La pleita, aquella trenza de esparto tejida con esmero, era el alma de la elaboración del queso en el cortijo de mi abuela María allá por el año 1925, en el cortijo La Solana. Con paciencia y
tradición, esta pieza artesanal daba forma a cada queso, impregnándolo de la esencia de un oficio transmitido de generación en generación.
Al alba, cuando el rocío aún besaba la tierra y el aire fresco de la
sierra anunciaba el nuevo día, mi abuela y su
familia se levantaban para ordeñar las
cabras. Con manos expertas y dedicadas, transformaban la leche en un queso artesanal cuya textura y sabor conquistaban el paladar de todo el
pueblo. Un manjar nacido del esfuerzo, la
naturaleza y el amor por las viejas
costumbres.