Fina, alargada y blanca, Jimena dibuja las curvas de nivel en la vertiente norte del macizo de Sierra Mágina. De entrada se percibe la sencilla hospitalidad del pueblo, y la vigorosa naturaleza del entorno. Los vergeles y huertas que refrescan la villa dan idea del caudal de agua que fluye de la montaña, pues como dijo el poeta Antonio Machado «en Jimena, tienen más agua que sed». El paisaje se embravece en las tierras altas del término, con manchas de bosque y pastos entre roquedales y paredes de vértigo que culminan en los picos del Aznaitín. Abajo, en contraste, la campiña se remansa en lomas cubiertas de olivos hasta perderse en el horizonte.
Además del aire serrano y los afamados higos y brevas de sus higueras, en Jimena se degusta el misterio, el romance y la historia. Los remotos pueblos ganaderos del Calcolítico que nomadeaban por las sierras meridionales dejaron su huella en la Cueva de la Graja, encima mismo del pueblo, con enigmáticas pinturas esquemáticas de hace cinco mil años. En el paraje de Cánava, en Recena y sobre todo en el Cerro Alcalá los vestigios se acumulan en un estrato continuo. En Alcalá se reconocen fortificaciones y necrópolis ibéricas desde el siglo VI a. C. y, a partir del III a. C., una fase romana que se ha identificado con la ciudad de Ossigi de las fuentes clásicas. En época musulmana surgieron las alquerías y refugios fortificados entre los que se contaría Jimena. A finales del siglo IX la zona pertenecía a los Banu Habil, rebeldes muladíes que se habían hecho fuertes en los castillos rurales de San Istibin, Santisteban, al lado de Jimena, Bagtawira, Margita y quizás la propia Xemena. A resultas de la toma de Baeza, en 1234 un ejército castellano se apodera de Jimena, que se convierte en villa de frontera sujeta a incesantes avatares. Tanto es así que en 1401 la conquistan de nuevo los musulmanes, hasta que en 1431 Pedro García de Herrera recupera el castillo en un sorpresivo asalto nocturno. Aún habrían de cambiar los acontecimientos, pues en 1457 Enrique IV la toma de nuevo. Los sobresaltos no terminan hasta el siglo XVI, cuando la población sirve de baluarte a los comuneros alzados contra Carlos I. Al compás de estos sucesos la villa se afianza bajo el señorío de diversos nobles y de la orden de Calatrava, para engrosar desde 1543 las posesiones del secretario imperial don Francisco de los Cobos. En las décadas del medievo Jimena nace a la literatura presentada en las Serranillas del marqués de Santillana, quien por entonces guerreaba y se solazaba por estos pagos: «Preguntéle dó venía / después que la ove salvado, /o quál camino facía. / Díxome que de un ganado / quel guardavan en Razena, / por coger e varear / los olivos de Ximena».
(Las Rutas de El Legado Andalusí)
Además del aire serrano y los afamados higos y brevas de sus higueras, en Jimena se degusta el misterio, el romance y la historia. Los remotos pueblos ganaderos del Calcolítico que nomadeaban por las sierras meridionales dejaron su huella en la Cueva de la Graja, encima mismo del pueblo, con enigmáticas pinturas esquemáticas de hace cinco mil años. En el paraje de Cánava, en Recena y sobre todo en el Cerro Alcalá los vestigios se acumulan en un estrato continuo. En Alcalá se reconocen fortificaciones y necrópolis ibéricas desde el siglo VI a. C. y, a partir del III a. C., una fase romana que se ha identificado con la ciudad de Ossigi de las fuentes clásicas. En época musulmana surgieron las alquerías y refugios fortificados entre los que se contaría Jimena. A finales del siglo IX la zona pertenecía a los Banu Habil, rebeldes muladíes que se habían hecho fuertes en los castillos rurales de San Istibin, Santisteban, al lado de Jimena, Bagtawira, Margita y quizás la propia Xemena. A resultas de la toma de Baeza, en 1234 un ejército castellano se apodera de Jimena, que se convierte en villa de frontera sujeta a incesantes avatares. Tanto es así que en 1401 la conquistan de nuevo los musulmanes, hasta que en 1431 Pedro García de Herrera recupera el castillo en un sorpresivo asalto nocturno. Aún habrían de cambiar los acontecimientos, pues en 1457 Enrique IV la toma de nuevo. Los sobresaltos no terminan hasta el siglo XVI, cuando la población sirve de baluarte a los comuneros alzados contra Carlos I. Al compás de estos sucesos la villa se afianza bajo el señorío de diversos nobles y de la orden de Calatrava, para engrosar desde 1543 las posesiones del secretario imperial don Francisco de los Cobos. En las décadas del medievo Jimena nace a la literatura presentada en las Serranillas del marqués de Santillana, quien por entonces guerreaba y se solazaba por estos pagos: «Preguntéle dó venía / después que la ove salvado, /o quál camino facía. / Díxome que de un ganado / quel guardavan en Razena, / por coger e varear / los olivos de Ximena».
(Las Rutas de El Legado Andalusí)