QUESADA: CADA AÑO es más evidente el paulatino destierro de...

CADA AÑO es más evidente el paulatino destierro de los símbolos tradicionales de la Navidad de los espacios públicos. Esa autocensura, que practican tanto las Administraciones responsables de la decoración de las calles y edificios como los propios comerciantes en sus establecimientos, responde a una corriente de opinión que postula que la exhibición de una iconografía religiosa determinada discrimina a las otras, así como que las creencias personales deben quedar exclusivamente en el ámbito de lo privado. Con esos argumentos acaba de defenderse en el Parlamento la retirada del símbolo de la cruz en los colegios y bajo esa premisa, también, han llegado a desmontarse belenes de centros públicos tras la denuncia de algún ciudadano. Estamos ante una tesis falaz que, llevada al extremo, demuestra su absurdo. En efecto, quien defiende que no ha lugar a imponer una determinada concepción del mundo a los otros, hace justo lo contrario de lo que predica, pues está tratando de implantar la suya propia. Pero, sobre todo, es una teoría que yerra en este caso al querer reducir a simple iconografía cristiana símbolos como el belén, los Reyes Magos o el Niño Jesús, que son patrimonio de nuestra cultura y que tienen un valor por encima de las creencias de cada cual.

El concepto de civilización está unido de forma indisoluble al ámbito de las creencias y las costumbres. Tratar de cercenar éstas por impuras con el supuesto bisturí de la razón es justamente lo irracional, no tiene pies ni cabeza. Luchamos por preservar viejas tradiciones de nuestros pueblos, destinamos grandes sumas de dinero a la recuperación de lenguas que están en peligro, incluso defendemos manifestaciones de culturas remotas, ¿y no vamos a poder mantener costumbres seculares que nos enriquecen, nos identifican y nos unen?

Estamos hablando, por lo demás, de símbolos y referencias que no son beligerantes con los de otras culturas o tradiciones. En nada ofende a un musulmán o a un ateo una estrella de belén o un rey mago, y a nada les obliga. No hay ninguna contradicción ni es incompatible con una sociedad plural cultivar tradiciones centenarias que han pasado de generación en generación.

Por eso sorprende que desde la propia Administración se caiga en el error de despojar a la Navidad de los símbolos navideños, y más aún cuando al frente de ésta hay gobiernos conservadores. Es el caso, sin ir más lejos, del Ayuntamiento de Madrid, que desde hace años ilumina las calles con motivos abstractos. Las bombillas igual servirían para estas fechas que para festejar el Día Mundial del Libro.

Esa supuesta equidistancia a la que cada vez más recurren los poderes públicos para aparentar que mantienen la tradición sin herir susceptibilidades es patética. La Navidad tiene sentido tal y cual es: rememora la llegada al mundo de Jesús en un establo de Belén. Navidad significa nacimiento. Pretender obviar eso en pos de lo políticamente correcto es un disparate. Puestos a ser coherentes, habría que suprimir la fiesta o, como mínimo, cambiarle el nombre. Y luego hacer lo mismo con la Semana Santa y todas las celebraciones que tienen su origen en tradiciones vinculadas al cristianismo. El resultado final podría ser algo parecido al estrafalario calendario republicano francés, hijo de la Revolución de 1789. Eso sí es una vuelta al pasado.

Las tradiciones cohesionan a la colectividad. En una época cada vez más individualista e insolidaria, la Navidad, con todo su significado, sin amputaciones ni postizos artificiales, es también una oportunidad para construir una sociedad mejor. Tratar de descafeinarla y de hacer de ella lo que no es, supone echar piedras contra nuestro propio tejado.