Zapatero ha preferido enfrentar a media España con la otra media antes que unir las voluntades de todos en un esfuerzo común por el progreso. Toda su acción política se ha dirigido a actuar sobre los sentimientos de las personas, generando tensiones innecesarias con asuntos innecesarios como la Memoria Histórica, las reformas estatutarias, los matrimonios gays, los ataques a la Iglesia, la calidad de la Educación... Y un largo etcétera de asuntos que no viene a cuento recordar porque están demasiado presentes. Pero una vez llevados a cabo esos procesos de tensionamiento social, la agenda gubernamental solo tiene un punto en su orden del día para los próximos meses: ETA. Y de lo demás, nada. Zapatero lleva sin salir de nuestras fronteras sabe Dios la de meses, y si lo ha hecho ha debido ser para alguna cumbre europea, y eso ya no cuenta porque es de obligado cumplimiento. No asiste a reuniones internacionales, no se ve con líderes extranjeros, no viene nadie a tratar con nosotros y aquellos dirigentes por los que Zapatero ha apostado están hoy en retirada, salvo los caudillos latinoamericanos del nuevo castrismo (Chávez, Morales, Ortega…). Hay ministros que han desaparecido del mapa -¿se acuerda alguien de que la ministra de Agricultura se llama Elena Espinosa, por ejemplo, o de que Jordi Sevilla es el titular de Administraciones Públicas?-, no hay proyectos de ley que merezca la pena destacar por su contenido político, no se da respuesta a los grandes problemas como la inseguridad o la inmigración –es más, se miente descaradamente como en el caso de Alcorcón-, y en materia económica se sigue agarrados a la inercia del crecimiento del PIB y sin hacer caso de señales tan evidentes como la pérdida de poder adquisitivo de las familias españolas o el empeoramiento de la calidad del empleo.