Como todas las infancias, la mía guardó muchos silencios en la intimidad de esta buhardilla en la que descansaba por las
noches, y a la que vuelvo asiduamente para rencontrarme con mis sueños y mis miedos infantiles.
Este ventanuco nunca tuvo cristales, y el viento zumbaba en mis oídos aquellas noches de
tormenta en la que galopaban en las
sombras oscuros fantasmas…
Y los días de
siesta, en esa silla de anea, bordé sabanas, mantelerías y todo para el ajuar. Mi madre, Nati, siempre decía que una mozuela no podía estar desocupada en ningún momento.
Muchos de mis poemas nacieron ahí, en ese calor templado de la soledad, en la aldea de
Sabariego.
@Anif Larom