clavo un céntimo, por el segundo dos, por el tercero, cuatro y así sucesivamente, hasta los 24 clavos que llevan las herraduras.

- ¿Y éste? -comentan entre los amigos.

-Ya te he dicho que es medio tonto. No sabe ni lo que cobra.

Y dice el herrador luego:

-Pero le voy a poner una condición: clavo que clave al caballo, céntimo que me abona usted.

-De acuerdo, de acuerdo.

Y cuando llega a las doce o trece mil pesetas dice:

-Señor, ya veo que no era usted medio tonto y que sabía lo que cobraba. Quédese usted con el caballo.

EL MARRANO DEL SACRISTÁN

Hubo en Jimena un sacristán con muy escasos recursos, Durante las matanzas la gente tenía por costumbre llevar un presente a cada uno de los vecinos de una parte del cerdo sacrificado. Pero el sacristán, el hombre, nunca mataba cerdos, porque como era tan pobre, tan pobre, no le alcanzaba su economía. Así que todos los años probaba los marranos que mataban sus convecinos, pero él no tenía ocasión de dar a probar el suyo.

Pero llegó un año, y a base de mucho sacrificio y juntando todos sus ahorros, el sacristán pudo matar un cerdo pequeño, muy pequeño. Y claro, el día de la matanza se veía en la obligación de corresponder con los vecinos y llevarles un presente. Pero como el cerdo que había comprado era tan pequeño, pensó que si entregaba un poco a cada uno, él se quedaría sin nada. Asediado por la duda, decidió ir a consultar con el cura su problema.

-Nada, nada -le dijo el cura- tú di que te lo han robado y así te evitas tener que repartir y te lo comes tú solo.

Le pareció bien al sacristán el consejo que le dio el cura. Y así lo hizo. Mató el cochino y, durante la noche, aprovechando que estaba el marrano colgado al tempero en la portada, entró el cura con mucho sigilo y le robó el marrano al sacristán. A la mañana siguiente, cuando el sacristán se levantó y ve que no está el marrano colgado, salió a la calle dando gritos, descompuesto, alarmando a los vecinos.

- ¡Que me han robado el marrano! ¡Que me han robado el marrano!

El cura, cuando lo oye sale a la puerta y le dice al sacristán por lo bajo, en tono de complicidad:

-Muy bien, muy bien, así se dice. Sigue así, que todos se van a creer que te lo han robado de verdad.

EL TIO MARIANON

En Jimena vivía un hombre con mucha gracia, llamado el tío Marianón. Una tarde se fue la huerta con la burra y arrancó las sandías más gordas hasta que tuvo las alforjas llenas. Al ir a cargarlas en la burra el animal da una espantada. El tío Marianón lo vuelve a intentar, pero el animal se espanta de nuevo. Al tercer intento, la burra comienza a andar de nuevo y el tío Marianón la sigue unos metros detrás soportando el peso de la alforja. Así llegan hasta la entrada del pueblo en que un hombre se percata de la situación y pregunta:

-Le detengo la burra, tío Marianón.

-Déjala -responde él rendido por el peso de las sandías- a ver si se la cae la cara de vergüenza.

Peceb, 2009.
28/05/2009

Hola Pedro, un gran placer, leer las historias tan divertidas, y otro saber algo de tí, y como no gracias por el "brazo" para Juan y para mi.
Saludos, y no dejes de escribir, ya sabes que algunos lo esperamos....

Hola MP. Buenos dias.
Te pido perdon por lo del "BRAZO". Esto son ya las cosas de la edad y la vista que ya va fallando.
Un abrazo.