Habitada desde el Neolítico (yacimiento de «
Cueva Cabrera»), su posición estratégica dominando el
valle del
río Guadalbullón le otorgó gran protagonismo e importancia, tanto política como
militar, en la zona hasta prácticamente el final de la Guerra de
Granada.
Los primeros asentamientos humanos en esta población se identifican en la Cueva Cabrera y la Cámara Sepulcral de corredor, de época neolítica. Posteriormente fue un oppidum ibérico (Eras de
San Sebastián), que ocupado por los
romanos se convirtió en un enclave de primer rango.
Durante la etapa visigoda fue cabecera de diócesis, enviando a sus obispos a los concilios de
Toledo. Con la llegada de los árabes, se convirtió en capital de la Cora de
Jaén, hasta el emirato de Abd al Rahman II, pasando a denominarse Mantissa. Conquistada en 1244 por Fernando III el
Santo, se convierte en el baluarte defensivo de la ciudad de Jaén sobre el valle del río Guadalbullón, hasta la definitiva conquista del reino de Granada.