Lugar de encuentro, años atrás, de las lavanderas de la aldea. A veces bajaban hasta el pilar a lomos de una borriquilla, y otras, a cuestas, con los trapos sucios, a casi medio kilómetro del
pueblo.
Solían tender la ropa al sol y sobre los arbustos de los alrededores para blanquearla. La dejaban secar para que al transportarla el peso fuera más liviano en su vuelta a la aldea.
En mi infancia acompañaba a Nati, mi madre, pero más que ayudarle, pasaba el rato guarreando un trapo con un pedazo de jabón y las manos completamente moradas por el frío, o jugando en el barro, o pillando ranas, o entre confidencias y sabrosos cotilleos… Me resulta placentero recordar aquellos tiempos.
Anif Larom